Día 4 atrapada en otro tiempo
Azazel se sentía atrapada. No era su carne, ni su alma. Estaba presa en el tiempo, en el cuerpo de Bridgit que deseaba destruir todo a su paso. Luchaba con todas sus fuerzas por regresar, por escapar de esa prisión que le mantenía cautiva, pero Bridgit no la dejaba ir.
—Eres mía ahora— pensó Bridgit con la voz cargada de furia y determinación.
—Vas a ser testigo de todo lo que haré. No podrás escapar hasta que veas cómo mi venganza consume todo—.
A la mañana siguiente Bridgit se despertó con el cuerpo aún marcado por la sangre seca de las muertes anteriores. La rabia no la había abandonado, y la imagen de los hombres que quedaban por destruir se mantenía fresca en su mente. El viento que pasaba por las grietas de la choza le helaba la piel, pero el fuego que llevaba en su interior le quemaba más.
—Hoy... hoy todo será diferente— murmuró, levantándose mientras los recuerdos de aquellos dos hombres que mato pasaban por su mente.
En el castillo, el reino estaba en total confusión. Los rumores sobre la bruja que había matado a dos guardias se esparcían como fuego. Los aldeanos temían que la oscuridad se apoderara de todo lo que conocían. El rey, en su desesperación, mandaría a su hijo, el príncipe, a tierras lejanas. Sabía que algo terrible se avecinaba, pero no comprendía la magnitud de lo que había desatado.
El joven príncipe comenzó a dar instrucciones a los soldados para reforzar las defensas, aunque su mirada delataba un miedo que no podía ocultar.
—¿Y qué pasa si esa bruja llega aquí?— preguntó uno de los guardias, casi con voz de súplica.
—Si llega, resistiremos. ¡No dejaremos que nos destruya!— respondió el príncipe, pero su tono no convenció ni a los propios soldados.
—Tienes que irte — dijo el rey apareciendo en la habitación, los guardias hicieron una reberencia, mientras que el príncipe indignado lo miró
—Me quedaré — replicó el príncipe
—Te dije que no jugaras así, te advertí que el dolor cambia a las personas, quice prepararte para ser un buen rey, un buen líder — dijo con cansancio el rey
—Padre solo es una mujer enfurecida — dijo el príncipe
—Vete ya — dijo el rey
—Esto no es solo culpa mía— dijo el príncipe, aunque no tuvo más remedio que obedecer, en un barco zarpó hacia otro reino.
Bridgit, por su parte, avanzaba con paso firme hacia el castillo. La furia en su pecho la impulsaba, y la magia oscura que había comenzado a dominarla se expandía a su alrededor como una sombra. El castillo, antaño lleno de vida, ahora se veía como un objetivo. El aire estaba denso, cargado de la energía de la venganza que Bridgit había cultivado durante tanto tiempo.
Al llegar a las murallas, Bridgit levantó las manos hacia el cielo. Un rugido retumbó en el aire, como si la misma tierra temiera lo que se estaba a punto de desatar. Los guardias, al ver el fenómeno, intentaron detenerla, pero sabían que sus espadas y escudos no eran rivales para lo que estaba por suceder.
—¡No puedes hacer esto!— gritó uno de ellos, con desesperación. —¡Te detendremos!—.
Pero Bridgit no los escuchó. Con un solo gesto, la tierra bajo sus pies comenzó a temblar. Las rocas se alzaron del suelo y formaron una pared de piedra que se estrelló contra los muros del castillo. El sonido de la piedra chocando contra el muro retumbó por todo el lugar. Los soldados cayeron al suelo, y las murallas del castillo se agrietaban, mostrando signos claros de que pronto cederían.
—¡Moriran!— grito Bridgit, con su voz cargada de furia. Un grupo de soldados se lanzó al ataque, pero sus esfuerzos fueron en vano. Ella agitó sus manos y el aire se llenó de fuego. Llamas comenzaron a brotar de sus dedos, y los soldados que se acercaron fueron devorados por el calor abrasador.
Azazel observaba todo no con horror, lo hacía con admiración.
Bridgit avanzó con paso firme, atravesando el castillo mientras el fuego consumía las habitaciones, las puertas y las paredes. A su paso, el pánico crecía entre los soldados que aún quedaban. Algunos trataban de huir, pero las llamas les alcanzaban rápidamente. Bridgit se reía entre dientes mientras avanzaba, disfrutando del caos que desataba.
—¿Qué piensan hacer ahora?— murmuró Bridgit al aire, mientras un grupo de guardias se lanzaba al ataque.
Uno de los soldados que desgraciado la vida de Bridgit, armado con una espada larga, dio un paso al frente.
—¡No vas a destruir este castillo, bruja!, ¡Lo juro por mi vida!— grito el hombre.
Bridgit lo miró, sus ojos estaban llenos de furia.
—¿Tu vida?— rió ella. No hay vida que pueda salvarse ahora.
Con un solo movimiento, las llamas salieron disparadas hacia el soldado, y en cuestión de segundos, su cuerpo se desintegró en el aire.
Los guardias que aún quedaban intentaron tomar posiciones defensivas, pero no había escudo ni espada que pudiera detenerla. El castillo entero estaba bajo su control. Las torres se tambaleaban, las puertas cedían bajo el poder de su magia, y las paredes crujían como si fueran a colapsar en cualquier momento.
Bridgit siguió avanzando hasta llegar a la sala del trono, donde el rey había ordenado su última defensa. Pero el trono estaba vacío. El rey había huido.
En ese momento, un capitán se adelantó, con su espada levantada en señal de desafío.
—¡No te lo permitiremos!— gritó, su voz vibrando de desesperación.
Bridgit lo miró, y en un movimiento casi imperceptible, la habitación se llenó de oscuridad. La magia de la bruja invadió la sala, y el capitán cayó al suelo, su cuerpo destrozado por la fuerza del hechizo.
El sonido de la destrucción era ensordecedor. El castillo ya no resistiría mucho más. Las paredes se desplomaron, los cimientos temblaban y, finalmente, con un rugido ensordecedor, el castillo entero se desintegró. La tierra bajo sus pies comenzó a hundirse, como si todo lo que alguna vez fue fuerte y próspero se estuviera desmoronando.
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Editado: 22.01.2025