Capítulo 3
Los vespertillios
Al anochecer la cena resultó bastante desagradable, ya que un licántropo parecía haber traspasado las barreras de seguridad del castillo. Todos corrían y gritaban con un gran terror infundido por la bestia , mientras mesas y sillas salían volando a su paso acompañados del sonido de la vajilla rota, hasta que uno de los profesores, Thaddeus Corvus, intentó intervenir con su varita para detenerlo, pero este le propinó un veras zarpazo que lo lanzó contra la pared de fondo, descolgando varios cuadros, asta perder el conocimiento. Pronto la criatura se aproximó a una de las mesas donde estaba sentada Nixia, casi que petrificada y justo cuando la bestia levantó una de sus patas ante la chica, Orión apareció de improviso y se abalanzó sobre él, iniciándose la épica y clásica pelea de un vampiro contra un hombre—lobo. Nixia congelada solo presenciaba los mordiscos y fuertes revolcones centrifugadores, con el transmutado cánido lanzando a un lado Orión e hiriendo su rostro, dejándole una sanja cerca de su mejilla izquierda, que si hubiese sido alcanzado del todo, pudiese haber perdido su ojo. La situación estuvo a punto de volverse catastrófica cuando el maestro recuperó el conocimiento y lanzó un hechizo hacia la agotada criatura.
—**Hibernia** —El torso del licántropo se solidificó al instante en una estructura helada y brillante, pero después de un breve momento de quietud, el hielo se fragmentó, liberando al monstruo que, con un alarido desgarrador, huyó disparado hacia la salida, dejando tras de sí un rastro de trozos de hielo.
Corvus buscaba si había algún herido, mientras los alumnos rodeaban de habladurías a Orión por compartir una genética mágica parecida al licántropo, era también un vespertillio, un vampiro. Los murmullos se extendían mientras Orión se levantaba del suelo.
—Orión, ¿estás bien? —preguntó Lumar preocupada.
—Solo aléjate de mí —respondió con indiferencia mientras caminaba hacia la salida.
—¿Estás bien Nix? —interrogó Borea, acercándose con una expresión de aprehensión
—No, Borea, no estoy bien. Estoy preocupada —respondió Nix, su voz temblando ligeramente mientras sus ojos seguían la figura de Orión que se desvanecía en la distancia, ahogada en un mar de pensamientos sobre su situación.
Nixia se acercó con una mezcla de nerviosismo y determinación, sabiendo que lo que iba a decir podría cambiar el rumbo de las cosas. El maestro de hechizos, ya había comenzado a organizar pergaminos y tintas sobre su escritorio de roble, reflejando un caos ordenado que solo él parecía entender.
—Disculpe, ¿podría darme un minuto de su tiempo?
—Sí, adelante —respondió el maestro, levantando la mirada de su trabajo, intrigado por la expresión seria de la estudiante
Nixia inhaló profundo, sintiendo el peso de las miradas despectivas y llenas de dudas que habían recaído sobre Orión. Era injusto, pensó, y no podía dejar que esa animosidad intensa se propagara como una sombra que oscurecía su verdadero ser.
—He venido a hablar sobre Orión —comenzó, manteniendo la mirada firme—. Sé que ha habido rumores, pero le aseguro no revelan la verdad.
El maestro frunció el ceño, cruzando los brazos sobre su pecho y la observó con mucha atención.
—He conocido a Orión desde hace tiempo, y podría decir que su corazón es noble —continuó ella—. No es el monstruo que algunos quieren hacer creer. Sus acciones han sido malinterpretadas al igual que las de Jasper
—¿Y cómo puedes estar tan segura, Nixia? —interrogó el maestro, en un tono un tanto más suave y seguro—. La magia puede volverse oscura si no se controla.
—Precisamente, maestro. Es por eso que necesitamos apoyarlo, no aislarlo. Juntos podemos ayudarlo a...
—Lamento decir que no podemos hacer nada por él —confesó el maestro, visiblemente disgustado volviendo su vista a los pergaminos dispersos en su mesa y dejando escapar un ligero suspiro de sus labios, como si tratara de liberar un peso en su pecho—. Es un vespertillio. Su vida será un tormento vaya donde vaya.
—Eso es tan injusto… —dijo Nixia, consternada.
—Lo único que te puedo asegurar es que necesita amigos como tú —dijo el maestro, esbozando una leve sonrisa, que iluminó un momento su semblante cansado—. No permitas que te aleje. Esa es su especialidad. Puede que su naturaleza lo lleve a buscar la soledad pero no le servirá de nada.
Nixia sintió una punzada en el corazón ante las palabras del maestro. Comprendía que el vespertillio, encerrado en sus propias sombras, podía ignorar su esfuerzo. Pero estaba decidida a no rendirse.
Se apresuró hacia la enfermería, el único rincón del castillo donde la luz parecía ganar la batalla, las paredes de piedra, usualmente frías y sombrías, emitían un brillo tenue gracias a las grandes ventanas adornadas con vitrales coloridos, que filtraban la luz del sol en destellos. Al entrar, se encontró con Orión reclinado en una cama de madera, su rostro estaba marcado por el agotamiento.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Orión, levantando la vista, una mezcla de sorpresa y desdén cruzando su mirada.
—Solo quería asegurarme de que estuvieras bien —respondió Nixia con voz suave
—¡Estoy bien! Lárgate de una vez! —exclamó Orión con frustración intentado vaciar la habitación. Pero, a pesar de su intento por parecer indiferente, su tono delataba la vulnerabilidad que intentaba ocultar.
Nixia, sin inmutarse, se sentó con elegancia en el borde de la cama. De su bolso extraía una bandita gris, sencilla pero bien cuidada, que se asemejaba a su propia determinación, y la colocó delicadamente sobre la herida.
—Intenta no dejar que esos chicos te afecten. Tarde o temprano se darán cuenta de que eres especial —dijo Nixia, con la mirada fija en la herida, pero su voz brillaba con la convicción de alguien que creía fielmente en él. —Cada vez que te lastiman, recuerda que cada cicatriz cuenta una historia, y tú tienes el poder de escribir la tuya, al menos eso dicen los mayores.
Orión la miró con una mezcla de sorpresa y gratitud, sintiendo cómo algo más cálido que la luz entrante de la mañana fluía en el ambiente. Mientras Nixia permanecía a su lado, la tibieza de su presencia comenzaba a desvanecer las sombras que tanto lo habían oprimido. En ese momento, la enfermera, una señora regordeta de mejillas rosadas, interrumpió:
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Editado: 10.09.2024