Almas de Jade [+18]

3 | Pragma

Yo era una alumna becada. Lo que, en ese lugar, era el equivalente a ser la servidumbre no remunerada del personal educativo. Así pagaba mi educación; el tiempo era dinero, y como yo no tenía dinero, les debía mi tiempo.

Desde el primer día de mi carrera, se me había asignado a dos de los maestros para que fuera su asistonta personal, sumado a la obligación de mantener un promedio intachable para que pudiera conservar mi vacante. Apenas llevaba dos años en ese lugar, y honestamente, el cerebro me pesaba de solo pensar qué tanto más tendría que aguantar hasta el día de mi graduación.

Una de esas docentes era precisamente la doctora Boudelaire. Sí, la misma traidora que había elegido al idiota de Liam en lugar de a mí, a pesar de saber que yo debía esforzarme el doble que él para estar a la altura de las exigencias. No es que yo o mi familia estuvieramos en la miseria, pero mi realidad económica era mucho menos cómoda que la mayotía de los privilegiados aquí. Por eso, tenía que tragarme el orgullo y dejar que me pisaran cuanto querían.

El otro bufón al que tenía que resolverle la vida era el doctor Morales, maestro de filosofía –por desgracia mi curso favorito– y otro lamebotas del señor Liam, aunque un poco más tolerable que la primera.

Esa tarde, yo me estaba encargando de digitar el registro de notas del alumnado desde su cuaderno hasta el sistema de Boudelaire. Una tarea tediosa, ya que tenía que soportar en el mismo espacio, detrás de la pantalla del monitor, el ensayo de la introducción del discurso para el que se me rechazó.

Ella, como parte de la directiva del evento, tenía que corregir las bobadas que Liam había redactado, dos veces por semana, que lamentablemente coincidían con mis actividades de sirvienta becaria, para con esa sujeta. Cualquiera con medio cerebro se podría dar cuenta que sus sugerencias eran más halagos que críticas reales.

Él se encontraba frente a mí, hablando y hablado con aires de confianza, sentado sobre una mesa con las piernas enlazadas. Su discurso no era nada especial, no era la mejor pieza de oratoria del siglo. Ni siquiera los aurículares de cable que traía en ese momento apagaban totalmente su voz irritante.

Supongo que debió haber terminado porque Boudelaire empezó a juntar sus palmas para aplaudir encantada, asintiendo con aprobación como si fuese merecedor a un premio.

Ridículo.

Yo seguía con la vista clavada en el computador, pero no pude evitar disminuir el ruido de la música.

— Excelente trabajo, Liam. Es claro que has estado practicando. Sin embargo, hay algunas ideas aquí —le señaló una hoja— que estoy segura de que podrías mejorar.

No sé si eran ideas mías, pero su voz parecía agudizarse más cuando hablaba con él que cuando se dirigía a mí. Tal vez era un reflejo condicionado al puro morbo. Era una total quedabien. Él movía la cabeza con afirmación y falsa modestia a cada recomendación que la doctora le hacía. Parecía estar orgulloso de sí mismo, y se enorgullecía constantemente por su trabajo.

No levanté la vista por completo, pero sentí que me estaba observando por algunos momentos. Otra vez, seguro estaba disfrutando la gran humillada que eso significaba para mí. Continué simulando que aún sonaba música en mis oídos, no iba a darle ningún gusto.

La maestra miró su teléfono, pidiendo disculpas para salir a atender la llamada un rato, yo respondí con educación forzada y seguí indiferente a todo. Liam estaba ordenando las hojas en su folder y no pudo resistir más las ganas de perturbar mi paciencia.

— ¿Es que acaso no puedes quitarte esos malditos audífonos ni por un momento?

Me quité uno, frunciendo el celaje de la vista.

— ¿Te supone algún problema? Ocúpate de tu discurso, yo tengo trabajo —le recalqué con fastidio— que hacer. Déjame en paz.

Seguí tecleando con más fuerza de la necesaria, solo para enfatizar.

Soltó un suspiro.

— Eso no significa que tengas que actuar de esa forma. Al menos sería agradable que mostraras un poco de respeto por la doctora. No creas que no se nota el desaire con el que te diriges a ella. Se supone que es tu figura de autoridad.

¿Por qué a esa señora la tenía que ver como mi autoridad? Enseñaba de forma decente, y luego de eso, ¿qué?, ¿qué había hecho por mí? En todo caso, ella tendría que estar a mi disposición, pero la vida quiso darme un peso extra para molestarme y ponerme a hacer un buen porcentaje de su trabajo para que se diera la libertad de jugar a ser la mentora benevolente y estar persiguiendo a alumnos como él. Solo no lo dije en voz alta porque podría entrar en cualquier minuto.

Esperé que Liam tomara el sonido de los clics que soltaba con el ratón, como respuesta, como si su comentario no mereciera ni una palabra.

La docente ingresó, disculpándose –más bien con él que conmigo– de nuevo por la interrupción, y él volvió a prestarle atención con su postura seria, revisando su trabajo.



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En el texto hay: #amor-odio, #rivalidad, #celos

Editado: 20.11.2024

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