Almas perdidas

21

La atmósfera era densa, como si el aire mismo tuviera peso, dificultando la respiración y atrapándolos en una humedad pegajosa que no cedía. El silencio que los rodeaba era espeso, roto solo por el crujir de las ruedas de la carreta que avanzaba lentamente sobre el terreno desigual. Israel empujaba con fuerza desde atrás, mientras que Malaya, al frente, tiraba de la carreta con una determinación sombría. Zaing, ágil y atenta, se adelantaba rápidamente, despejando cada obstáculo que se les presentaba.

El peso del silencio comenzó a volverse insoportable, y finalmente fue Israel quien lo quebró.

—Solo falta cruzar el río— dijo, su voz grave, como si el mismo aire se viera presionado por su preocupación.

Zaing levantó la mirada hacia el horizonte, donde la línea del río se perfilaba en la distancia. El sonido de la corriente ya era audible, y sus ojos reflejaban la tensión acumulada durante el viaje.

—Estamos cerca —respondió, su tono era algo más urgente.

Malaya, que hasta ese momento había mantenido el rostro impasible, dejó escapar una leve exhalación. Su mirada osciló entre la corriente del río y la figura inmóvil de Azazel en la carreta.

—Una hora más después de cruzar el río y llegamos —dijo, pero en su voz se percibió un matiz de preocupación que no pasó desapercibido.

Al llegar al borde del río, la situación cambió rápidamente. El agua rugía furiosa, chocando contra las rocas con una violencia incontrolable. Las primeras gotas mojaron las ruedas de la carreta, que crujieron y chirriaron bajo el peso de la inminente dificultad. Israel frunció el ceño, observando el río con seriedad.

—No podemos cruzar con la carreta —dijo, su voz firme, pero con un tono que denotaba la urgencia de la situació—. La corriente es demasiado fuerte, y Azazel podría estar en peligro si intentamos cruzarla así—.

Zaing, que había estado observando el río con concentración tensa, asintió rápidamente.

—Es cierto, tendríamos que dejarla —respondió, sus palabras flotando en el aire, acompañadas por el estruendoso sonido del agua que los rodeaba.

Malaya, con un suspiro apenas audible, soltó las correas que ataban a Azazel y, con un esfuerzo calculado, la cargó en sus brazos. La ligera preocupación en su rostro se desvaneció por un momento, reemplazada por una determinación silenciosa. El río era un obstáculo imponente, pero lo más importante era que Azazel estuviera a salvo. La carreta ya no importaba.

—Lo más importante es que ella esté bien —dijo Malaya, sus ojos fijos en la joven, inconsciente y vulnerable, en sus brazos.

Zaing, con nerviosismo palpable, miró al agua con temor. La corriente rugía, como si estuviera esperando devorarlos, y el silencio entre ellos fue roto solo por el sonido de las aguas chocando contra las rocas.

—Vamos a cruzarlo. Esto no será fácil —dijo Zaing, su voz temblorosa mientras miraba a los demás con una mezcla de resolución y miedo.

Israel tomó la iniciativa, dio un paso hacia el agua. Su cuerpo se movió con decisión, pero sus pasos eran vacilantes bajo la presión de la corriente. El agua le llegaba casi a los hombros, y su altura le otorgaba algo de ventaja, pero el esfuerzo era evidente. Sus músculos tensos mostraban la lucha interna, como si cada paso lo empujara más cerca de un abismo.

Malaya, con una mirada fija y decidida, asintió y, con Azazel aún en sus brazos, se adentró tras él. La corriente lo golpeaba con furia, pero su fuerza y altura le permitían mantenerse en pie, aunque el agua se alzaba sobre él, dificultando cada paso. A pesar de la lucha, su rostro permaneció impasible, y su único objetivo era proteger a Azazel.

Zaing, por otro lado, luchaba más con el agua. Su estatura más baja dificultaba su equilibrio, y el miedo se reflejaba en su rostro al sentir cómo la corriente la arrastraba lentamente. A cada paso, su ansiedad crecía, pero se esforzaba por mantenerse, sin querer ser una carga para los demás. Sin embargo, cuando el agua alcanzó su pecho, la fuerza de la corriente la arrastró rápidamente.

—¡Zaing! —gritó Malaya, al darse cuenta de la gravedad de la situación.

Antes de que pudiera reaccionar, Israel, ya al otro lado, observó cómo la joven luchaba por no ser arrastrada. Sin dudarlo, se lanzó de nuevo al agua, su cuerpo peleando contra la corriente con la determinación de un hombre dispuesto a salvar a su compañera.

Malaya, con la conciencia de que no podía dejar a Zaing atrás, aceleró el paso, llevando a Azazel con cuidado y rapidez. Al llegar a la orilla, la colocó con sumo cuidado sobre la arena, asegurándose de que estuviera lo más segura posible antes de lanzarse al agua.

La pelea contra la corriente fue feroz. El agua parecía desafiarlo, pero la determinación de Malaya lo mantenía firme. Cuando llegó junto a Israel, ambos luchaban con todas sus fuerzas para mantener a Zaing a flote.

—¡Tírala hacia mí! —gritó Malaya, la ansiedad clara en su voz, como el agua que los rodeaba.

Con un esfuerzo sobrehumano, Israel empujó a Zaing hacia él, y con la ayuda de Malaya, lograron llevarla finalmente a la orilla.

Exhaustos, pero aliviados, se quedaron allí, respirando pesadamente. El peligro inmediato había pasado, pero la tensión seguía palpable en el aire. Zaing temblaba, pero estaba a salvo. La lucha, aunque agotadora, había valido la pena.

Malaya, aliviado pero aún preocupado, fue el primero en romper el silencio.

—¿Estás bien, Zaing? —preguntó, su voz suavizada por el cansancio.

Zaing, aún temblando, sonrió débilmente.

—Sí… gracias a ustedes —respondió, su voz débil pero agradecida.

Azazel ya estaba a salvo sobre la arena, su cuerpo descansando. La carreta había quedado atrás, pero lo más importante era que estuvieran vivos. Nadie había resultado gravemente herido.

Israel asintió, esbozando una sonrisa cansada.

—Es lo que hacemos por nuestro equipo —dijo, aunque su rostro reflejaba el agotamiento.




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