Almas cautivas

Capitulo 7

Tara. 6:13pm.

 

Aún es martes, el día más largo de toda mi vida, dos víctimas y solo el nombre de dos amigos de Hank Taylor. Son las seis de la tarde, el sol comienza a ocultarse y yo estoy en mi oficina mirando papeles, fotos, archivos, y muchas cosas más.

Mi teléfono vibra y al ver el nombre de Abby en la pantalla respondo de inmediato.

—Abby, ¿Qué encontraste?— pregunto con sumo interés.

—Tengo los resultados de la ropa— responde súper rápido.

—Voy para allá—.

Voy de camino al laboratorio de Abby y me estrujo los ojos con fuerza. Ya me he tomado tres tazas de café pero sigo agotada, y estoy segura de que parezco un zombie andante, debo tener el maquillaje corrido y el cabello alborotado.

—Uy—  exclama Abby en cuanto me ve y hace una mueca de desaprobación. —¿Qué te ocurrió?— pregunta espantada, lo que confirma mi suposición, debo estar horrorosa.

—Solo estoy algo cansada Abby, ¿Qué encontraste? — pregunto cambiando de tema. No funciona.

—Siéntate aquí— me ordena y sale corriendo del laboratorio.

—¡Abby! — grito en respuesta.

Vuelve a los cinco minutos, más rápido de lo que pensé.

—Ninguna amiga mía va a ir con esa apariencia por todo el buró— dice y se acerca a mí. Me aplica corrector de ojeras y algo de labial, peina mi cabello con los dedos y sonríe. —Mucho mejor, ahora bebe esto— vuelve a ordenarme con una sonrisa y me entrega una taza de café y un par de pastillas.

—Muchas gracias Abby— le digo y sonrío. No protesto porque llevarle la contraria a este remolino andante no es nada sencillo.

—Cuando quieras— responde y da media vuelta hacia su computadora.

—Ahora, dime qué encontraste— le pido por tercera vez.

—Muy bien. Analicé la ropa de Rebeca Taylor y estaba totalmente llena de aserrín y paja… De esas que hay en los graneros, ¿Sabes? — pregunta y yo asiento. —Y no solo eso, el cuello de su camisa tenía la mancha de un líquido transparente, y no era sudor—exclama y gira sobre sus talones y vuelve a posar la mirada en el computador.

—Supongo que tienes el nombre de la sustancia, ¿no?— digo alzando una ceja. Ella se ofende, por supuesto.

—Me insultas, Tara Louis— teclea sobre su teclado.  —Y sí, claro que tengo el nombre. Meperidina— responde con alegría.  —Es un narcótico que suelen usar los doctores para bajar el dolor, pero en altas dosis puede dormir al que la recibe—.

—Seguro fue eso lo que usaron para dormir a la víctima— pienso en voz alta.

—No lo sé, eso te lo dejo a ti— dice y cruza el laboratorio hacia la mesa de evidencias. —Los cabellos siguen en la máquina de ADN. Cuando tenga algo te llamaré—.

— ¿Y qué hay de los nombres que te di?— pregunto y bebo un sorbo de mi humeante taza de café.

—Luke y Hugo Morales— repite el mini remolino. —No encontré mucho. Dos hermanos con una vida “tranquila”. Sus registros fueron borrados de todas las bases de datos del país— el tono en el que lo dice me indica que no se rindió ahí.

>>Pero como sabes, no me rindo tan fácil— dice y da una palmada de felicidad. –Tengo su última dirección de domicilio, ya la envié a tu celular— informa y señala mi bolsillo.

—Eres estupenda Abby— Le halo un mechón de cabello y salgo del laboratorio.

De camino a mi oficina llamo a Sam y le informo todo lo que Abby encontró. Él me dice que estará aquí mañana a primera hora, y por supuesto, que me vaya a casa. No prometo nada.

Cuando llego a mi oficina, la directora está de pie frente a mi escritorio. Está vestida con un traje elegante, como siempre. El cabello castaño recogido en un moño alto, su piel morena y una actitud de superioridad. Me sorprende verla aquí, y me alegra que Abby me hubiera arreglado, no quiero parecer una momia frente a mi jefa.

—Directora— la saludo y entro a mi oficina.

—Agente Louis, me alegra encontrarla aquí— dice con cautela. —Debo informarle algo—.

—Por favor, no me diga que hay otra víctima— digo con un suspiro y miro al techo. Ella niega con la cabeza.

—No agente, por suerte no vengo a informarle eso— la miro invitándola a que continúe. —He notado que éste caso se está volviendo algo complicado— comienza con desaprobación y la interrumpo.

—Directora, hacemos lo que está en nuestras man…–.

—Lo sé, agente, pero éste dúo no puede abarcar tanto— me interrumpe y mira a la pared unos instantes. —Por eso he decidido integrar a otro agente al equipo— suelta y sé que la razón por la que no me mira a los ojos al decirlo, es porque sabe que no me gusta la idea.

—¿Qué?— es lo único que escapa de mis labios.

—Agente Louis, la directora de éste lugar soy yo, y me corresponde a mí tomar las decisiones necesarias para poder avanzar. No es mi intención ofenderla, pero no pido su permiso. Vengo a informarle porque usted está al frente del equipo— ahora si me mira. —Pero el Doctor Hoppes llegará mañana para trabajar con ustedes en éste caso y en todos los que vengan— sentencia y yo estoy atónita.

—¿Doctor? — pregunto incrédula.

—Sí. Posee un doctorado en ciencias, es analista conductual y agente federal— alardea del tal Hoppes.

No puede ser. Voy a trabajar con un señor de más de 50, con doctorado y de más. Sigue sin gustarme, estamos a mitad de un caso muy importante, y poner al día a otro agente con todos los papeles y archivos nos va a quitar tiempo.

La directora salió de mi oficina con aires de grandeza sin mediar palabra.

— ¡Ash! — exclamo exasperada y recojo mis cosas para ir a casa.

Le dejo un mensaje a la Doctora Romero, en el cual le pido que al terminar la autopsia de Karen Molina, me llame de inmediato.

No me agrada la idea del nuevo agente, me hace sentir que estamos haciendo un mal trabajo y él es el refuerzo. Es como si la directora dudara de nuestras capacidades para resolver este caso, y odio que me subestimen.




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