Almas perdidas

2

Año 2015

—Han pasado ciento sesenta y cinco años desde que descubrimos Sheol, nuestra isla, nuestro hogar —dijo el líder de la isla, con un tono grave y lleno de solemnidad—. Aunque aún no entendemos cómo llegamos aquí, ni cómo podemos irnos, es lo que tenemos... y tenemos que darle gracias a Dios por ello—.

Azazel, sentada al borde, cruzó los brazos y miró al líder con algo de indiferencia.

—Tengo dos razones para no interesarme por tu historia —respondió, con una leve sonrisa burlona—. Primero, sé que nos ocultas algo, y segundo... —volteó a mirar a un chico moreno, bien vestido, que la observaba—... porque, sinceramente, tu papá tiene un don especial para convertir cualquier historia interesante en una charla interminable—.

Israel, ligeramente avergonzado, soltó una risa nerviosa.

—Azazel, mi papá no es aburrido —dijo con una sonrisa, tratando de defender a su padre.

—Cállate, Israel —respondió Azazel, riendo entre dientes.

El líder, visiblemente irritado por la interrupción, frunció el ceño y se puso de pie con una actitud imponente. Con voz profunda, cargada de un tono solemne y algo furioso, respondió:

—Azazel... las palabras que pronuncias son de alguien que aún no ha comprendido el peso de este lugar. Sheol no es solo nuestra isla, es nuestro destino. Cada uno de nosotros está marcado por ella, y aquellos que no entienden su gravedad, aquellos que se atreven a hablar sin saber, solo revelan su ignorancia. Pero cuidado... en esta isla, los secretos se cobran con sangre—.

Un silencio pesado cayó sobre el grupo, mientras las palabras del líder flotaban en el aire, como una advertencia. Azazel lo miró fijamente, reconociendo la seriedad. La mirada del líder permaneció fija en Azazel mientras sus palabras seguían flotando en el aire, cargadas de amenaza. Todos se quedaron en silencio, el peso de sus palabras calando hondo. Nadie se atrevió a intervenir, y Azazel, la joven de cabellera roja como las llamas, bajó la mirada, avergonzada, sintiendo la tensión en el aire a los pocos minutos se puse de pie y camino hacia su choza. Cuando llegó a su hogar, la recibió su madre con una sonrisa cálida. La joven, aún preocupada, fue envuelta por el abrazo de su madre, quien intentaba transmitirle algo de calma.

—Tengo un rico pollo al carbón —dijo su madre, con entusiasmo, como si fuera la mejor noticia del día.

—¡Nooo, qué excelente noticia! —respondió Azazel, una sonrisa tímida asomándose en su rostro. El pollo era un manjar muy raro en Sheol, y solo el líder tenía el privilegio de conseguirlo. A ellas dos, sin embargo, solo les llegaba dos veces al año, gracias a Israel.

—El líder lo trajo esta mañana, para celebrar un año más en la isla —explicó su madre, como si fuera algo completamente normal.

Pero Azazel no podía sacarse la sensación de incomodidad. El líder había sido directo y peligroso con ella, y esas palabras amenazantes todavía rondaban su mente.

—Ese señor da mala espina, mamá —dijo Azazel, su voz tensa—. Hoy me amenazó en público, y nadie dijo nada—.

Su madre, a pesar de lo grave de la situación, no pareció sorprendida. Con una expresión de resignación, se sentó junto a ella.

—Pronto nos iremos, hija —dijo su madre, con un tono que reflejaba algo de angustia, como si sus palabras fueran más una esperanza que una certeza.

—Mamá, nadie ha podido salir de aquí, y el que lo intenta muere —respondió Azazel, con un tono sombrío—. Las olas......parecen cobrar vida cuando alguien intenta escapar—.

La madre la miró con una mezcla de ternura y tristeza. Después, acarició su cabello, esos cabellos rojos como el fuego, que siempre le habían parecido algo especial.

—Hija, algún día sabrás lo especial que tú eres —dijo, con una mirada llena de misterio y una sonrisa triste, como si quisiera revelarle algo, pero no pudiera.

Ambas cenaron en silencio, el sonido de los utensilios rompiendo el peso de la quietud. La vida de Azazel y su madre era de dos, sin más. Azazel no había conocido a su padre, y su madre nunca le había hablado de él. Solo quedaba esa conexión secreta entre ellas, en medio de una isla que, aunque llena de belleza, las tenía atrapadas. Azazel, con sus ojos azules como el zafiro y su cabello ardiente, parecía ser mucho más que una joven común. Había algo en ella, algo que el líder ya había insinuado, pero ni ella ni su madre sabían realmente qué tan profundo era el misterio que las rodeaba.

El líder y su madre habían encendido una chispa dentro de Azazel. Una inquietud profunda comenzó a gestarse en su interior. Ella sabía que debía descubrir lo que se les ocultaba, lo que la isla escondía con tanto sigilo. Año tras año y generación tras generación, se contaban magníficas historias sobre el mundo exterior, sobre las tierras más allá del horizonte. Sin embargo, ellos, por alguna razón inexplicable, habían quedado atrapados allí. Azazel sentía que debía haber alguna manera de acabar con esa trampa, de liberarse, de escapar. La idea de que su vida, la vida de su madre, la vida de todos los habitantes de la isla estuviera atada a un destino sin futuro la inquietaba profundamente. No podía ser así, algo debía haber que rompiera esa maldición, esa cadena invisible que mantenía a todos prisioneros.

Solo tenía que descubrir cómo.

Decidió que no podía quedarse de brazos cruzados, observando cómo el tiempo pasaba y la isla consumía a su gente. Empezó su investigación en secreto, como si cada paso que diera fuera una pista que la llevara más cerca de la verdad. Sus planes eran claros: tenía que entrar en la choza del líder, desmenuzar cada uno de sus secretos guardados, cada archivo, cada susurro, cada pista oculta. Sabía que sería peligroso, que cualquier error podría costarle la vida, pero el peso de su determinación era más fuerte que el miedo. No podía dejar que la isla continuara con su dominio sobre ellos. Azazel no permitiría que la verdad se desvaneciera en las sombras.




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