Día 5 atrapada en otro tiempo
Azazel experimentó lo que parecía ser un salto en el tiempo. El cuerpo de Bridgit, que alguna vez fue el de una joven agraciada, ahora lucía ajado y débil. Las arrugas surcaban su rostro y las marcas del tiempo hablaban de un sufrimiento prolongado. Aquella belleza juvenil había desaparecido, sustituida por una mujer endurecida por los años. Azazel, atrapada dentro de ese cuerpo que no le pertenecía, ardía en desesperación. Cada segundo alimentaba su deseo de regresar a su tiempo, aunque no sabía si su cuerpo original aún existía. Por ahora, estaba condenada a observar los movimientos de Bridgit, sin control sobre su destino.
—Pronto te irás —dijo Bridgit, con una voz calmada pero sombría. Hablaba directamente a Azazel, consciente de su presencia como un eco persistente dentro de sí.
La noche era oscura y pesada, las sombras se cernían sobre la pequeña cabaña donde Bridgit vivía, ubicada en un continente lejano del lugar donde alguna vez había enfrentado su tragedia. En ese reino, hacía años, un príncipe que había huido de su tierra destruida había ascendido al trono tras desposar a la princesa Luz. Aunque al principio pareció una historia de redención, su desesperado intento por concebir un heredero no fructificó. Lo que él ignoraba era que la bruja, la misma que había llevado ruina a su tierra natal, lo había seguido en secreto, acechándolo, esperando el momento propicio para extender su venganza.
Con el tiempo, el príncipe se coronó rey tras la muerte del padre de la princesa. Su poder creció, y con él, su crueldad. Conquistó reinos, destruyó a quienes osaban enfrentarlo y se volvió casi indestructible. Pero Bridgit, observadora de estas oscuras maquinaciones, urdió un plan. Se refugió en un reino lejano, esperando el momento justo para actuar. Durante años ofreció sus poderes a quienes deseaban derrocar al tirano, atrayendo su atención. Finalmente, llegó el día en que un grupo de guerreros del rey la encontró. Era exactamente lo que había planeado.
—¡Ríndete, bruja! —gritó su comandante, un hombre llamado Darion, famoso por su crueldad y lealtad al rey.
Bridgit se cruzó de brazos, su mirada altiva y despectiva.
—Solo hablaré con alguien digno de mi poder—.
—¿Digno? —respondió otro con una sonrisa sarcástica— ¿Quién podría ser digno para una bruja?—.
—Alguien que lo valga —replicó ella, con una calma que helaba la sangre.
—¡El rey no está para tus juegos! —dijo otro mientras desenvainaba su espada.
Bridgit soltó una risa baja, cargada de desprecio.
—¿El rey? —repitió, burlándose— Tu rey no es nada para mi. Pero quiero que le digas que lo estoy esperando. Y dile también a tu reina que yo soy la solución a sus problemas, que yo puedo darle al hijo que tanto anhela su corazón—
—No soy un mensajero— replicó el comandante.
—Tu eres y serás lo que yo ordene—.
Las carcajadas de los guerreros resonaron, pero sus risas se desvanecieron cuando Bridgit extendió sus manos y la tierra comenzó a temblar bajo sus pies.
La bruja levantó los brazos al cielo y comenzó a recitar en una lengua antigua, en sumerio:
—Ki igi dagal-zu, kur-zu kur-ra!—
(Que la tierra se abra y los engulla).
Las raíces de los árboles cercanos surgieron del suelo, retorciéndose como serpientes para atrapar a los guerreros. Las nubes se arremolinaron sobre ellos, oscureciendo la noche aún más.
Darion, ágil y preparado, desenvainó su espada, cortando las raíces que intentaban alcanzarlo. Pero Bridgit no se detuvo. Con un gesto de su mano, las raíces se endurecieron como hierro, atrapando a otros hombres con una fuerza brutal.
—¡Atacadla! —ordenó Darion a los demás, mientras él cargaba directamente contra Bridgit.
Bridgit continuó su invocación:
—Zi sila nu-silim, igi-zu-gin!—
(Que el aire sea pesado como tu alma).
El viento a su alrededor se tornó denso, como si el mundo entero se congelara. Uno de los guerreros intentó flanquearla, pero quedó atrapado, incapaz de avanzar. Con un movimiento de sus dedos, Bridgit levantó al hombre del suelo, estrangulándolo con una fuerza invisible antes de lanzarlo contra un árbol cercano.
—¿Esto es lo mejor que tiene tu rey? —dijo, su voz resonando con un eco sobrenatural.
Darion logró acercarse lo suficiente como para lanzar un golpe directo a su cabeza, pero Bridgit lo detuvo con una sola mano, sujetando su espada en el aire. Sus ojos brillaron con un fulgor rojo mientras su fuerza sobrehumana doblegaba la voluntad del guerrero.
—Dile al rey que lo espero —dijo, sosteniéndolo del cuello con una facilidad aterradora—.
—Si .. siiiii —
Con un movimiento rápido, lo lanzó al suelo. Darion cayó de rodillas, tosiendo y tambaleándose mientras los pocos guerreros restantes huían despavoridos.
—Márchate, y que este día te pese en la memoria—
El asintió, con el rostro pálido, antes de levantarse y huir hacia la oscuridad, dejando a la bruja sola en la noche, con la tormenta disipándose lentamente a su alrededor.
A Darion le tomó cuatro días llegar al castillo, y cada paso que daba hacia el salón del trono sentía el peso de su temor creciendo como una sombra implacable. Las puertas del salón se abrieron con un rechinar pesado, revelando la grandiosidad del lugar: columnas de mármol oscuro se elevaban hasta el techo, adornadas con estandartes dorados que reflejaban la luz temblorosa de las antorchas. El aire estaba impregnado de incienso, pero para Darion, olía a juicio.
Al llegar al pie del trono, el comandante se inclinó.
—Mi rey, la encontramos —dijo, con un hilo de voz que apenas salía de su garganta.
El rey, vestido con una capa de terciopelo carmesí, lo observó desde las alturas con una mirada aburrida.
—¿Y bien? —preguntó con desinterés— ¿La trajeron con ustedes?—.
—E-Es fuerte, mi señor. Se resistió, pero la tenemos capturada en el este, en el reino de San Yin. Hay aliados allí que la vigilan… —mintió, buscando desesperadamente ganar tiempo.
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Editado: 22.01.2025