El sol apenas se asomaba cuando Bianca irrumpió en mi habitación con la energía de quien ha dormido ocho horas... y café en las venas
—¡Arriba! Tenemos que salir antes de las nueve —anunció, jalando las cortinas como si la luz fuera una motivación válida.
Yo apenas logré abrir un ojo.
—¿No dijiste que era un viaje relajado?
—Relajado sí, pero mi papá quiere llegar temprano para preparar el asado. Ya sabes cómo se pone cuando hay carne de por medio —respondió mientras revolvía mi armario sin pudor
Me senté en la cama con el cabello hecho un nido y la sensación de que algo me apretaba el pecho. No era ansiedad exactamente. Era... anticipación. Algo me decía que este viaje no sería como los otros.
Mientras me vestía, intentaba no pensar demasiado en Dante. No sabía si él iría con nosotros en la camioneta o si llegaría después. Tampoco si lo quería cerca o lejos.
Lo odiaba un poco por hacerme sentir así.
Y lo odiaba más por no poder dejar de pensar en él.
Mientras bajábamos con nuestras mochilas, el bullicio ya se sentía en la planta baja. La familia de Bianca era como una orquesta que afinaba instrumentos antes de un concierto improvisado: gritos, risas, pasos apurados, maletas chocando entre sí
—¿Dónde está el otro coche? —pregunté al ver solo una camioneta en la entrada.
—En el taller —respondió Bianca con una sonrisa que me pareció... demasiado inocente
—¿Y cómo vamos a caber todos?
—Ah, no cabemos. Pero no te preocupes, ya resolví eso —dijo, girando hacia mí con una de esas miradas suyas que escondían travesuras.
Sentí un cosquilleo incómodo en la nuca
—¿Cómo?
Antes de que pudiera terminar la frase, vi a Dante aparcando justo frente a la casa. Venía solo. Bajó con tranquilidad, unas gafas oscuras y el gesto sereno, como si nada pudiera perturbarlo... excepto, quizá, yo.
Bianca se acercó a él con su encanto natural, le dijo algo que no alcancé a oír, y luego me miró con una sonrisita de misión cumplida
—Listo —anunció—. Vas con Dante
—¿Perdón?
—No seas dramática. Él tiene espacio, y tú necesitas aire. Además, es momento de salir de ese caparazon, el mundo no se va a acabar por amar y ser amado
Quise protestar, pero el universo ya había decidido. Bianca me empujó suavemente hacia el coche negro y reluciente, y antes de que pudiera buscar una excusa, la puerta del copiloto ya estaba abierta.
Dante me sostuvo la mirada por un segundo que se sintió eterno
—¿Lista?
Tragué saliva.
No. No lo estaba.
Pero asentí.
—Sí
Justo cuando estaba a punto de entrar al coche, una voz me congeló los pies.
—¿Por qué ella se va contigo? —preguntó Dario, con la mandíbula tensa y los ojos clavados en Dante como si quisiera atravesarlo
Me giré lentamente. Dario estaba ahí, cruzado de brazos, su expresión mezclaba molestia y algo más... ¿celos? Su postura era la de alguien que no estaba dispuesto a ceder terreno, pero ya lo había perdido.
Dante no respondió de inmediato. Solo se quitó las gafas con parsimonia y lo miró con calma, como si su silencio ya fuera suficiente provocación
—Porque hay espacio —dijo, finalmente. Y su tono sonó como una sentencia.
—Puedo llevarla yo —insistió Dario, dando un paso adelante
Y entonces, como una bomba suave pero devastadora, la madre de Bianca intervino desde la puerta con una sonrisa distraída, sin darse cuenta del campo de batalla que se estaba formando frente a su jardín.
—¡Ay, Dario, ya deja tranquila a la parejita! —dijo, mientras colocaba una canasta en la camioneta—. Que se vayan juntos, así se conocen más
Silencio
Mi cara se encendió como una vela al viento. Quise desaparecer entre las maletas.
Dante... sonrió. No ampliamente, sino con esa curvatura sutil que reservaba para los momentos en los que sentía que había ganado algo importante
Dario, en cambio, apretó los dientes. Lo vi girar sobre sus talones y entrar a la casa sin decir nada más.
Yo no sabía dónde meterme. Ni cómo mirar a Dante sin que el rubor me traicionara más
—¿Entonces? —dijo él, con ese tono bajo que a veces parecía más un susurro que una pregunta—. ¿Nos vamos?
Asentí, sin voz, y me metí en el coche. El corazón me latía tan fuerte que no sabía si era emoción, incomodidad… o ambas.
La puerta se cerró. El mundo afuera se hizo más lejano.
Y entonces, el motor rugió suavemente.
El viaje había comenzado
......
El silencio entre nosotros no era incómodo. Era denso
El bosque desfilaba por la ventana como un cuadro en movimiento, y yo intentaba concentrarme en cualquier cosa menos en él. En su perfume. En su forma de conducir. En cómo se apoyaba con soltura en el asiento, dueño de todo lo que lo rodeaba, incluso del aire que yo necesitaba
—¿Dario siempre está tan pendiente de ti? —preguntó de pronto, sin apartar la vista del camino.
Su tono era neutro, pero no inocente
Parpadeé, sorprendida.
¿Por qué me preguntaba eso?
¿Y por qué sentí la necesidad urgente de justificarme?
—Es solo un amigo. Siempre lo ha sido —dije, sin pensarlo demasiado
Él asintió lentamente, como si ya esperara esa respuesta.
—¿Y tú también lo has sido para él?
La pregunta me cayó como un cubo de agua helada.
No supe qué contestar
Entonces algo dentro de mí se revolvió. ¿Por qué estaba explicándome? ¿Qué derecho tenía él a pedirme cuentas?
¿Desde cuándo sus preguntas afectaban tanto mi pulso?
No dije nada. Solo me acomodé en el asiento, alejando la mirada hacia los árboles
Unos segundos después, en una curva más cerrada, el coche se ladeó levemente y su mano se estiró para estabilizarme, tocando mi muslo por instinto
No fue un roce fugaz.
Fue firme.
Seguridad y fuego al mismo tiempo.
Nuestros ojos se encontraron al instante.
No hubo disculpas.
No hubo retiro rápido.
Solo su mano en mi pierna, mi piel en llamas, y una tensión tan brutal que sentí que si decía algo, me rompería en mil pedazos
Finalmente, él apartó la mano. Muy despacio.
Y yo… me quedé vacía, como si algo dentro de mí hubiese querido que no se detuviera
Apreté los labios y volví la mirada al frente. No podía permitir esto. No debía.
Y aun así, todo mi cuerpo gritaba por más
Intenté no mirar por la ventana. No respirar tan agitada. No pensar en su mano sobre mi muslo.
Pero mi piel todavía lo sentía. Y su perfume, mezclado con el aire del bosque, me tenía atrapada.
Entonces, el teléfono vibró en mi bolso.
Lo saqué sin pensar, como si necesitar una distracción fuera una excusa suficiente
Dario:
“Te imaginas si hubiéramos ido juntos tú y yo? Seguro me dejabas besarte en alguna curva.”
El corazón me dio un vuelco.
El mensaje era directo.
No jugueteaba.
Y me lo había enviado justo ahora.
Sentí un calor distinto subir por el cuello, esta vez no por Dante, sino por el mensaje en sí. Por la insinuación. Por lo que implicaba
—¿Todo bien? —preguntó Dante, con voz grave, sin apartar los ojos del camino.
Quise mentir. Guardar el teléfono. Fingir que no pasaba nada.
Pero me sentí atrapada, como si me hubieran descubierto leyendo algo prohibido
—Es Dario —dije, bajando un poco el móvil—. Me escribió
Dante no respondió enseguida. Solo tensó ligeramente la mano en el volante
—¿Y qué te dice tan temprano?
Me mordí el labio, sin saber si debía responder.
Pero una parte de mí... quería ver cómo reaccionaba.
—Nada importante —mentí.
Un silencio.
Luego, su voz, más baja. Más peligrosa
—¿Y tú le responderás… nada importante también?
Lo miré. Él seguía concentrado en la carretera, pero su mandíbula estaba apretada.
Y por un instante, su mano volvió a descansar en la palanca de cambios… muy cerca de mi pierna
Tan cerca, que si me movía un centímetro, lo volvería a tocar.
No lo hice.
Pero tampoco me alejé.
Y mientras el coche avanzaba por el bosque, con el lago cada vez más cerca, yo ya no sabía a quién quería más lejos.
A Dario.
O a mí misma, de Dante
La señal era intermitente, pero el teléfono vibró de nuevo.
Otro mensaje.
Otra bomba.
Dario:
“No dejes que mi hermano te confunda. A él le gustan todas. Pero tú, Vanessa… tú eres mía"
Mi respiración se detuvo un segundo.
Mía.
La palabra me cayó como un puñal mal clavado
Antes de bloquear la pantalla, Dante giró brevemente el rostro hacia mí, justo cuando el mensaje aún estaba visible. No hizo falta que dijera nada. Lo había leído. Lo vi en su mirada. En cómo se endureció su expresión. En cómo sus dedos tamborilearon con fuerza contra el volante.
El silencio se volvió insoportable
Yo sentí la necesidad de decir algo, no por él… sino por mí
—No soy de nadie —solté de golpe.
Me miró, con un gesto contenido, casi incrédulo
—No pertenezco a Dario —agregué, más firme ahora—. Ni a ti. Ni a nadie
Dante mantuvo la vista en la carretera, pero había algo distinto en su postura. Como si se hubiese quedado sin defensa ante esas palabras.
—Entonces… ¿por qué estás aquí? —preguntó, bajando la voz.
Respiré hondo. El bosque a lo lejos se abría como un secreto
—Porque cuando estoy contigo, no me siento perdida. Me siento en peligro.
Pero por primera vez…
no quiero correr.
Dante giró lentamente la cabeza para mirarme, sin palabras.
Su expresión cambió. No era enojo.
Era algo mucho más profundo. Como si algo dentro de él hubiera cedido
El coche siguió avanzando.
Pero la verdadera distancia entre nosotros se había acortado tanto… que ya no podíamos negar lo que estaba pasando
Cuando llegamos a la villa, el mundo pareció cambiar de ritmo.
El canto de los pájaros era lo único que rompía el silencio del bosque, y el lago, extendido frente a la casa de madera, reflejaba el cielo como un secreto que nadie se atrevía a tocar
Dante apagó el motor, pero ninguno de los dos se movió de inmediato. Solo miramos al frente. Como si salir del coche fuera admitir que algo dentro de él había pasado. Que ya no éramos los mismos.
Vi por el retrovisor cómo la camioneta de la familia de Bianca estacionaba detrás de nosotros. Voces, risas, el ruido de puertas abriéndose. El caos habitual
Pero dentro de ese coche, el silencio seguía siendo solo nuestro.
Dante abrió su puerta primero. El aire del bosque se coló al instante, fresco, limpio, demasiado real. Me apresuré a salir también, aunque mis piernas se sentían un poco extrañas. Como si no fueran del todo mías
—¡Vanessa! —gritó Bianca desde lejos, agitando una bolsa—. ¡Ven! ¡Te tocó la habitación conmigo!
Asentí con una sonrisa forzada, pero sentía su mirada clavada en mí, como si supiera más de lo que debía
Antes de alejarme, Dante pasó junto a mí sin decir palabra. Pero al rozarme el hombro al caminar, su mano… tocó la mía. Apenas un segundo. Apenas un roce. Pero esta vez no fue un accidente
Fue un mensaje.
Y todo mi cuerpo lo escuchó
Subí detrás de Bianca, aún sintiendo en la piel el eco del roce de Dante. La villa crujía con pasos, voces y puertas que se abrían y cerraban, pero todo sonaba distante. Como si yo estuviera dentro de otra frecuencia.
Bianca empujó la puerta de nuestra habitación y dejó caer su mochila sobre la cama más cercana a la ventana.
—Nos tocó la mejor vista —anunció—. Lago, bosque, y ningún tío roncador cerca. Un lujo.
Intenté sonreír mientras dejaba mi mochila junto a la suya. Me sentía extraña. Agitada por dentro.
—¿Qué pasó en ese coche? —preguntó de pronto, dándome la espalda mientras abría su neceser—. Y no me digas “nada” porque ni tú sabes mentir tan bien.
—Nada pasó —mentí. Fatalmente.
Bianca se giró y me miró con una ceja levantada.
—¿Entonces por qué estás roja como si hubieras corrido tres kilómetros o... tocado fuego?
Me senté en la cama, cruzando las piernas. Solté un suspiro.
—No lo sé, Bi. Es como si... me desconectara del mundo cuando estoy cerca de él. Pero a la vez, siento que me estoy metiendo en algo que no voy a poder manejar.
Bianca se acercó y se sentó a mi lado.
—¿Y eso te asusta?
—Mucho.
—¿Y te gusta?
No respondí. Solo bajé la cabeza, con el corazón latiendo fuerte. Ella lo entendió.
—Ten cuidado —dijo, suave—. Con Dante nunca se sabe qué es real… hasta que ya no puedes salir
Me quedé en silencio. Por una vez, no quería pensar. Solo sentir.
Fue entonces que alguien golpeó la puerta con dos toques secos
—¿Vanessa? —La voz de Dario. Seria.
Bianca se levantó como si algo le quemara.
—Yo me voy, voy a ayudar a mamá. Tienes... visita
Me lanzó una mirada cómplice y salió.
Dario entró sin esperar respuesta. Cerró la puerta detrás de él.
—¿Qué te pasa conmigo?
Me giré para mirarlo, sorprendida por la dureza en su voz.
—¿A qué te refieres?
—Sabes perfectamente a qué. Me ignoraste en el coche. No respondiste a mis mensajes. Fingiste que no viste cómo te estaba cuidando
—Dario… —empecé, pero él alzó una mano.
—¿Qué tiene Dante que no tenga yo?
Esa pregunta me dolió más de lo que debería.
—No es eso —susurré
—¿Entonces qué es?
Lo miré. Vi el enojo en sus ojos, pero también algo más vulnerable. Como si lo que más le doliera fuera no entender en qué momento había perdido algo que creyó tener.
—No eres tú, Dario. Es que yo... nunca te vi de esa forma. Y lo siento si alguna vez lo hice parecer diferente
Él se quedó quieto. Tragó saliva. Después se acercó un paso.
—Yo no me rindo contigo, Vanessa
—Entonces vas a lastimarte —le dije, sin moverme
Y por un segundo, pensé que se iría. Pero no. Dario se quedó mirándome como si buscara algo, una fisura, un hueco por donde meterse otra vez.
—Ten cuidado —me dijo finalmente, con una voz tan baja que parecía una advertencia—. “Non mi importa se lo scegli... tanto alla fine, sarai mia.”
(No me importa si lo eliges... al final seras mía)
Y se fue
La habitación seguía en penumbra cuando Bianca regresó. No encendió la luz. Se dejó caer sobre mi cama con un suspiro, como si llevara un peso en los hombros.
—¿Dario te dijo algo raro? —preguntó sin rodeos, como si no necesitara pensarlo mucho—. Lo vi salir con cara de haber ganado una guerra que nadie le declaró.
Me quedé en silencio. Ella no insistió. Solo se estiró como un gato y miró el techo.
—A veces quisiera poder borrarte de su lista de obsesiones —murmuró—. Pero no soy tan buena con los milagros.
No supe qué decir. Me dolía la garganta, no de llorar, sino de contenerlo todo.
Bianca volteó la cabeza hacia mí, apoyando su mejilla en la almohada.
—¿Estás bien?
—No lo sé.
—¿Y con Dante?
Ese nombre me tensó entera. Lo pensé. Su voz. Sus silencios. Sus manos temblando al rozarme.
—Con él... es diferente —susurré.
Bianca cerró los ojos un momento.
—Entonces ve con cuidado. Porque Dario no pierde limpio.
La frase de Bianca se quedó en el aire y solo nos abrazamos como si dependieramos de ello
.........
Más tarde esa noche...
No podía dormir. Afuera, el mundo estaba suspendido en un silencio líquido, como si el tiempo no pasara. Me levanté a beber agua, intentando calmar el torbellino que tenía dentro.
Fue al volver a mi habitación cuando lo noté.
Una hoja doblada por la mitad, apenas deslizada bajo la puerta.
Mi nombre escrito a mano, con trazos intensos y urgentes.
La abrí con el corazón desbocado.
“No puedo dormir. No después de lo que sentí esta tarde.
Ven al lago.
A las 3:00.
Estaré esperando.”
—D
El reloj marcaba las 2:12.
Y yo estaba descalza, con el alma en las manos.
El aire cortaba como cristal, y mis pasos eran apenas un susurro sobre la tierra húmeda. El lago estaba quieto, dormido bajo una neblina delgada que lo hacía parecer irreal. A lo lejos, lo vi.
Dante. De pie sobre el muelle, con la cabeza inclinada y las manos en los bolsillos, como si esperara algo más que a mí. Como si esperara una decisión.
No huí.
Esta vez, no.
Me acerqué. Él levantó la vista. No dijo nada de inmediato. Solo me miró como si no creyera que de verdad estaba allí.
—Viniste —dijo al fin, en un susurro que no era reproche ni alivio. Era algo más… una mezcla de asombro y miedo.
—Sí —contesté, deteniéndome a pocos pasos—. Siempre huyo. Pero esta vez… ya no quise hacerlo.
Su mirada se suavizó, pero no avanzó. Me dejó el espacio para seguir o detenerme.
Y esta vez, seguí.
—No sé por qué me cuesta tanto —dije—. Estar contigo me hace sentir cosas que no sabía que existían… y eso me asusta. Como si en cualquier momento pudiera perderlo todo otra vez.
Dante tragó saliva. Se notaba tenso, pero no por ira. Por contención.
—Yo también tengo miedo de perderte —confesó—. Pero tú te vas antes de que yo siquiera pueda acercarme.
—Porque si me acerco demasiado, temo que todo lo que toques de mí se deshaga —murmuré, con los ojos húmedos—. Porque siento que no soy suficiente. Que soy demasiada herida. Que nadie debería quedarse.
Él dio un paso, con una calma feroz.
—Yo no quiero quedarme a pesar de tus heridas, Vanessa.
Quiero quedarme con ellas.
La garganta me ardía. Nadie me había dicho algo así. Nadie se había quedado cuando mostraba mis grietas.
—¿Y si te lastimo?
—Entonces sangraremos juntos.
Pero no voy a soltarte.
Dante estiró la mano y la apoyó contra mi mejilla. Su pulgar rozó la piel justo debajo de mi ojo, donde una lágrima había empezado a asomarse.
—No tienes que ser perfecta conmigo. Solo tienes que estar.
—Estoy aquí —susurré—. Por primera vez, estoy de verdad.
Nuestros cuerpos apenas se tocaban, pero sentí el temblor que nos recorría a los dos. Era miedo. Era deseo. Era la vida misma empujándonos a rendirnos.
—Sei il mio coraggio, anche quando ho paura —dijo, sin apartar la mirada.
(Eres mi valentía, incluso cuando tengo miedo.)
Y entonces ya no hizo falta más palabras. Porque cuando sus labios rozaron los míos, no fue solo un beso.
Fue una promesa silenciosa de quedarse.
De no huir más.
De construir algo, aunque fuera entre ruinas.
El primer roce fue apenas una caricia.
Como si ambos estuviéramos preguntando: ¿estás segura?
Y en esa respiración compartida, la respuesta fue un sí silenciosa, completo.
Dante me besó con una ternura que dolía.
No había prisa. No había hambre.
Solo la necesidad urgente de pertenecerle al momento.
De decir con la boca lo que las palabras no podían sostener.
Su mano se deslizó hacia mi nuca, sosteniéndome como si fuera algo frágil que no quería romper.
Y por primera vez, no sentí miedo.
No sentí que me rompía.
Sentí que me estaba volviendo a armar.
Mi cuerpo reaccionó antes que yo. Lo abracé. Fuerte. Como si al fin estuviera soltando todas las veces que lo alejé.
Como si esa noche, bajo la luna y el aliento del lago, mi alma hubiera encontrado un lugar donde descansar.
Dante se separó apenas un milímetro. Nuestros labios todavía tocándose, nuestras respiraciones entrelazadas.
—Vanessa... —susurró, y su voz tembló un poco—. No tienes idea de cuánto te he estado esperando.
Apoyé mi frente contra la suya. Mis ojos cerrados. Mi corazón galopando como si no cupiera dentro de mí.
—Yo también —le dije—. Solo que no sabía que eras tú.
Nos miramos, y algo dentro de mí hizo clic. No fue un fuego artificial, fue una paz que me llenó los huecos.
Volvió a besarme. Esta vez más profundo, más seguro, como si la rendición ya fuera mutua. Como si supiéramos que después de esto, no había vuelta atrás.
Y yo…
yo ya no quería volver atrás.
Editado: 30.06.2025