Almas encontradas

Bajo las estrellas

Luego de ensayar durante casi una hora más, Bianca y yo decidimos parar para prepararnos una merienda

Ya en la cocina, Bianca soltó una risa y me miró con esa expresión burlona que conozco tan bien.

—Te comportaste como si estuvieras haciendo el casting para una película de romance — dijo mientras me pasaba una tostada.

—¿Perdón?

—Tu baile. Tus miradas. La pose final apuntándolo... ¿Quieres que también ponga luces y música dramática?

Me sonrojé de inmediato. Genial, otra vez yo siendo el blanco de las bromas de la “fan número uno” de su propio hermano.

—Fue pura coincidencia, Bianca.

—Claro, claro… como que te tiemblen las piernas cada vez que dice “bicolore” también es coincidencia.

Perfecto. No tengo nada que responderle a eso. La dejo hablando sola y me voy directo al cuarto a darme una ducha.

Una vez dentro, busco mi pijama y entro al baño. Me despojo de la ropa, coloco un poco de música suave y me meto en la ducha.

El agua caía con fuerza, como si quisiera borrar algo.

Me quedé quieta bajo la ducha, con los ojos cerrados y la mente hecha un nudo. El vapor envolvía todo, pero no lograba apagar el temblor interno.

Quería que se detuviera. Todo.

Los pensamientos, los recuerdos, esa maldita mirada de Dante viéndome bailar, esos mensajes en italiano que todavía no salían de mi cabeza.

¿Qué tenía él que lograba meterse así, como si me conociera más de lo que debería?

Apreté los dientes. El agua seguía bajando, resbalando por mi espalda, por mis piernas, pero no se llevaba la angustia. Ni la rabia. Ni el cansancio.

No podía seguir sintiéndome así por alguien que apenas conozco.

No debo

Apoyé las manos contra la pared y dejé caer la cabeza hacia abajo, dejando que el agua golpeara mi nuca. Me obligué a respirar hondo, una y otra vez.

Tenía que calmarme.

Cuando por fin cerré la llave, el silencio fue tan brusco que me dejó un zumbido en los oídos. Me envolví en la toalla con movimientos lentos, torpes, como si mi cuerpo estuviera agotado de tanto pensar.

Me miré en el espejo empañado. No vi a alguien enamorada, ni siquiera interesada.
Solo a alguien cansada. Desbordada.

Suspiré.
Y salí.

Revise mi teléfono, respondí algunos mensajes, uno era de Bianca

"Baja a cenar"

Dejo mi teléfono de lado y me dirijo al comedor, toda la familia esta sentada en la mesa. Excepto él

Antes de que pudiera hacerme alguna pregunta, lo sentí detrás de mí.
Una presencia.
Y esa fragancia masculina, envolvente, entrando por mis fosas nasales.

Sin mirar atrás, tomé asiento junto a Bianca. Al frente, Dante.
No me miró. No habló.
Ni siquiera para burlarse.

¿que le pasa?

La cena transcurrió tranquila, con conversaciones amenas y divertidas, y con un Dante un poco alejado de la realidad

¿Estaba bien?

Luego de la cena Bianca y yo nos acurrucamos en su cama con un bowl enorme de palomitas entre las dos. Puso "El cisne negro" sin preguntarme —sabía que me encantaban las películas que mostraban la locura detrás de la perfección.

La protagonista era Nina, una bailarina obsesionada con ser perfecta. Tan perfecta que poco a poco empezaba a perder la noción de lo real y lo imaginario. En escena, era el cisne blanco: pura, frágil, técnica. Pero también debía encarnar al cisne negro: sensual, libre, desatada. Esa dualidad la quebraba por dentro.

A medida que la película avanzaba, sentí el estómago apretado. Bianca estaba concentrada, pero yo… yo no podía dejar de pensar en cuántas Vanessas tenía dentro de mí. La que quería tener el control. La que no confiaba en nadie. La que temblaba bajo la ducha sin saber por qué.

Y otra.
Esa parte de mí que, sin entenderlo, respondía cada vez que Dante me miraba.

Suspiré bajito. No quería que Bianca lo notara.

—¿Te gusta? —me preguntó, sin despegar los ojos de la pantalla.

—Me asusta un poco —dije. Pero no le conté por qué.

Cuando la película terminó, Bianca se arropó bien y se acostó a dormir, sin más nada que hacer, también me acuesto a dormir

........

3:17 a.m. Otra vez

Y yo, con los ojos abiertos como si no hubiera mañana.

La almohada estaba caliente, incómoda, igual que mi cabeza. No había ruido, ni luces, ni ningún maldito motivo para no dormir. Pero ahí estaba, con el corazón latiéndome raro. Como si algo me inquietara desde adentro… como si algo me llamara.

Me levanté sin pensarlo demasiado, aún con mi pijama de ositos puesto. Ridículo. A veces me preguntaba por qué me lo seguía poniendo. Tal vez porque me hacía sentir más a salvo. O más niña. O menos... yo.

Caminé por la casa como un fantasma. Todo dormía. Todo menos yo.

Abrí la puerta trasera del jardín. El aire me golpeó en la cara, fresco, húmedo, con ese olor a tierra que siempre aparece de madrugada. Respiré hondo, como si mi cuerpo supiera que necesitaba estar ahí afuera.

Y entonces lo vi.

Dante.

Sentado en el borde de la fuente, como si hubiera salido de un sueño que no era mío. La cabeza inclinada, la camisa blanca abierta en el cuello, el cabello ligeramente desordenado. Una copa vacía a su lado. Como siempre, como si lo persiguiera algo que yo no podía ver.

No sé por qué me acerqué. Tal vez porque me parecía injusto que él estuviera ahí, tan tranquilo, mientras yo sentía que me partía por dentro.

—¿No duermes nunca? —le solté, sin pensar. Más para marcar distancia que por otra cosa.

Él alzó la cabeza y me miró. Y sonrió. Una sonrisa pequeña, pero jodidamente segura. Como si me hubiera estado esperando.

—Solo cuando tú lo haces —dijo.

Me detuve en seco. ¿Qué clase de respuesta era esa?

—Qué frase más rara. ¿Estás borracho? —repliqué, arrugando la nariz.

Pero él solo negó, como si todo eso le resultara divertido. O peor: como si ya supiera lo que iba a decir antes de que lo hiciera.




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