Almas y secretos: El juego del destino

4.- Secretos y miradas.

---EMMA---

Estaba sentada en mi cubículo, repasando un par de correos y ajustando algunos detalles en la agenda de Cole, cuando escuché unos pasos ligeros acercarse. Levanté la mirada justo a tiempo para ver a Thomas, el asistente de fotografía y edición. Era un tipo alegre, siempre con una energía contagiosa. Su cabello castaño y desordenado parecía reflejar su estilo de vida despreocupado.

—¿No has salido a comer todavía? —me preguntó, inclinándose contra la pared del cubículo.

Me recargué en la silla, estirando el cuello después de tanto rato concentrada.

—No, la verdad es que no. Me distraje con todo esto —admití, señalando la pantalla.

Thomas sonrió con simpatía y cruzó los brazos.

—Pues es hora de comer. Vamos, te invito algo —ofreció con un gesto casual.

Sentí la tentación de aceptar en el momento, pero dudé. Cole no estaba en su oficina, y no quería ausentarme por si me necesitaba. No quería quedar mal en mi primer día, aunque mi estómago no opinaba lo mismo y ya comenzaba a rugir de manera traicionera.

—No estoy segura... ¿y si Cole me busca? —murmuré, todavía insegura.

Thomas rodó los ojos, divertido.

—Te prometo que Cole sobrevivirá unos minutos sin ti. Además, si no comes, ¿cómo vas a aguantar el ritmo de esta oficina? Vamos, no seas aburrida.

La sonrisa de Thomas era convincente, y mi hambre terminó ganando. Me levanté, agarré mi bolso y lo seguí hacia la salida. El aire fresco del exterior me golpeó en la cara al salir del edificio, y por un momento sentí cómo la tensión acumulada en mis hombros comenzaba a disiparse. Caminamos unas calles hasta llegar a una cafetería-bar con un ambiente acogedor.

Cuando cruzamos la puerta, mi corazón dio un vuelco al ver quiénes estaban allí. Cole, Mónica, Brooke, Jack y Celik estaban sentados alrededor de una mesa, con expresiones cómplices y sonrisas que me hicieron sentir como si hubiera caído en alguna especie de trampa.

Parpadeé sorprendida y miré a Thomas, que sonrió como si hubiera planeado esto todo el tiempo.

—Bienvenida —anunció con una inclinación teatral.

Me quedé boquiabierta mientras procesaba lo que sucedía. Antes de que pudiera preguntar, Thomas me dio una palmadita en la espalda.

—Es nuestro pequeño ritual de bienvenida. Cada nuevo miembro del equipo tiene su propia "comidita sorpresa" —explicó, guiñándome un ojo.

La risa me brotó de los labios sin quererlo, aliviada al darme cuenta de que no era una emboscada, sino un gesto amistoso. El ambiente era cálido y relajado, y la mesa estaba repleta de comida: alitas de pollo, papas gajo, y aros de cebolla que me hicieron la boca agua al instante.

Un mesero apareció entonces con una bandeja en mano, y Cole, relajado y confiado como siempre, le indicó:

—Tráenos unas cervezas para acompañar.

Le agradecí a todos por la sorpresa, sintiéndome extrañamente halagada por la atención. Jack, el editor en jefe, levantó su vaso con una sonrisa encantadora que denotaba su posición de liderazgo.

—Esto es tu bienvenida oficial, Emma. Además —añadió con un brillo divertido en los ojos—, como eres la más joven de la empresa, oficialmente eres la bebé de Kensington. Teníamos que demostrarte que aquí tratamos bien a nuestros colaboradores.

No pude evitar reírme ante su comentario, aunque noté que los demás asentían, disfrutando del momento.

—Así que soy la bebé, ¿eh? ¿Eso significa que puedo exigir favores a todos? —respondí con un tono divertido, dejándome llevar por la atmósfera ligera.

—No te emociones tanto —bromeó Brooke, la jefa de diseño, mientras tomaba un aro de cebolla del plato más cercano—. Ser la bebé también implica pagar novatadas, ¿sabes?

Todos rieron, incluido yo, aunque por dentro seguía sorprendiéndome lo rápido que me estaban integrando al equipo. Era como si, de alguna forma, ya formara parte de su mundo.

Cole se inclinó ligeramente hacia mí y me dio un apretón suave en el hombro. Su toque fue breve, pero lo sentí más de lo que esperaba.

—Bienvenida al mundo editorial de élite —me susurró cerca del oído, con esa voz baja y cargada de intención que me hizo sentir un ligero cosquilleo en la nuca.

Sentí cómo el calor me subía por las mejillas, pero intenté disimularlo concentrándome en la comida que tenía enfrente. No podía dejar que notara lo mucho que me afectaba su cercanía. No ahora.

—Gracias —murmuré, casi en un suspiro, mientras me acomodaba en la silla para que nadie más notara mi nerviosismo.

Thomas, siempre atento, me pasó un plato y guiñó un ojo.

—Espero que tengas hambre. Porque la bienvenida no termina hasta que acabemos con todo esto.

Solté una carcajada, finalmente relajándome del todo. El ambiente era cálido, las risas constantes, y la comida exactamente lo que necesitaba después de un primer día lleno de nuevos desafíos. Me di cuenta de que, por primera vez en mucho tiempo, sentía que estaba en el lugar correcto.

.

Tenía la boca llena con un aro de cebolla perfectamente dorado, crujiente por fuera y suave por dentro, cuando noté algo extraño. Cole me estaba mirando. No de manera casual, sino fija, como si yo estuviera haciendo algo que no podía dejar de observar.

Fruncí el ceño y lo miré de reojo, intentando descifrar qué diablos estaba pasando por su cabeza.

—¿Por qué me miras así? —le pregunté finalmente, después de tragar y limpiarme con una servilleta.

Cole se rio suavemente, agitando la cabeza como si quisiera despejar algún pensamiento absurdo.

—Nada, nada —dijo con esa sonrisa de medio lado que usaba demasiado a menudo.

Pero yo no lo dejé pasar. Lo conocía lo suficiente en el poco tiempo que llevábamos trabajando juntos como para saber que cuando Cole decía "nada", en realidad siempre había algo más.

—No me vengas con ese "nada". ¿Qué? —insistí, inclinándome un poco hacia él, curiosa.




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