Capítulo 6
Un Elfo:
0 contento con el asunto y fruncía el ceño, moviendo los brazos en un intento de liberarse. Sin embargo, sabía que no había otra opción. Con un toque de preocupación, Lyra ató el otro extremo de la cuerda a la escoba de prueba, asegurándose de que todo estuviera firmemente ajustado. Mientras lo hacía, miró a Puck y le sonrió nerviosamente, tratando de infundirle un poco de confianza:
—Vamos súbete —indicó mirando a Stardrift, que se quedó quieto en su lugar—. ¡Vamos!. ¿Que esperas? —volvió a llamar
Marcellus se acercó a la escoba, con sus ojos fijos en el duende, que, con los brazos cruzados, lo miraba con una actitud desafiante. Finalmente, tras un suspiro nervioso Stardrift subió a la escoba, bajo la atenta mirada de todos. Suspirando profundamente, dirigió su mirada al cielo por un momento y cerró los ojos con ansiedad.
—¿Y ahora qué? —inquirió desconcertado al notar que nada sucedía.
—Solo da un pequeño salto —indicó la profesora. Pero antes de que pudiera terminar la frase, Marcellus, lleno de entusiasmo, se lanzó hacia adelante con un salto descomunal. En un instante, se elevaron a cinco metros de altura, llevándose consigo al pobre duende. Sin embargo, el viejo Puck siquiera se inmutó a reaccionar.
—¡Ahora solo tienes que bajar! —vociferó la profesora. —¡La punta hacia abajo! —agregó
El chico agarró la cuerda que sostenía al duende y tiró de ella, izándolo hacia arriba. Una vez que Puck estuvo a salvo, Marcellus lo colocó detrás de él antes de lanzarse en un vertiginoso descenso. Se aventuró al vacío a toda velocidad, sintiendo el viento azotar su rostro. Cuando finalmente aterrizó, clavó la escoba en el suelo con un estruendo, sufriendo un tremendo coscorrón que lo dejó aturdido por un momento. Sin embargo, el duende, con su agilidad característica, logró aterrizar de pie como un felino. Lamentablemente, el pobre Marcellus no tuvo la misma suerte, al caer, se raspó las rodillas y los codos. Las risas del duende y los lamentos entrecortados del chico divirtieron al resto de la clase, e incluso a Sarraf, que se contuvo ante la mirada enojada de la profesora Ashford.
Tras escoltar a Stardrift a la enfermería, el grupo decidió aprovechar un merecido tiempo libre en el patio, deleitándose con las impresionantes vistas. Aunque todos tenían ya en su posesión las escobas, la directora intervino para hechizarlas personalmente, imponiendo restricciones necesarias debido al resultado decepcionante de la clase anterior.
La puerta del antiguo comedor de madera emitió un suave chirrido al abrirse, anunciando la llegada de Darius, el joven profesor entró con una palidez preocupante en su rostro y los ojos cargados de una fatiga opresiva, tambaleante, apenas dio un par de pasos antes de que sus rodillas cedieran, y su cuerpo cayó desmayado en la entrada con un sordo golpe que reverberó en la sala llena de alumnos sorprendidos, un silencio espantado se apoderó del lugar por un instante, antes de que los murmullos consternados crecieran como una ola de preocupación, la Directora avanzó a grandes zancadas hacia Darius, su voz, autoritaria y clara:
—¡Pronto, llamen al druida y a la enfermera! —gritó, y dos alumnos se abalanzaron hacia la puerta para cumplir su orden.
—En cuestión de momentos, el druida conocido por todos como El sin Lengua, o simplemente como Galio apareció junto a la enfermera. Su figura era tan delgada que podía prácticamente envolverse en su picuda y larga barba grisácea. Con dedos hábiles y precisos, el druida palpó el cuello de Darius, buscando signos de vida bajo la piel sudorosa. Galio miró a la enfermera y, con un gesto sutil y algunos gruñidos apenas audibles, le transmitió un mensaje que solo ella podía comprender.
—¡Está vivo! —exclamó con un alivio la redonda mujer tan alto que se propagó alrededor de los corazones atados por la ansiedad. En el fondo, Borea, con ojos grandes y atentos, sintió cesar la carrera de su corazón que había galopado desbocado. El alivio apenas había comenzado a difundirse cuando el druida, extrajo de su barba un pequeño pergamino enrollado, al desplegarlo, el pergamino creció rápidamente en tamaño con sus bordes dorados centellando, pronunció unas palabras suaves, apenas audibles, y el pergamino se deslizó obedientemente bajo Darius, levantándolo suavemente del suelo como una camilla flotante.
—Lo llevaré a la enfermería —dijo la ayudante dejando un camino de murmullos y especulaciones entre los estudiantes, con ella, Darius se desvaneció por el pasillo, dejando tras de sí un enigma.
—Permítame acompañarla —ofreció la profesora Cloudwalker con una voz suave.
—No es necesario, usted tiene una clase pendiente —replicó la directora con firmeza. —Corvus, será mejor que nos acompañes, Lyra, cariño, por favor, hazte cargo de la delegación de la Omis durante mi ausencia. Pronto me reuniré con ustedes, he sido informada de su visita.
—¿La Omis? —interrumpió Sarraf, con un tono de sorpresa.
La profesora Lyra, mientras intentaba dominar su rebelde cabello rizado, consultó: —¿Qué debo decirles?
—Basta con que les ofrezcas tu grata compañía —contestó la directora serenamente, momento en el cual Lyra Ashford asintió con comprensión.
A medida que los educadores se alejaban, Nixia apresuró a despejar su curiosidad —¿Qué es la Omis?
—Se refiere a la Orden Mágica de Investigación y Seguridad —explicó Borea con una pizca de inquietud y preocupación.
—¿Piensas que Darius se haya involucrado en algo peligroso? —murmuraron unas estudiantes, sus cuchicheos volaban por encima de la mesa en la que se encontraban Borea y Nixia, ante esto, Borea, incapaz de contenerse, se levantó de su silla con una velocidad que dejó sentir su ansiedad. Lumar, no tardó en seguirla.
—Borea, por favor, ve más despacio —suplicó Nixia, luchando por mantenerse al lado de ella.
—Nix, ¿qué le sucederá? Él es un hermano increíble, siempre supe que acabaría en problemas pero... —Borea se detuvo, casi sin aliento, y su voz temblaba de preocupación, la poción para vespertilios vampiros... No quiere que Orión caiga en la oscuridad, esa poción es la clave para que controle su verdadera naturaleza...
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Editado: 10.09.2024