Malaya e Israel, extenuados por la prisa que llevaban para no ser alcanzados, decidieron detenerse unos instantes. La comunidad quedaba ya muy atrás, perdida en el horizonte hacía horas, pero el peso de la persecución aún les rondaba como una sombra.
El aire estaba cargado de humedad, y el canto de los insectos se mezclaba con el crujir de las hojas bajo sus pies. El cielo, teñido de tonos grises, anunciaba la llegada de la noche.
—Me muero de hambre— dijo Israel, dejándose caer sobre una roca cercana mientras se llevaba una mano al abdomen vacío.
—Bueno, al menos es de hambre y no porque te hayan atravesado con una espada— respondió Malaya con una sonrisa cansada, aunque sus ojos permanecían alertas.
—Estoy agotado— murmuró Israel, apoyando la cabeza entre las manos.
Malaya también estaba al límite. Su estómago rugía de hambre, y sus piernas temblaban con cada paso. Sin embargo, decidió ignorarlo, enfocándose en mantener la calma. La responsabilidad que llevaba sobre sus hombros era mayor que cualquier incomodidad.
—Sabes...— dijo Israel tras un rato de silencio —ella está más pálida que ayer—.
Malaya alzó la vista hacia azazel, pero no permitió que su preocupación se reflejara.
—Pronto llegaremos. Ella estará bien respondió, como si decirlo en voz alta pudiera hacerlo realidad.
—¿Confías en ella?— preguntó Israel, con una mezcla de duda y desafío en su voz.
—Sí, confío en ella, yo daría mi vida por ella— dijo Malaya sin vacilar, con una convicción que parecía grabada en piedra. Israel frunció el ceño, incapaz de contenerse.
—¿A pesar de que te oculta cosas?—
Un brillo oscuro cruzó los ojos de Malaya.
—No necesito conocer todos los secretos para saber que la amo— dijo más que firme.
—Tu amor va más allá—.
—Sé que me oculta cosas. Sé que hay secretos que nunca compartirá conmigo, tal vez incluso sobre mí mismo. Pero no me importa. Ella es todo lo que tengo. Y si alguien intentara hacerme dudar de ella... lo mataría sin pensarlo—El tono grave de su voz no dejaba lugar a dudas. Israel apartó la mirada, optando por el silencio.
Ese silencio, sin embargo no duró mucho, un crujido seco entre los arbustos les puso en alerta. Instintivamente, Malaya e Israel se incorporaron. Cuatro figuras emergieron del bosque, sus armaduras reflejando la escasa luz que quedaba. Eran guardias, y sus pasos apresurados no dejaban dudas sobre sus intenciones.
En la carreta detrás de ellos, el cuerpo de Azazel yacía inmóvil. Protegerla era lo único que importaba, pero esta vez el cansancio era abrumador. Sabían que luchar sería casi imposible; sus fuerzas estaban al límite.
—¿Estás listo?— susurró Malaya, con los ojos fijos en los recién llegados.
—No. Pero eso nunca ha importado antes— respondió Israel, alzando su arma con esfuerzo.
La lucha comenzó con una ferocidad desesperada. Malaya e Israel, aunque agotados, pelearon con todo lo que les quedaba. Los movimientos eran lentos, los reflejos torpes, pero la voluntad los mantenía de pie.
Un guardia logró herir a Malaya en el rostro con un corte superficial, pero la sangre que goteaba por su mejilla parecía más una marca de guerra que una herida.
—Mi rostro, ¡No!— exclamó Malaya entre jadeos, apartando al guardia con un golpe brutal—. ¿Qué será de este mundo sin mi belleza perfecta?—.
A pesar del peligro, Israel dejó escapar una risa entrecortada.
—Supongo que sobreviviremos con tu modestia intacta—bromeó, devolviendo una estocada a otro guardia.
Las bromas se desvanecieron rápidamente cuando las fuerzas comenzaron a flaquear. Sus cuerpos sufrían bajo cada golpe, y las heridas se acumulaban. Parecía que sería su fin. Pero entonces, un grito agudo cortó el aire. De entre las sombras surgió una joven ágil y precisa como una flecha. Sin detenerse, se lanzó contra los guardias, sorprendiendo a todos.
Era Zaing, una mujer con destreza en combate, cuyos movimientos eran tan certeros que logró inclinar la balanza a su favor. Sus ataques eran rápidos, calculados, y en pocos minutos, los guardias comenzaron a caer uno por uno.
Cuando el último guardia cayó al suelo, Zaing se giró hacia ellos, limpiándose el sudor de la frente.
—No podrían elegir un lugar más tranquilo para detenerse, ¿verdad?—dijo con una sonrisa torcida, extendiéndoles una mano para ayudarlos a levantarse.
Malaya, aún respirando con dificultad, se palpó la herida del rostro y miró a Zaing con un brillo sarcástico en los ojos.
—Espero que seas buena con las agujas. Este rostro no se reparará solo—.
Israel, aún recuperando el aliento, la miró con una mezcla de curiosidad y confusión.
—¿Se conocen?— preguntó.
—No— respondió Malaya, con una sonrisa torcida mientras aceptaba la ayuda de Zaing para levantarse— pero nos acaba de salvar el trasero que nos ayude con las heridas no está de más—.
—Soy Zaing— dijo la chica con un tono relajado. Era un poco baja de estatura, con ojos marrones profundos y pecas que adornaban su rostro como si hubiesen sido colocadas con cuidado.
—Soy Israel y él es Malaya -respondió señalando a su compañero.
Malaya, tras examinar a Zaing, no pudo resistir la tentación de soltar una broma.
—Pensé que los duendes no eran tan peligrosos—
Zaing alzó una ceja, pero antes de responder, las risas de todos llenaron el bosque. A pesar de la tensión y el cansancio, aquel momento de alivio resultó ser tan refrescante como inesperado. Era cierto, Zaing no medía más de 1.60, y junto a los dos hombres parecía aún más pequeña, pero su fuerza y valor habían demostrado que las apariencias podían engañar.
Después de la broma, un silencio momentáneo se instaló, pero era un silencio cómodo, uno que no traía consigo la tensión de antes. A pesar de los riesgos y las cicatrices, algo en el aire cambió. La aparición de Zaing no solo los había salvado, sino que también había traído una sensación de alivio y esperanza.
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Editado: 22.01.2025