Cuando Azazel ya se encontraba conforme con su hazaña, decidió caminar hacia su choza oculta. Sin embargo, una inquietud la invadió; no sabía qué hacer con Israel ni cómo manejar lo que sucedería cuando él y Malaya se encontraran. Sabía que lo que Malaya sentía por ella era más que amor. Si había sido capaz de matar a su propio padre, no dudaba de que podría hacer cualquier cosa para conseguir lo que deseaba. El peso de su propio destino y el de Israel la atormentaba mientras avanzaba. Israel caminó en silencio a su lado, hasta llegar al lugar.
—¿Qué fue eso? —preguntó Israel, visiblemente asustado. Su voz tembló, como si no pudiera entender la magnitud de lo que acababa de suceder. La última vez que la isla y ella se unieron, su poder no era tan desmesurado. —¿Ellos están muertos? —inquirió, con una nota de desesperación en sus palabras.
—No —respondió Azazel, tajante y seca. Sus ojos, fijos en el horizonte, ocultaban más de lo que su voz dejaba entrever.
Un silencio denso se instaló entre ellos, como si el aire mismo se hubiera vuelto pesado. La tensión era palpable, y Azazel sentía el inminente peligro acechando, aunque no lo admitiera. Fue entonces cuando la voz de Malaya los interrumpió, cortando la quietud como un filo afilado.
—¿Quién es él? —preguntó, con tono de furia, sus ojos fulgurantes clavados en Azazel. No había espacio para dudas ni confusiones en su mirada.
—Él es... —dudó por un momento, sin saber cómo responder. En su corazón, el peso de la traición comenzaba a palparse, pues Israel ya no era más su amigo, ni lo sería nunca más—. Un conocido —terminó diciendo, con una frialdad calculada que la sorprendió incluso a ella misma.
—Me llamo Israel —dijo el chico, la indignación resurgiendo en su voz, al ver que su identidad era minimizada de esa manera.
Malaya no pudo evitar la rabia que lo invadió. ¿Un conocido? ¿Desde cuándo Azazel tenía conocidos que pudieran ser un obstáculo para el? Los celos lo devoraron por dentro, y no pudo contenerlos. Se acercó a Azazel con una determinación casi salvaje, y le plantó un beso, un gesto que Azazel no pudo rechazar, pero tampoco correspondió con la misma pasión. Ella lo besó de manera fría, su mente estaba lejos de ese instante.
Ella aún no dejaba de pensar en lo que debía hacer a continuación. En ese momento, entendió que su poder era absoluto, que podría aniquilar a todos a su alrededor si lo deseaba, pero eso no era suficiente. No solo quería destruirlos, no. Quería que sufrieran, que sintieran la tortura de ver cómo su mundo se desmoronaba ante sus ojos. Los quería quebrar por dentro. En su mente, un destello apareció, un pensamiento oscuro como la propia esencia de su ser: "Fuego". Su mente se llenó de imágenes de llamas purificadoras, un infierno real, y una sonrisa cruel se dibujó en sus labios. Que sientan el fuego del infierno en su alma, pensó, mientras el poder en su interior empezaba a despertar, prometiendo el caos.
La voz de Malaya sacó a Azazel de sus pensamientos, pero algo en su tono le hizo sentir una leve punzada de incomodidad.
—Entremos —dijo él, con un tono de fastidio, pues ahora Israel era su invitado.
Azazel, casi sin poder evitarlo, sintió un nudo en el estómago. Sabía que la situación se complicaba. Un silencio denso envolvía la habitación mientras Israel respondía, intentando disimular sus emociones.
—Gracias —respondió Israel, aunque su tono sonaba vacío. Azazel era para él un amor imposible, y las dudas y temores siempre terminaban por arruinarlo todo. La última vez ella lo había desterrado. ¿Era eso lo que él realmente deseaba? La respuesta no estaba clara en su corazón.
Todos estaban reunidos, cenando algunas frutas y bebiendo un poco de agua, pero el silencio era denso y más que incómodo. Azazel se mantenía distante, atrapada en sus pensamientos mientras las sombras del pasado seguían acechándola. De repente, ella habló, sin pensar realmente en lo que decía.
—¿Qué pasó con el capitán y la reina? —preguntó, con voz baja, mientras Israel sacaba una hoja de papel y la leía en voz alta.
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Día 25, Año 1850
El pequeño ser que la Providencia ha depositado en nuestras manos muestra una fortaleza admirable, aunque no podemos evitar que el miedo se apodere de nuestros corazones. Nos hemos establecido en este inhóspito lugar, erigiendo humildes chozas con la esperanza de hallar algo de paz, pero la tragedia nos sigue como una sombra. El mar, implacable y cruel, se lleva consigo a todo aquel que osa intentar escapar de esta prisión. Nos encontramos atrapados, condenados a la soledad de esta isla desolada.
No obstante, algo extraño y desconcertante ocurre. Cada vez que la bebé emite su llanto, surge una nueva fuente de agua, como si el dolor de la pequeña de alguna manera complaciera a la isla misma. Creíamos que la maldición que nos ha caído solo nos afectaría a nosotros, pero hoy, con sorpresa y una gran carga de temor, vimos llegar un nuevo barco naufragado. Extendimos nuestras manos a aquellos que pudimos ayudar, pero una inquietante sensación nos embargó al pensar en cómo contar nuestras desdichas. Los hombres, esos mismos que compartieron la adversidad a nuestro lado, comienzan a perder la razón y, en su locura, hay quienes ya han manifestado el deseo de poner fin a la vida de la pequeña.
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Malaya, sin comprender del todo la magnitud de lo que Azazel había llegado a ser, hizo un gesto de confusión. No sabía que la chica que había amado con obsesión había dejado de ser simplemente una joven dulce y vulnerable. Ahora ella era algo mucho más oscuro, capaz de destruir a cualquiera que se interpusiera en su camino. En su ignorancia, él no entendía que Azazel, la chica que había amado, había muerto hace mucho, reemplazada por la venganza y el poder que ahora dominaban su ser.
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Editado: 22.01.2025