Apostaría lo que fuera a que Allison Rizzo estaba maldiciéndome a mí, y a todo el personal presente en ese despacho de mil y una formas posibles dentro de su reducida cabecita. Lo veía en la forma en cómo sus ojos querían degollar a la doctora que acaba de extenderle la mano.
¿Qué podía hacer yo? No era mi culpa que mi nivel intelectual estuviera muy por encima del suyo. Me causaba mucha gracia verla ahí, intentando controlar su compostura. Juraría que incluso le vi clavarse la uña del pulgar en la otra palma. La tipa estaba loca, cuanto menos. A menudo, me gustaba compararla con un chihuaha rabioso, con ese complejo de inferioridad.
Cuando salimos del despacho, me había declarado estar cansasa de mí, pero ¿a mí qué me importaba eso? Por último, lo único que me producía era una risa contenida. Y estaba burlándome internamente de su espectáculo personal hasta que decidió soltar esa burrada.
Esas sugerencias acerca de mi persona estaban manchando mi reputación. No era la primera vez que oía algo parecido. A simple vista, podría parecer de lo más inocente, pero he escuchado de muchos meterse en problemas por rumores así.
Y no eran del todo falsas. Era cierto que más de una vez había atrapado a alguna maestra lanzándome miradas más allá de lo educativo. Y por más que la ignorante de Allison pensara que disfrutaba de ello y que llenaba mi orgullo, no lo fomentaba; me provocaba más que repulsión. No era algo que yo pudiese controlar, pero no buscaba ese tipo de atención. No es que me atrajeran las solteronas urgidas cuya ética dejana mucjo que deseas, y mucho menos me gustaba que todo mi mérito fuera opacado por ese asunto.
Me molesté más al confirmar lo que Allison había estado insinuando, pero quise mantener la calma y solo dejé que mi voz sonara seria al responderle.
Ella pensaba que era mejor que yo, tenia esa fijacion por superarme, y no perdía la mínima oportunidad para querer demostrarlo. Yo ni siquiera me esforzaba en ello, tenía un don natural. Más bien era una alteración genética y mental, pero dependía únicamente de mí verlo como tal.
La hipermnesia con la que había nacido era producto de un gen dominante que mi madre poseía. Me daba una capacidad de retencióm de prácticamente cualquier cosa que trajera a mi mente a voluntad.
Lo curioso era que, normalmente, esta alteración no funcionaba de esa forma, pero que la palabra voluntad no se pierda, porque si en verdad decidía olvidarme de algo, como el ser humano promedio, lo terminaría haciendo.
Mi madre lo tenía todavía más destacado. Siempre me había dado curiosidad por saber más sobre él, pero ella era adoptada y nunca llegué a comorenderlo del todo porque falleció antes de que yo pudiera descubrir sus orígenes.
El caso es que, aunque la ingenua de Allison se esforzara tanto en igualar mi conocimiento, no podría alcanzarme, porque simplemente escapaba a su capacidad. Y era insoportable ver cómo se esmeraba en hacerlo una y otra vez.
No mentiré, la chica no era nada tonta, eso era innegable, y no estaba discusión. Pero como ya he dicho, contra mí no podría.
En la clase de filosofía el maestro Morales se había dedicado a alabar mi desempeño para quedar en la clasificación final. Sabía que la chismosa de Allison tenía las orejas en punta para escucharlo todo. ¿Qué diría ahora? ¿Diría que también estaba coqueteando con los catedráricos masculinos para que me favorecieran de alguna forma?
Porque sentí su presencia bajando las escaleras lentamente, y claro que, del mismo modo, noté su expresión de fastidio cuando avanzó hasta la salida. Sin embargo, no hice ningún comentario al respecto solo porque estaba frente a él.
Podía llegar a comportarse como toda una berrinchuda, aunque si se lo decías a la cara, seguro te acusaría a ti de serlo.
Al final, el maestro terminó por irse a su oficina para arreglar algunos asuntos y yo aproveché para guardar mis cosas dentro del maletín, y acercarme. Estaba sentada fuera del aula.
No tenía intenciones de discutir, de verdad traté de ser lo más amable y razonable que pude, pidiéndole que dejara de tomar sus actitudes infantiles, pero no me lo puso fácil y me dio la razón, ignorándome explícitamente con los audífonos puestos.
No voy a negar que ese gesto me molestó, quedé como un estúpido tratando de llamar su atención, pero si seguía simplemente hablándole, no iba a funcionar. Ni siquiera escucharía la alarma de incendios con tal cantidad de volumen que llevaba encima.
Entonces, le quité los audífonos obteniendo como resultado la reacción que esperaba. Contuve el enojo ante sus respuestas tajantes, era como discutir con una adolescente en su etapa de rebeldía, hasta me echaba de su vista con ademanes de desprecio, como si ella estuviera por sobre mí para tratarme de esa forma.
Eso me ganaba por intentar ser civilizado con personas de esa índole. ¿Qué ganaba yo con insistir? Nada. Absolutamente nada. Asi que me di la vuelta y me fui de su vista.