---EMMA---
Estaba recostada en mi cama, con la laptop sobre las piernas, buscando más información sobre Cole Reid. No podía evitarlo, había algo en él que despertaba mi curiosidad. Su nombre era como un imán en los buscadores, apareciendo en entrevistas deportivas y columnas de opinión. Pero lo que llamó mi atención fue una nota de una revista económica que apareció en medio de mi búsqueda.
"Reid Communications: Cambio de Dirección Imminente" era el título. Fruncí el ceño y me incliné hacia la pantalla para leer mejor. La nota hablaba de Reid Communications, la compañía de telecomunicaciones de su padre, Walter Reid, uno de los empresarios más influyentes del país. El artículo explicaba que la compañía estaba por atravesar una transición: el control pasaría a su hijo mayor, el "enigmático Cole Reid".
Mis dedos tamborilearon sobre el teclado. Así que esa era la razón por la que necesitaba una asistente. No se trataba solo de simplificar su trabajo en la revista; seguramente estaba pensando en dejar el periodismo para hacerse cargo del imperio familiar. Me quedé mirando la pantalla por un momento, procesando la información. ¿Planeaba renunciar pronto? Era una posibilidad que encajaba con todo lo que había visto de él hasta ahora.
En ese momento, sonó un golpe suave en la puerta.
—¿Emma? —preguntó la voz de Celik desde el otro lado.
—Pasa —contesté, cerrando rápidamente la pestaña del navegador.
Celik asomó la cabeza por la puerta y luego entró del todo, sosteniendo una taza de té. Sus ojos oscuros siempre tenían ese brillo amable, como si nunca dejara de preocuparse por el bienestar de los demás.
—¿Cómo estuvo tu día? —preguntó, ofreciéndome una sonrisa mientras dejaba la taza en mi mesita de noche.
—Interesante —murmuré, acomodándome en la cama—. Conocí a Cole Reid. Por segunda vez, en realidad. Parece ser buen tipo.
Celik arqueó una ceja y se sentó al borde de la cama.
—¿Sí? —dijo con tono divertido—. Sí que lo es. Salí con él algunas veces, pero no fue nada serio.
Lo miré sorprendida.
—¿Saliste con él?
Celik se encogió de hombros con una sonrisa despreocupada.
—Fue hace tiempo, nada formal. Nos veíamos cuando coincidíamos en algún evento de la revista o cosas así.
Parpadeé, asimilando la información. De alguna manera, no me sorprendía. Cole Reid parecía el tipo de hombre que dejaba una huella en cualquier lugar al que fuera.
—Parece que arrasa con todo —comenté con una risa suave, intentando disimular lo que me pasaba por la cabeza.
Celik sonrió, pero luego adoptó una expresión más seria.
—Es un tipo encantador, pero... ten cuidado, Emma.
Levanté la cabeza, extrañada por el cambio en su tono.
—¿Por qué lo dices?
—Porque Cole es coqueto, y tú eres joven —respondió con suavidad—. Él ya está en sus treinta, y, sinceramente, no creo que vaya a sentar cabeza pronto. No quiero que termines herida.
Apreciaba la advertencia de Celik, aunque no estaba segura de cómo tomarla. ¿Era una advertencia legítima, o había un matiz de celos en sus palabras? No sabía qué pensar, pero agradecí su sinceridad.
—Gracias por preocuparte, Celik —murmuré, dándole una sonrisa tranquila.
Celik asintió, como satisfecho con mi respuesta, y se puso de pie.
—No tienes de qué. Solo no bajes la guardia, ¿vale?
Lo observé mientras se dirigía hacia la puerta y salía de la habitación. Me quedé sola otra vez, con la pantalla de mi laptop aún encendida, mostrando la foto de Cole en la revista.
Algo en su mirada en esa imagen me inquietaba, como si ocultara más de lo que estaba dispuesto a mostrar. La pregunta era qué tanto estaba dispuesto a dejarme descubrir antes de marcharse de ese mundo para siempre.
Me tiré sobre la cama con el teléfono en la mano y suspiré. Aún tenía la euforia contenida en el pecho desde que me dieron la noticia en la revista. Lo había conseguido. Mañana sería oficialmente mi primer día en Kensington Magazine. A pesar de estar feliz, había algo incompleto. Sabía que solo una llamada podría arreglarlo.
Deslicé el dedo por la pantalla, buscando el contacto de casa, y cuando al fin presioné llamar, me acomodé entre las almohadas. La llamada apenas dio dos tonos antes de que la voz entusiasta de mi madre contestara.
—¡Emma, cariño! ¡Justo estábamos hablando de ti! —exclamó con ese tono tan familiar que siempre hacía que mi corazón se sintiera más ligero.
—Hola, mamá —saludé, dejando escapar una risa.
—¿Cómo te fue en la entrevista, hija? —intervino mi papá al fondo, seguramente pegado al auricular del otro lado, como hacía siempre. Podía imaginármelos: mi mamá en la cocina con la línea inalámbrica y mi papá siguiéndola como un detective curioso.
—¿Te llamaron ya? —insistió mi madre, con ese entusiasmo vibrante que nunca podía contener.
Sonreí para mí misma, disfrutando el momento.
—Bueno... —alargué el silencio un segundo, como queriendo construir la anticipación—. ¡Me dieron el puesto! Empiezo mañana oficialmente.
Hubo un coro de gritos de alegría al otro lado de la línea. Podía escuchar a mi madre chocar las manos con mi padre y la voz triunfante de ambos.
—¡Sabía que te lo darían! —declaró mi madre con orgullo—. Siempre supe que eres brillante, Emma. No había forma de que no te eligieran.
—Eso es increíble, cariño —intervino mi papá con ese tono cálido que me recordaba los domingos viendo partidos en el sofá—. Pero... escúchame, porque hay algo más. Hablé con mi amigo Ed, ¿recuerdas? El del diario de Dallas. Dice que si no te daban el puesto allá, podías empezar como escritora en su periódico. No sería gran cosa, pero al menos podrías arrancar desde cero.
Me mordí el labio, conmovida por el esfuerzo de mi padre, pero negué suavemente con la cabeza, aunque no pudieran verme.
—Gracias, papá, pero no será necesario. Kensington ya me dio la oportunidad. Estoy dentro.
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Editado: 21.11.2024