Durante la mañana, la calidez del sol contagió los ánimos de Frida y, como siempre, se acercó a su madre con una gran sonrisa en el rostro, no obstante, ese día, los ojos oscurecidos de Martha y su ceño fruncido hicieron titubear las intenciones de Frida y, como una forma de escape, la niña empezó a retroceder.
Después de un par de pasos hacia atrás por parte de Frida, la voz de Martha tomó estabilidad y con dulzura llamó a su hija, la pequeña se detuvo.
Luego de un breve suspiro, los músculos del rostro de la mujer se relajaron y una pequeña sonrisa destruyó aquella imagen de seriedad. Las piernas de Frida, que se habían tambaleado con la seriedad de su madre, retomaron el camino y cogieron fuerza.
Martha reposó su voz en el silencio, mientras buscaba las palabras más armónicas para sobrevivir a sus sentimientos y a las acciones poco pensadas de su hija.
Antes de que Martha hablara, Frida intentó descifrar, con las pocas pistas que el comportamiento de su mamá le daba, la situación. Sin embargo, no obtuvo respuesta, eso la orilló a aperturar el diálogo. De manera temerosa y sin seguir un plan, Frida captó la atención de su madre.
—Buenos días, mamá —mencionó Frida, el titubeo estuvo cerca de comerse sus palabras.
Con un movimiento poco delicado, que Frida había confundido con enfado, Martha mostró por completo su sonrisa.
—Buenos días, mi amor —respondió con las palabras que se esperaban de una madre. Y, para reforzar su amor hacia la pequeña, acarició su cabello —. ¿Cómo has amanecido hoy? —continuó Martha para entablar confianza con su pequeña.
Sus palabras reconfortaron el perdido corazón de Frida. Más rápido que antes, Frida se acercó a ella y tomó las mangas largas de su blusa carmesí para no desfallecer en el suelo.
—Me he despertado muy bien, mamá —afirmó una alegre Frida —, podría decir que más temprano de lo normal.
Con su mirada, Frida buscó la figura de su hermana Ainslyn, no obstante, se encontró con la soledad de la cocina y, al chocar con las paredes vacías, su mirada de inmediato, huyó.
—Ains no ha terminado de alistarse, por lo que se ve, parece que hoy le gané la mañana —La chica sonrió orgullosa de sí misma.
La distancia de su madre aún provocaba su temor, por ello, Frida cuidaba sus palabras y se desenvolvía frente a ella con poco éxito.
Asimismo, Martha, que deseaba entablar una conversación seria con su hija, fallaba para hacerla entrar en confianza. Pero, al notar los movimientos ansiosos de Frida y sus inquietos pies, optó por la calidez y, con mucho amor, llamó a su hija.
Martha tomó a Frida entre sus brazos y arrulló todos sus temores, sus desconfianzas, luego, la colocó encima de una silla. Sus miradas se reencontraron en el plano de la comprensión.
Martha, como si se tratara de todo un político experimentado, con tan solo una sonrisa de confianza la bastó para calmar todas las dudas de Frida y disipó sus miedos. Así, con la suavidad de sus palabras, que se acercaban a un susurro, ella dijo:
—Frida, necesito que hablemos. Es algo importante.
Ella alejó su mano del cuerpo de la chica y adoptó un figura un poco más rústica: su espalda erguida, sus pies separados a la perfección, sus manos escondidas en los bolsillos de su pantalón, su mandíbula un poco tensa y titubeante al moverse, presagiaron algo serio para Frida.
—Bien, mami —Frida moduló el tono de su voz para dar un poco lástima a los regaños de Martha y así respondió al llamado de su madre.
Pero Martha, que ya se había percatado del intento de distracción de Frida, asumió su postura de poder y sin palabras de preaviso, planteó el problema de la conversación. Aunque su seguridad era mayor a la de otras veces, Martha todavía actuaba como una madre primeriza.
Para coger confianza, Martha tomó la mano de su hija y comenzó a frotarla con la yema de sus dedos, el calor arropó la piel de Frida, la mano de niña se enrojeció.
En ese momento, con un pequeño levantamiento de cabeza, los ojos de Frida descubrieron la enorme tolerancia en el rostro y mirada de su madre. Así la actitud de Martha la ayudó a concluir sobre qué quería hablar.
Sí, sobre Emma, aquella pequeña traviesa que había tenido la mala suerte de encontrarse son Frida en uno de sus peores días. En uno de esos días donde cordura se somete a la locura.
—Ayer, la madre de Emma me llamó —Martha hizo una pausa para esperar la reacción de su hija —, todas estamos en un grupo escolar, ¿lo sabías?
Martha buscó auxilio en su propia respiración, necesitaba reflexionar y deseaba que Frida también lo hiciera. Ella esperaba una respuesta de parte de su hija, en su lugar, Frida le otorgó una actitud despreocupada.
La pequeña, con un leve levantamiento de cabeza, le indicó que continuara. Pero como el gesto no bastó, respondió:
—¿Y? ¿Qué te dijo? Emma es una rareza, casi nunca me entiende —mencionó e hizo gestos despreocupados con sus manos.
—Ella me dijo lo que le hiciste a su hija. Emma se lo contó, le halaste el cabello, provocaste su caída en frente de los compañeros de su clase y te burlaste de su físico. Frida, si es verdad, esto es un comportamiento decepcionante. No me gusta creer en lo que dicen los demás sin antes hablar con mi familia, por esa razón, Frida, te estoy dando el beneficio de la duda. Pero no es la primera vez que una madre se queja de tu comportamiento, el año apenas inicia, y es la tercera queja, el año pasado hubo más. Lo que me preocupa es que cada vez es peor. Bien —dijo e hizo una pausa para ordenar sus palabras —, necesito saber si lo que dice Emma es verdad.
La inocencia de Frida la delató y no le permitió escapar de las acusaciones de su madre, por lo que, para aceptar la culpa, Frida no necesitó palabras, sino de un movimiento que Martha conocía a la perfección: la pequeña agachó su cabeza, y con su gran cabellera cubrió su rostro y ocultó la pena.