El doctor Morales hablaba sobre el escepticismo y la negación del materialismo que planteaba Berkeley, mientras yo, casi sin mirar al frente, dibujaba figuras geométricas en mi libreta. No me perdería el hilo de su explicación, lo tenía grabado con mi teléfono a un costado de la mesa en caso de que tuviera alguna duda después. No acostumbraba a traspasar sus palabras porque su forma de hablar era bastante rápida e intentar escribir todo sería inútil, me perdería en algún punto.
Liam, si embargo, no tenía esa opción. Lo veía inclinado sobre su cuaderno garabateando como si su vida dependiera de ello. Su memoria inservible solo era útil visualmente, no le servía mucho en el campo auditivo. Estaba riendo por dentro mientras miraba cómo se exasperaba para tratar de alcanzar todo lo que se recitaba cuando Morales planteó algo para toda la clase.
— Les propongo una cosa —dejó el plumón en la mesa y arrastró la silla de su pupitre hasta el frente—. Con todo lo que acaban de escuchar, el primero de ustedes en demostrar que esta silla existe, tiene seis puntos en el examen.
La clase entera hizo un bullicio, yo inluída; seis puntos era como un tercio del primer examen parcial aprobado, con eso, podría preocuparme menos por mantener la beca y asistir a los docentes en la misma semana. Seis puntos. Me beneficiarían enormemente.
Miré fijamente la silla colocada en frente y pensé cuidadosamente, solo tenía una oportunidad para acertar, y de verdad los necesitaba. Estaba perdida en mi lógica cuando noté por mi periferia que Liam estaba alzando la mano. Le dediqué una mirada de dureza por haberse adelantado, aunque no me estaba viendo.
— Adelante, señor Morelli —le ofreció el espacio con un ademán, colocándose a una esquina del salón.
Liam se puso de pie con seguridad y se acercó a la silla para examinarla de cerca. Tanteó el respaldo, tanteó el asiento, también la rodeó con la mirada y finalmente habló.
— La silla está aquí. Podemos verla, podemos tocarla. Podemos incluso sentarnos en ella, por lo tanto, hay evidencia en todos nuestros sentidos que prueban su existencia.
Qué decepción para Morales y qué suerte la mía, Liam era excelente recordando toda la información que obtenía, a detalle, mas no razonándola. Morales lo miró con una sonrisa incómoda y divagó antes de responder.
— Uhm... realmente pensé que acertaría, señor Liam —outch. Señaló su asiento para que regresara a su sitio—. Pero buen intento. De todas formas, siempre es agradable sus respuestas atinadas.
Como dije antes, todo un lamebotas del señor Liam.
Volvió a sentarse con vergüenza en su rostro. Últimamente, tenía una mala racha detrás.
Levanté la mano antes de que algún otro inútil lo intentara y me arrebatara el puntaje.
— Adelante, señorita Allison —dijo, haciéndose para atrás—. También espero mucho de usted.
Pude sentir la mirada de fastidio de Liam hacia mí, ante ese comentario. Siempre se jactaba de que yo era una egocéntrica y no se detenía a pensar en sí mismo sobre su propia necedidad de querer ser el único en destacar.
— Entonces —dije—, usted pretende que yo demuestre la existencia de la silla —Morales asintió con las manos apoyadas en su abdomen y una sonrisa en el rostro que me recordó a un personaje animado. Lo miré directamente—. ¿Qué silla, doctor?
Amplió más su sonrisa.
— No esperaba menos. Tome asiento, tiene los seis puntos extra.
Volví a mi lugar, no sin antes echarle una mirada rápida a Liam. Su expresión era un espectáculo, el pobre ya no podía disimular el enojo, qué mal, estar tan cerca, pero no lo suficiente.