Almas perdidas

16

Día 3 atrapada en otro tiempo

Bridgit, atrapada entre el odio y el dolor, sentía cómo su alma se fusionaba con la isla. Cada respiro que tomaba parecía sincronizado con los latidos de Sheol. En medio de esa conexión, Azazel solo podía observar y sentir, presa de un cuerpo que no le pertenecía, mientras la ira crecía dentro de Bridgit, ardiendo como una llama que nunca podía apagarse. El tiempo y el espacio se volvían distorsionados, como si la misma isla estuviera atrapada en la misma pesadilla que ella.

Bridgit, movida por un impulso oscuro, había seguido el rastro del guardia. La sed de venganza la consumía, pues el hombre que había matado a su hija y a su esposo debía pagar. El dolor por la pérdida de ambos era un fuego que la arrastraba hacia el desastre. Había recorrido kilómetros, atravesado la densa vegetación del reino, hasta llegar a la choza de aquel hombre. Este era el primero de los siete hombres que, uno a uno, debía eliminar para poder cumplir con su venganza.

La choza, apartada en un rincón solitario del cuartel de los guardias, parecía tan inmóvil como la condena que cargaba sobre su alma. La luna, aunque se encontraba oculta entre nubes espesas, proyectaba una luz tenue que iluminaba el camino hacia la cabaña. El silencio de la noche era absoluto, como si el mundo hubiera dejado de existir para brindar su quietud a la furia que Bridgit iba a desatar.

El guardia, un veterano curtido por años de servicio, descansaba en su hogar, ajeno a la amenaza que se cernía sobre él. En una pared de la choza, colgada con reverencia, se encontraba su espada vieja, la misma que había usado en incontables batallas. Era su único recuerdo de sus buenos tiempos, y su presencia le otorgaba una falsa sensación de seguridad.

Bridgit, con sus ojos llenos de furia y desesperación, no dudó ni un momento. Se acercó sigilosamente, su respiración apenas audible, y en el instante en que el guardia comenzó a levantarse, ella ya estaba sobre él. El brillo en sus ojos era de pura determinación. No había espacio para dudas, ni para vacilaciones. La ira era su única guía.

Cuando el guardia la vio, se paralizó un instante. Algo en ella no era normal, algo lo hizo temblar. Sus músculos no respondían ante la figura de la mujer, que parecía estar rodeada por una fuerza inexplicable. Su mirada, cargada de odio y dolor, era lo último que vio antes de que Bridgit se lanzara sobre él con una velocidad que jamás imaginó posible en un ser humano.

—Por ella, por él y por mi —murmuró Bridgit, mientras la furia consumía cada parte de su ser.

El guardia, sorprendido por la repentina presencia de la mujer y por la fuerza sobrenatural que irradiaba, intentó alcanzar la espada vieja, pero la velocidad de Bridgit lo dejó sin oportunidad. Con un movimiento rápido y preciso, ella lo derribó al suelo, su fuerza sobrehumana aplastaba su pecho, era su irá descontrolada.

El combate comenzó con un feroz intercambio de golpes, donde la fuerza descomunal de Bridgit chocaba contra la experiencia del veterano. La choza, que había sido el refugio del guardia durante tantos años, pronto se llenó de fuego y humo. Las llamas comenzaron a prenderse en los tablones de madera, alimentadas por la violencia de la lucha. El guardia aunque era hábil, no pudo igualar la furia y fuerza de Bridgit. En un rápido movimiento, ella le asestó un golpe mortal, y el veterano cayó al suelo, la sangre caía a montones.

Sin embargo, el peligro no había desaparecido. El fuego comenzó a extenderse rápidamente por la choza, y el calor era insoportable. El guardia, con su último aliento, emitió un grito de desesperación, mientras las llamas devoraban su cuerpo.

Bridgit no vaciló. Con la misión cumplida, abandonó la choza en llamas y se adentró nuevamente en la oscuridad del reino. Sabía que aún quedaba mucho por hacer, pero al menos, había logrado vengar a su hija y a su esposo. Aquel guardia era solo el primero de los siete, y la venganza continuaba.

La noche se cernía sobre otro cuartel de los guardias como una manta pesada, oscureciendo el paisaje y sumiendo a la pequeña choza en sombras densas y prolongadas. La luna llena, oculta tras las nubes, apenas iluminaba el entorno. El aire frío soplaba entre los árboles, y el sonido del viento parecía murmurar secretos antiguos, los mismos que habían guiado a Bridgit a ese lugar. Ya había matado al primero, y la sangre que aún le cubría las manos le recordaba la venganza que aún quedaba por cumplir. La sed de justicia no se saciaría hasta que todos los responsables pagaran.

El hombre que había sido su siguiente objetivo se encontraba en su refugio, una choza solitaria dentro del cuartel, apartada de la mayoría. Su presencia parecía más bien un murmullo de indiferencia en un mundo de gritos, pero Bridgit sabía que su historia estaba entrelazada con la suya, y la verdad de sus crímenes no podría ser olvidada.

Se acercó silenciosa, cada paso calculado, cada respiración profunda. No había miedo en ella, solo un propósito implacable. La oscuridad de la noche se hacía eco de su deseo de venganza, y la luz tenue de la luna parecía seguirla con una serenidad ominosa.

Al llegar al umbral de la choza, Bridgit se detuvo un momento. En su mente, las imágenes del primer guardia caían una a una como un peso irrefutable. El recuerdo de su rostro, de sus manos manchadas de sangre, de lo que le había hecho. Esa primera muerte había sido necesaria, pero no suficiente. Ella debía asegurarse de que todos los culpables pagaran, sin excepción alguna.

Empujó la puerta de la choza, que crujió con un sonido bajo, casi imperceptible. El hombre estaba allí, en una mesa destrozada, rodeado de restos de comida y botellas vacías. No levantó la vista al principio, confiado en la oscuridad que lo envolvía. Pero al sentir la presencia de Bridgit, un escalofrío recorrió su espina dorsal. Por un instante, sus ojos encontraron los de ella, y vio en su mirada una condena que no podía eludir.




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