Almas perdidas

8

Año 2018

Han pasado tres años, y finalmente he llegado a los dieciocho. En todo este tiempo, nadie ha logrado encontrarme, ni siquiera él. Aún recuerdo la última vez que nuestras miradas se cruzaron, el peso de sus acciones aplastando mi corazón, y cómo me sentí desgarrada entre el amor y la traición. Lo extraño, sí, pero no puedo confiar en él. Estos años me han cambiado. He aprendido más de lo que hubiera imaginado, he visto horrores que habrían quebrado a cualquiera y he descubierto que dentro de mí habita una fuerza que nunca creí posible. La isla me ha aceptado como suya; me habla, me guía, y a través de ella he entendido que no soy como los demás. Mi madre siempre lo supo. "Eres especial", solía decirme. Ahora comprendo sus palabras. Soy la razón por la que todos ellos deben temer.

A pesar de todo, no he sido cruel... al menos no del todo. He seguido abasteciendo con pequeñas cantidades de agua, moviéndome entre las sombras como un fantasma. Pero los alimentos son escasos, y la desesperación ha devorado lo poco que quedaba de su humanidad. Algunos han matado, otros han llegado al extremo de alimentarse de carne humana. La isla se ha convertido en un reino de caos, y yo... yo soy la sombra que los envuelve.

La isla me a mostrado con sueños parte de la historia y ahora Sé que este destino no es casual. Hace mucho tiempo, la Reina Luz condenó a toda su generación, y esa maldición también cayó sobre mí. Pero no lo veo como una carga, sino como un don. Este poder que late dentro de mí es mi arma, y esta noche lo usaré. El viento de la isla me susurra nombres, uno tras otro. Los culpables de incendiar la choza de mi madre están aquí, escondidos entre la podredumbre y el miedo. Los cazaré, uno por uno, y les haré pagar por lo que hicieron. No me detendré hasta que llegue al último de ellos... hasta que enfrente al que empuñó el cuchillo que degolló a mi madre.

Y si eso significa verlo de nuevo, entonces que así sea. Aunque me parta el alma, estoy lista.

Llegué en plena reunión de la isla; todos se encontraban reunidos, agolpados en el mismo lugar. Las voces y risas resonaban en el aire, pero no pensaba en eso, ni en la multitud. Mis ojos solo buscaban una figura, y allí estaba, él, imponente como siempre, al lado de su padre. Los años también lo habían cambiado; su cuerpo, ahora más robusto y esculpido por el tiempo, lo resaltaba de manera inquietante. Mi corazón comenzó a latir más rápido, pero de inmediato recordé mi propósito. Matius era el primero de mi lista, el segundo al mando de los guardias, y esa noche estaba encargado de la choza del líder.

Me dispuse a caminar hacia allí, un cuchillo grande, aquel usado para descuartizar cerdos, llevaba firme en mi mano. Mis pasos eran lentos pero decididos. Al llegar, me detuve frente a él. La incredulidad en su rostro era palpable. Me miró como si no pudiera creer lo que veía, y al final, sus labios pronunciaron palabras cargadas de desdén.

—Los años le sientan bien a las brujas — dijo, sacando su espada con una habilidad que denotaba su experiencia.

—Ni siquiera voy a luchar contigo— respondí, esbozando una sonrisa helada.

—Maldita bruja —murmuró, apretando los dientes, su rostro deformado por el odio.

En ese momento, algo cambió. Mis pensamientos, oscuros y punzantes, transformaron el aire a mi alrededor. El viento, violento y feroz, se desató como una tormenta, pero todo se movía a su alrededor excepto yo. Sentí que mi cuerpo estaba unido al suelo, como si una fuerza invisible me anclara. Él, sin embargo, no tuvo esa protección. No pudo sostenerse. Cayó de rodillas, luchando por mantener el equilibrio. Aproveché la oportunidad y, con rapidez lancé el cuchillo que yacía en mi mano. Lo lancé con precisión a su cabeza, por suerte para el lo golpeó el lado de madera, él cayó al instante, inconsciente. Sin perder tiempo, lo arrastré hasta mi escondite. No antes, sin embargo, de hacer una pequeña parada en su hogar. La familia sería parte del juego que había comenzado.y una por una los trajes a mi morada.

Cuando Matius despertó, la oscuridad era total. Estaba en una habitación cerrada, sola y sombría. Su desesperación llenó el aire cuando comenzó a gritar.

—¿Dónde estás, maldita bruja? —su voz resonaba en las paredes, llena de pavor y rabia.

Se levantó tambaleante, sin notar la cadena en su tobillo, sus ojos buscando, inquietos, algo con lo que pudiera atacarme. Finalmente, su mirada se fijó en su espada tirada al lado de el. No lo pensó ni un segundo. Corrió hacia mí con furia ciega.

—¡Muereee! —gritó, y con un impulso de satisfacción, atravesó mi pecho con la espada.

Su rostro reflejaba lo que él consideraba un triunfo, pero mi sonrisa se mantenía intacta. De repente, el aire cambió nuevamente, como si la realidad misma hubiera vacilado por un instante. Fue entonces cuando escucho la voz, dulce y quebrada, que atravesó la oscuridad.

—Papi... —susurró la voz de su hija.

Mis ojos brillaron con una mezcla de frío y dolor, pero no era mi dolor. No había atravesado mi corazón, sino el de su hija mayor. Su mente, confundida, se negó a aceptar lo que había hecho, hasta que la verdad se le reveló. Fue como un eco lejano: cuando lo entendió, sus lágrimas cayeron con fuerza, como si el mundo mismo se le hubiera desplomado. Recordé, en ese momento, el día en que mi madre murió. Desde las sombras, hablé, mi voz como un suspiro de venganza.

—Espero que te pudras en este dolor —dije, mi tono helado, sin rastro de algún remordimiento.

Él, en su desesperación, balbuceó.

—¡Yo no quería! Jugaste con mi mente... ¡Devuélveme a mi hija! —suplicó, su voz rota, colmada de horror y arrepentimiento.

La respuesta fue la misma: el rechazo. Me negué, y en ese instante, corrió hacia mí. Sin embargo, nunca se percató de que la cadena atada a su tobillo era su propia trampa. La distancia entre él y yo era irremediable. No podía alcanzarme, y su grito, ahora más profundo, se elevó como una condena. El sabía que mi venganza era más poderosa que cualquier otra cosa, que ese era su fin y que cada día su propia mente sería una trampa de la cual no podría escapar. La isla parecía amar el dolor ajeno y Azazel esbozo una sonrisa.




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