Si alguien se pregunta por qué hice lo que hice, la respuesta es sencilla: porque yo debía tener la razón, necesitaba probar mi punto, como siempre. Qué les sorprendería de eso.
Liam no puso resistencia mientras lo arrastraba por el pasillo, aunque no dejaba de lanzar preguntas inútiles en el camino, como "¿Qué es lo que haces?" o "¿A dónde me estás llevando?". Sin embargo, nunca se detuvo a liberarse de mi agarre, ni lo intentó, y eso que se habría soltado muy fácilmente. Así que él tiene gran parte de la culpa.
El edificio estaba desierto. Algunos se cruzaron con nosotros, pero sin prestar tanta atención. Muchos de los salones enormes estaban vacíos, era la hora del almuerzo, casi nadie tenía clase. Entonces encontré uno abierto, lo empujé hacia adentro y cerré la puerta tras nosotros.
— Estás... loca, ¿qué cosa estás planeando? —más cuestiones estúpidas.
A esas alturas, yo estaba entre enojada y entretenida. Sabía de antemano que esto no iba a fallar, a ver si se atrevía a seguir negándolo después.
— ¿Quieres ver que tan poco respeto te tengo?.
Lo empujé hacia la pared como si de verdad pudiera intimidarlo, y tiré mi bolso hacia una mesa. No se movió. Antes de que pudiera procesarlo, lo hice, volví a hacerlo. Lo besé, dejando que se perdiera entre la frustración y el deseo, esta vez fue más frenético, quién sabe por cuánto tiempo estuvo fantaseando con algo así. Y yo tenía el control.
Me desprendí, apenas nos dividían unos centímetros, mi respiración estaba calmada a diferencia de la suya.
— ¿De verdad crees que eres mejor que yo? —susurré.
— Claro que lo soy —respondió con firmeza.
Ah, todavía se atrevía a usar ese tono conmigo.
Bajé mi mano hasta llegar a su entrepierna. Su reacción ante mi tacto cambió completamente.
— ¿En serio? —insistí, con voz baja.
Su mirada reflejaba confusión, pero también estaba incrédulo de lo que estaba pasando.
— No deberíamos estar haciendo esto — dijo, con dificultad, debo añadir.
Pero no le hice caso y subí mi mano hasta meterla por dentro de su camiseta, luego la resbalé hasta que llégo al interior de su boxer, confirmando lo que ya sabía que había provocado en él.
Su voz sonaba entrecortada.
— Mierda... qué estás haciendo —me acerqué a sus labios, rozando el tacto—. Para. No me beses.
— ¿Por qué no? —empecé a hacer movimientos con mi mano, lentamente, mientras veía cómo sus sentidos le estaban traicionando. Creo que ni siquiera podía formar pensamientos coherentes.
— Es... un error —continué haciendo caso omiso. Aumenté la fricción del masaje para hacer que se enloqueciera de a poco, tenía su mano sujetando mi brazo y lo apretaba con urgencia al paso que yo aumentaba el ritmo—. Vas a complicarlo todo —dijo con un gruñido.
— No me importa —respondí y froté con mucha más fuerza, generándole jadeos—. Bésame.