Almas Gemelas: El príncipe exiliado

Capítulo 3

Los pensamientos lo asaltaban, uno tras otro:
¿Y si lo entrega a los Cazadores Blancos? ¿Y si ella también lo juzga por haber estado del lado equivocado de la guerra?

Pero estaba agotado. Sin fuerzas. Y sin respuestas.

—Solo quiero paz —dijo al fin.

Vrunghilda suspiró, como si estuviera sopesando todas las posibilidades. Luego asintió brevemente. Alarion soltó un suspiro de alivio, aunque no estaba seguro de haber tomado la decisión correcta.

–¿Cómo se llama tu niña?

Pero él no lo sabía. Volvió a mirar el rostro de la pequeña, preguntándose qué nombre podría pertenecerle…

–Lola.

–¿Y tú quién eres?

–Lorian. Solo Lorian, si no le molesta...

Pasó un mes en una rutina tranquila. Alarion trabajaba en la tienda de Vrunghilda, y aunque no hablaban nunca del lado mágico de las hierbas, él sentía que había una barrera invisible que ninguno de los dos se atrevía a cruzar. Se centraban exclusivamente en las propiedades humanas de las plantas: ungüentos para el dolor, hierbas para el sueño, infusiones para curar heridas.

–Esta, por ejemplo –dijo la mujer, alzando un pequeño manojo de hojas secas de un verde oscuro–, es un afrodisíaco. Y no uno cualquiera. Esta planta tiene propiedades potentes, capaces de despertar el deseo incluso en los corazones más fríos.

Rió al ver su expresión de sorpresa y bromeó:

–O podríamos llamarla una pócima de amor para quienes no quieren perder tiempo cortejando.

Era la primera vez que ella mencionaba la magia.

Giró el manojo entre sus dedos y añadió:

–Una sola infusión de esta planta y hombres y mujeres se vuelven más… receptivos a, digamos, ciertas aventuras. Es divertido observar cómo actúan sin entender por qué de repente se sienten tan... ardientes.

En su mundo, eso era... común. Especialmente desde que eligió el lado oscuro. Todos sus nuevos aliados eran tontos y lujuriosos, dispuestos a verter pociones de amor a cualquiera.

–¿Y para qué querrían los humanos algo así? –preguntó.

–Porque sus almas son oscuras y a la vez ingenuas –respondió ella, con una sonrisa pícara–. Estoy segura de que sabes bastante sobre lo oculto y lo sombrío del alma humana, ¿me equivoco?

Alarion guardó silencio. La sonrisa seguía en su rostro, pero ambos sabían que habían llegado a un borde que aún no se atrevían a cruzar.

–Y esto –añadió con naturalidad–, es una tintura que mejora la memoria. La compran para volverse más inteligentes o rendir mejor en el trabajo. La adquieren sobre todo los estudiantes de secundaria. ¿Quieres probarla?

–No, tengo buena memoria.

–A veces los jóvenes creen que si la toman seguido, podrán recordar todo, incluso su primera infancia. También la vendo diciendo que esta botellita puede despertar recuerdos olvidados hace tiempo.

–Yo preferiría… lo contrario. Olvidar algunas cosas.

Ella asintió, como si ya lo supiera todo, y con el tiempo eso dejó de inquietar a Alarion. Le dejó de importar.

El pequeño apartamento que consiguió alquilar le resultaba bastante cómodo. Modesto, en el tercer piso de un edificio viejo, al final de una callejuela, pero para él significaba algo más que un techo. Por primera vez en mucho tiempo, sentía un atisbo de libertad, y eso traía algo de alivio. Había días en los que podía caminar por las calles sin mirar atrás, y respirar se volvía más fácil.

La niña que descansaba entre sus brazos balbuceaba alegremente, sin comprender que su nuevo hogar no se parecía en nada al gran palacio donde alguna vez vivió su protector accidental. Para ella, solo importaba que él estuviera cerca, aunque cada noche lloraba y llamaba a su madre.

Cuando él se sentaba en su pequeño apartamento, junto a las paredes frías, lo invadía una sensación de desesperanza. Pasaba horas preguntándose si alguna vez encontraría a la mujer que había perdido a esta criatura... Si aún vivía…

Alarion sabía que el hecho de que esa niña estuviera sola... era, en parte, culpa suya.

La pequeña que sostenía en brazos era su única preocupación. Cada noche la sentaba sobre sus rodillas, sacaba las humildes provisiones que había conseguido durante el día y la alimentaba con cuidado, sus dedos acariciaban sus mejillas con ternura al limpiarle la comisura de los labios.
–Vamos, pequeñita –le susurraba con voz suave y tranquilizadora–, aguantaremos un poco más, ¿sí?

Se ocupaba de Lola con una naturalidad que sorprendía, como si la paternidad le fuera innata.

Y todo parecía ir bien... hasta que una noche se despertó sobresaltado al oír cómo la vieja lámpara del techo tintineaba. En el apartamento todo vibraba: los platos en la mesa, los vasos en el estante, incluso las cosas del baño.

Alarion pensó que había llegado el final, que venían por él y tendría que luchar.

El llanto de la niña –repentino y fuerte– lo hizo saltar de la cama y correr hacia ella.

La pequeña Lola tenía fiebre, una bastante alta. En ese momento comprendió la causa del caos: la magia de la niña aún era joven e incontrolada. Era, después de todo, una criatura mágica que no sabía dominar sus poderes.

–Pequeña… ¿qué hago? ¿Cómo te ayudo? –le invadió el pánico, nunca había enfrentado algo así.

Tomó a la niña en brazos, la envolvió en una manta y salió corriendo a la fría noche otoñal. Se dirigía a casa de Vrunghilda.



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En el texto hay: romance, drama, padre soltero

Editado: 15.04.2025

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