Almas y secretos: El juego del destino

7.- Encuentros

---COLE---

El motor de la Range Rover ronroneaba suavemente mientras nos abríamos paso entre el tráfico de Nueva York. El volante se sentía familiar bajo mis manos, y la compañía... bueno, la compañía era una grata sorpresa. Miré de reojo a Emma, que estaba absorta en la vista de la ciudad que pasaba por la ventana. Algo en su semblante, en la forma en que sus labios se fruncían ligeramente cuando estaba pensativa, me hacía querer saber en qué estaba pensando.

Después de un rato en silencio, fue ella quien rompió el hielo.

—Oye, Cole, —empezó, girando su cuerpo un poco hacia mí—. Una pregunta. ¿Qué es Susan para ti? —Había un brillo curioso en sus ojos, como si estuviera tratando de descifrar un enigma.

Solté una pequeña risa, un poco más profunda de lo habitual, como si ella me hubiera atrapado en un juego que yo ya conocía.

—¿Y qué crees tú que es Susan para mí? —le devolví la pregunta, alzando una ceja mientras la miraba brevemente antes de volver mi atención al camino.

Ella me miró, entrecerrando los ojos como si estuviera evaluando cada uno de mis gestos. Podía ver cómo su mente trabajaba, tratando de juntar las piezas.

—No sé... —respondió, tomándose su tiempo—. Quizás alguna ex que no has superado y que tenerla de amiga, te basta... por ahora —La forma en que lo dijo, con ese tono medio serio, medio burlón, me hizo soltar una carcajada genuina.

—Ex, ¿eh? —repetí, sacudiendo la cabeza mientras una sonrisa se extendía por mis labios—. Bueno, hay una cosa que es cierta: jamás superaría a alguien como Susan... pero no porque sea mi ex, sino porque es mi hermana menor.

Emma parpadeó, claramente sorprendida. Sus labios formaron un "oh" silencioso antes de soltar una risita, como si intentara procesar la información.

—¿Hermana menor? —murmuró, volviendo a mirarme con una expresión más suave.

Asentí, sintiendo una especie de calidez al hablar de Susan. Hablar de mi hermana siempre traía ese lado protector que, a veces, ni siquiera yo sabía que tenía.

—Sí, nació cuando yo tenía seis años. Y desde el momento en que la sostuve en mis brazos, supe que ella sería mi mayor debilidad. —La miré de nuevo, esta vez con una sonrisa que era más nostálgica que cualquier otra cosa—. Mis padres siempre me decían que, siendo el hermano mayor, tenía que cuidarla, protegerla... y supongo que me tomé esa tarea demasiado en serio.

Emma me miró con una expresión casi enternecida.

—Eso es realmente dulce, Cole. —Sus palabras eran sinceras, y algo en la forma en que lo dijo hizo que mi pecho se sintiera un poco más ligero.

Negué con la cabeza, riendo suavemente.

—No, no es tan tierno como crees. Verás, ser protector con Susan me metió en un montón de problemas. Digamos que no siempre he sido el tipo de chico que se mantiene al margen.

—¿Qué quieres decir? —preguntó ella, intrigada—. ¿Te metiste en peleas por ella?

Sonreí al recordar una de esas ocasiones. Parecía tan lejana, pero la sensación de adrenalina aún me recorría las venas al pensar en esos momentos.

—Si, bueno, hubo una vez... —comencé, permitiéndome un breve silencio mientras recordaba los detalles. Emma se giro ligeramente para verme, con sus ojos brillando con anticipación—. Tenía dieciséis años, Susan tenía diez. Unos chicos de su escuela la estaban molestando. Era la nueva del colegio, y ya sabes cómo son algunos críos cuando ven a alguien diferente. La llamaban "niña rica", la empujaban en los pasillos, la hacían tropezar a propósito. No me enteré hasta que un día llegó a casa con los ojos rojos y las rodillas raspadas.

Vi cómo Emma apretaba los labios, claramente molesta por lo que le contaba. Me gustaba esa empatía en ella.

—No tuve que sacarle muchas palabras para entender lo que pasaba —continué—. Así que, al día siguiente, decidí ir a la escuela con ella, su edificio estaba cerca del mío. No le dije nada a mis padres; porque sabía que intentarían detenerme. Pero, en mi cabeza, no había opción. Nadie iba a meterse con mi hermana.

Emma asintió, animándome a seguir, totalmente inmersa en la historia.

—Cuando llegamos al colegio, esperé en un rincón, fuera del alcance de los profesores. Susan fue a su clase, y yo me quedé observando. Pasaron unos minutos y ahí estaban, los tres idiotas. El líder del grupo, un chico alto y flaco, le arrebató la mochila y la tiró al suelo. Susan intentó recuperarla, pero él solo la empujó.

Emma respiró hondo, como si estuviera viviendo el momento conmigo.

—Así que, sin pensarlo, caminé hacia ellos. Lo agarré por la camisa y lo empujé contra la pared. Le advertí que si volvía a tocar a mi hermana, tendría que lidiar conmigo. Pero, ya sabes cómo son los chicos de esa edad... no les gusta que los desafíen frente a sus amigos. Me soltó una carcajada, diciendo que no me atrevía a hacer nada.

—¿Y qué hiciste? —preguntó Emma, sus ojos brillando con una mezcla de anticipación y diversión.

—Bueno, digamos que no fue su mejor día —respondí, sonriendo de lado—. Le di un buen puñetazo en la cara. Claro, los profesores llegaron corriendo y nos separaron antes de que las cosas se pusieran peor. Me expulsaron por unas semanas, y mis padres estuvieron furiosos... pero Susan nunca volvió a tener problemas con esos chicos. —Me encogí de hombros, como si fuera lo más natural del mundo.

Emma se echó a reír, pero había un brillo de admiración en sus ojos.

—Vaya, no tenía idea de que fueras tan... impulsivo.

—Digamos que, cuando se trata de Susan, pierdo un poco la cabeza. —Le lancé una mirada significativa antes de añadir—. Creo que hay personas que simplemente sacan ese lado protector de ti. No puedes evitarlo, es como un instinto.

Ella se quedó en silencio un momento, sus ojos buscando los míos como si intentara descifrar algo.

—Bueno, ahora entiendo por qué Susan te adora tanto. Eres el hermano mayor que toda chica querría tener.




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