Ámame por ser yo

Capítulo 3: Primera ilusión

Como era costumbre, cada 1 de septiembre, los docentes, autoridades, todos los altos cargos universitarios se reunían en el Palacio del Conocimiento de la universidad para dar la bienvenida a nuevos y también conocidos rostros que se unían a un nuevo ciclo escolar. Una fecha a la que muchos asistíamos más para cumplir una obligación que por saciar un placer.
Por ese motivo, la noche anterior decidí hacer a un lado mi compromiso con los estudios y caí ante las tensiones del diseño de modas, un arte que me encantaba, y dediqué mis horas de sueño a completar varios bocetos.
La gran cantidad de personas amontonadas en la entrada del palacio desestabilizó el buen ánimo que me costó encontrar para ir a la inauguración, por un momento, pensé en huir de mis deberes. Estaba casi segura de que mi falta podía pasar desapercibida entre tantos rostros, tantas voces y tantas quejas.
Al suspirar, encontré un pequeño hueco en la entrada que me hizo desistir de esa decisión. Con más determinación que voluntad, me atreví a sumergirme en ese mar de personas y ruido.
Como no bastaba con mi presencia ni con mi pequeño cuerpo, que se trataba de adaptar a los movimientos de los demás, con voz demandante y fuerte, intenté buscar la atención de los oídos sordos de los cientos de jóvenes que habían asistido a la ceremonia.
Muchos de ellos, que ya me conocían por experiencias pasadas o alguno que otro rumor, abrieron el campo y los otros, que no me conocían y eran los que representaban la mayoría, tomaron mis exigencias como una altanería y decidieron mantenerse inmóviles.
Con más atrevimiento que paciencia, ignoré sus gestos y no me importó pasar por en medio de todas sus miradas.
Al salir del campo de atención, la conversación de los chicos a los que había interrumpido, se reanudó, y yo por fin pude tomar aire fresco.
Aun así, el agotamiento por mi lucha para ingresar al palacio y las horas de desvelo, me impedía tener una visión clara del lugar. Aparté las gotas de sudor que nublaban mi vista e intenté encontrar un asiento vacío.
Para mi mala suerte, con lo único que me encontré fue con las risas grotescas de Bea y el rostro indiferente de mi hermana Lilith. Los únicos asientos vacíos estaban a disposición de ellas, de las personas menos deseadas para acompañarlas en una ceremonia de una hora y media.
Para mi facilidad y comodidad —ya que las dos opciones eran igual de malas — tomé la risa burlona de Bea como una propuesta para sentarme justo a su lado. Bea mantuvo su sonrisa, mientras yo me mantenía alejada de ella; mi caminar parecía causarle gracia, pero cuando acorté nuestra distancia, su ceño fruncido sustituyó los gestos burlones de su rostro.
—¡Buenas, buenas! —mencioné con chulería.
Entre el miedo y la burla, lograron darle a Bea cierto atrevimiento para encararme.
—Eran buenos días, hasta que llegaste tú —señaló de manera infantil.
Como su respuesta no tuvo el apoyo de su grupo de amigas, ella llamó la atención de las demás chicas, a quienes la incomodidad las tenía atrapadas en el silencio.
—¿No es así, chicas? —preguntó Bea para obtener el respaldo de las voces de las jóvenes, ya que su confianza nunca la respaldaba
—¡Así es! —dijo una de ellas y hasta se animó a elevar el tono de voz.
Le dio un codazo en medio de las costillas a otra para que le ayudara a culminar su frase. Sin embargo, con un ligero movimiento por parte de su amiga, la chica obtuvo la respuesta menos deseada: una negativa
Para burlarme de la poca complicidad y coordinación de mis contrincantes, mencioné:
—¡Vaya, vaya! Sabía que carencia de muchas neuronas, pero desconocía que eran incapaces de formar un dialogo coherente. Aunque bueno, qué estoy pidiendo, si sus existencias no tiene ningún sentido.
—¡Perra! —exclamó Bea, de las tres chicas, ella era la más atrevida en palabras y acciones. Pero también era la más sensible ante a provocaciones; yo me aprovechaba de esa debilidad.
Para hacerla cabrear aún más, miré a todos lados, dije:
—¡Oh vaya! No sabía que estabas llamando a tu madre. Gracias por darme el nombre. Aún desconozco el apellido. ¿Cuál será? —jugué con su furia —, ¿quizá sea zorra?
Su enojo me complació y su respuesta me dio la excusa perfecta para destruirla. Hasta que… la melódica voz de una de las chicas, la que se había mantenido al margen de la discusión, interrumpió y me dio algo de calma.
—Señorita… —me llamó de manera educada. No conocía mi nombre.
Me detuve a mirar su rostro. Pero ninguna de sus facciones me recordó que haya tenido alguna interacción con ella en el pasado.
—¿Necesitaba pasar?
Su pregunta logró la tranquilidad y el silencio de las demás, así como mi calma y benevolencia. Por eso, respondí con un:
—Sí, necesito pasar. Quiero tomar asiento.
Señalé el asiento. Los ojos de Bea no disimularon su malestar, al contrario, lo expresaron. Las otras chicas, que sentían la necesidad de acatar las palabras de la más tímida, abrieron paso para mostrarme mi destino. Y cuando había caído en la confianza que las demás chicas me habían brindado, Bea aprovechó ese momento para ridiculizarme, y con su pie derecho intervino en mi camino. Mi cuerpo tambaleó, mis manos intentaron apoyarse en los asientos; pero mi tacto parecía incompatible con el plástico de las sillas y terminé deslizándome.
Mi frente recibió todo el golpe, pero no recibiría las consecuencias.
Mientras las risas de Bea causaban malestar en mis oídos, mis manos deseaban matarla y hacerla sufrir, pero aún servían como una cura para mí frente, así que lo único que tenía para cobrar venganza era mi lengua.
—¡Madita puta! —maldije en voz baja, mientras todavía mantenía mis ojos cerrados para intentar recobrar la conciencia.
—Ja, ja, ja —la escuché reír. Pero no pude ver la expresión en su cara. Suerte por ella —. Eso te pasa por arruinar mi graduación de la secundaria.
Como no paraba de reír, mostré mi malicia hacia ella y, con tan solo unas palabras, destruí toda u seguridad:
—Me parece perfecto que aún lo recuerdes. Es más, para no perder la costumbre, ¿qué te parece si ahora te arruino la inauguración del ciclo académico?
Con dificultad, abrí mi ojos, y lo primero que vi fue el terror en la mirada de Bea. Poco a poco, me acerqué a ella y, para intentar mantenerme al margen, Bea dijo:
—Eres una bastarda, un monstruo. Nadie quiere acercarse a ti por cómo eres.
En esa ocasión, no tenía planeado responder a los insultos de Bea con palabras , quería responder con golpes. Sin embargo, una voz desconocida para mí, pero de autoridad para mi rival, interrumpió mis acciones.
—¿Qué sucede aquí? —con su pregunta exigió la explicación de Bea. Yo detuve todos mis movimientos.
—Aedus… —lo reconoció Bea —, ¿a qué te refieres?
Bea disimuló su sorpresa con un discurso poco trabajado. Pero el sonrojo en medio de sus pecas la delataban.
—¿Qué le has hecho a la chica? —Miró hacia ella y luego me ofreció su mano —¿Te encuentras bien?
Su mano se extendió hacia mí, aparté la mía de mi frente para aceptar la suya.
Su tacto se convirtió en mi paz. Por primera vez, sentí que alguien me defendía.
El comportamiento del chico desagradó a Bea que, con sus explicaciones, intentó restarle importancia a mi lesión.
—E… ella no es lo que crees. Hace unos minutos… Me quería golpear.
Como ella no pudo ordenar sus pensamientos, su explicación perdió coherencia y credibilidad
—¿Qué esperabas? La atacaste. Pero eso ya no importa. Ahora mismo, lo más importante es que se mejore. ¿Estás bien? —volvió a preguntar.
Al igual que Bea, intentaba ordenar mis pensamientos, pero mis palabras solo formaban oraciones incoherentes.
—Yo… Bueno —mencioné nerviosa —. No es nada, no te preocupes.
—Aedus…, No vayas a hacer algo que me afecte —interrumpió Bea.
Pero como la atención de Aedus se centraba en mi herida, ignoró cada suplica de la pelirroja y solo se limitó a decir:
—Luego hablaremos de eso. Tú… —él se dirigió a mí —, no puedes decir que no es nada. Tienes un moratón, es una mancha fea para un rostro tan delicado.
Sus palabras causaron mi vergüenza y mi sorpresa. Todas mis respuestas, para ese tipo de situaciones, se escondieron atrás de la pena y, para no sostener su mirada, miré hacia arriba, donde se encontraban el resto de los asientos. Mis ojos encontraron la mirada fría de Lilith y su expresión indiferente. Ella había presenciado el abuso de Bea hacia mí, aún así optó por ignorarlo.
—¿Me dirás algo? ¿O qué miras? —preguntó Aeudus.
Su mirada siguió a la mía y se encontró con la de mi hermana. Los ojos de Lilith mostraron interés en Aeudus; parecían brillar y, sin disimularlo, le susurró algo a Sully.
Con una sonrisa cortes, Lilith intentó llamar la atención del castaño. Sin embargo, antes de corresponderle a su sonrisa, Aedus preguntó:
—¿Quién es ella? —Él me entregó un ungüento — ¿Por qué la miras tanto?
Todavía no tenía la confianza suficiente para responderle de forma detallada a Aedus. Pero su interés no desistió y para no crear un momento incómodo, tuve que contestar:
—Es mi hermana —respondí en voz baja.
—Entiendo —respondió Aedus sin desear invadir más mi privacidad. Pero su interés no se lo permitía del todo —Y… —realizó una pausa para encontrar la pregunta adecuada —, ¿por qué no te ayudó?
Sin comprender su pregunta, en realidad, negándome a entenderla, le manifesté ignorancia:
—¿A qué te refieres?
Llevé mi mano hasta mi frente. El dolor aún persistía.
Aedus, como una forma de disculpa por causar mi malestar, me regaló una sonrisa. Sus hoyuelos se marcaron y su sonrisa brilló.
—Sí, ella vio que te lastimaste y ni ha intentado ayudar.
En ese instante, Bea aprovechó el momento de despiste de Aedus y yo, y nos interrumpió para tomar el protagonismo.
—No la ha ayudado, porque ni su hermana la tolera.
Sus provocaciones despertaron mi instinto más primitivo y antes de cerrarle la boca con un fuerte golpe, Aedus intervino de nuevo y dijo:
—Nadie te ha preguntado a ti, Bea, por favor, deja de ser una molestia y mejor ponte al margen de esto.
No pude aclarar los comentarios de Bea y tampoco darle una respuesta adecuada a Aedus, porque la tímida voz de la chica, que anteriormente me había favorecido en mi discusión con Bea, interrumpió la conversación:
—Disculpen —Haló la camisa de Aedus y él respondió a su prudencia con amabilidad —, creo que el acto ceremonial ya está cerca de empezar y lo mejor es que todos nos sentemos.
Con su voz chillona y con una actitud caprichosa, Bea destruyó la calma que la chica había atraído y como si se tratara de una abeja reina, ordenó:
—¡Deja de estarte metiendo! No pienses que me sentaré al lado de ella.
El odio que Bea sentía hacia mí la hacía olvidar las advertencias de Aedus.
—Tampoco creo que Frida desee sentarse contigo —mencionó Aedus y, al escuchar su voz, Bea recordó la posición en la que se encontraba.
—Lo siento. Quiero decir, claro que ella se puede sentar con nosotras.
En ese momento, Lilith, que se había mantenido en un segundo plano, por primera vez en mucho tiempo, me llamó con una voz melodiosa.
—¡Frida! ¿Por qué no vienes con nosotros? —gritó a todo pulmón.
Su rostro inocente, su invitación modesta y su alegría podían engañar a las personas que desconocían nuestra historia; pero yo, que era la protagonista, tomé cautela en aceptar su invitación. El rostro de nuestra amiga Sully mostraba incredulidad y, con una mirada confusa, le pedía explicaciones a Lilith.
Aeudus, como no deseaba seguir en contacto con Bea, no dudó en aceptar la propuesta de Lilith y, a pesar de que no conocía a mi hermana, levantó su mano derecha para corresponder la invitación.
—No te preocupes, Bea. Ya no necesitamos sentarnos a tu lado. Así como tampoco la portada de mi trabajo necesita tu nombre en ella.
Para huir de la rabieta y el enojo de Bea, Aedus tomó mi mano; mi piel se aferró a la de él, y mis pies corrieron el mismo camino que los de él.
La mayor espectadora de nuestra escena de película fue Lilith, que miraba con mucha seriedad. Al llegar a los asientos donde se encontraba Lilith, ella nos recibió con palabras serias y una sonrisa que denotaba fuerza de voluntad, mientras que la actitud de Sully estaba determinada por los comandos de mi hermana.
—Hola —saludé para abrir el dialogo.
Pero Lilith, que parecía muy molesta, ignoró mi condición y sin dirigirme ninguna mirada, respondió mi saludo con un simple 《hola》
Al ver a Aedus su actitud mejoró y, con suma cortesía, preguntó:
—¿Tú eres?
Aunque la pregunta de mi hermana había sido un poco confusa, Aedus comprendió que se dirigía a él. Así que con cierto interés, pero no del mismo que sentía Lilith, él respondió:
—Soy Aedus Edevane, un gusto.
Él extendió su mano, Lilith la tomó, pero solo para impulsarse, ya que el objetivo de mi hermana eran las mejillas del chico.
Sus ojos hicieron contacto visual con los míos, ella intentó intimidarme; pero al final, mi mirada penetrante obtuvo la victoria.
—Soy Lilith King, hermana de Frida, por cierto.
Ella se alejó de Aedus para que mi vista abarcara su imagen y la del chico.
—Frida no me había dicho que tenía como amigo a uno de los mejores estudiantes de la universidad.
—Lilith creo que… —Sully intervino para que las palabras de mi hermana no la avergonzaran.
—¡Oh! —expresó sorprendida Lilith. Las mejillas de mi hermana, debido a la atención que Aedus le prestaba, se enrojecieron —. Casi lo olvido, ella es Sully Case, mi mejor amiga.
El frenesí de Lilith no le permitió a Sully presentarse por sí sola, pues las palabras de mi hermana interrumpían a las de mi amiga.
—¿Sabes? Estudia Periodismo y me ha contado lo sobresaliente que eres.
—¡Qué bien! —expresó Aedus con sinceridad —¿Y ya trabajas para algún medio?
Sully se enorgulleció de su carrera, por eso, cuando la pregunta de Aedus la alentó a contar un poco sobre su experiencia como periodista no dudó en responder:
—Trabajo para el periódico de la universidad desde hace seis meses. Ha sido todo un sueño. Aunque empecé cubriendo noticias deportivas, luego me enviaron al departamento informativo.
—Es una excelente periodista y tiene mucho potencial —intervino Lilith en el discurso de Sully —. Por ella me di cuenta de lo sobresaliente que eres. Pero bueno… —Lilith hizo una pequeña pausa para calmar su energía —, creo que es momento de que nos sentemos. Hace unos minutos que la ceremonia empezó.
—¡Claro! —dijo Aedus con un poco de alegría en sus palabras —, me alegra conocerlas, chicas.
Después de intercambiar unas cuantas palabras y preguntas con mi hermana, Aedus pareció recordar mi presencia, y preguntó sobre mi malestar.
—¿Cómo sigues? ¿Te sientes mejor?
Muy delicadamente, acarició el golpe que me había hecho.
Su simple toque causó un escalofrío en mí; para que mi piel no le avisara a Aedus lo que su toque provocaba en mí, me alejé de él.
—No es nada —le resté importancia a mi dolor y me centré en él —, ya se me pasará.
Aedus obedeció a mi respuesta, ya que se alejó un poco de mí. Me observó de pies a cabeza y dijo:
—Muy bien, te creeré.
La atención de Aedus en mí parecía causar una curiosidad incomoda en Lilth.
—No es nada —mi hermana confirmó lo que yo mencioné —, tan solo es una herida pequeña. Déjame verla.
Sin tacto y mucho menos cariño, Lilith tomó mi frente y con su mano izquierda exploró mi herida. En otra ocasión, hubiese desafiado su grosería con palabras de orden y acciones determinantes. Sin embargo, la presencia de Aedus limitaba mi forma de actuar y no tuve más opción que aceptar lo que mi hermana hacía.
—¡Ay! —exclamé —, me duele lo que haces.
Aedus escuchó mi quejido y respondió con acciones de auxilio. Con una disculpa, apartó a mi hermana del camino.
—Ten más cuidado —le sugirió.
—Solo es una pequeña herida, tampoco morirá —explicó molesta.
Lilith se cruzó de brazos para recuperar autoridad, y Aedus respondió:
—Incluso las heridas más pequeñas pueden causar daño a grandes almas.
—¡Qué poético! —exclamó Lilith como una forma de burla hacia Aedus.
—Es mejor que nos sentemos.
Sin esperar nada más y olvidándose de las normas básicas de cortesía, mi hermana se sentó antes que nosotros. Sully intentó hacerla recapacitar y llamó su nombre.
—¡Lilith! —llamó Sully; pero con una mirada inquisidora mi hermana silenció las palabras de su mejor amiga.
—¿Qué? Se pueden sentar aquí —Lilith señaló los asientos aledaños al de ella.
Su voz, tan seria como fría, despertó la incomodidad de Aedus, que se presentaba con movimientos poco acertados y sonrisas a medias.
Contrario a lo que yo pensaba, Aedus aceptó la invitación de Lilith y, segundos después, yo me uní a la fila de asientos.
Sabía que mi presencia causaba molestia en mi hermana; pero la Aedus lograba crear cierto equilibrio.
Mientras todos charlaban, mis palabras tenían como único escape la atención de él. Y aunque deseaba perderme en la locura y el desahogo, tuve que afianzarme a la imagen de alumna ideal, de hija ideal y de hermana ideal para asumir todos los desplantes de mi hermana con la mejor de las sonrisas.
Ignoré el discurso de los maestros y entregué todo mi esfuerzo y concentración a mantener mi compostura. Mis temas de conversación se acabaron y Aedus todavía insistía en hablarme, pero yo respondía sin éxito.
Después de varios intentos fallidos para entablar una conversación conmigo, Aedus encontró diversión en las conversaciones de mi hermana. Hasta parecía disfrutar de las ocurrencias de Lilith y de las caras de vergüenza de Sully. Incluso le pedía a mi amiga que se uniera a las bromas de Lilith. Cada vez que se acordaba de mí, me preguntaba como estaba y cómo me sentía; nuestra conversación avanzaba hasta donde yo podía expresarme, y él volvía a hablar con ambas chicas.
La ceremonia cerró con palabras de alegría por parte de los docentes, con la euforia de los estudiantes de primer ingreso y el sufrimiento de los más avanzados que temían enfrentar una asignatura difícil.
La mayoría se quejaba de las matemáticas, otro gran grupo de las químicas y de la física, los menos disciplinados se quejaban de la vida en general.
—La ceremonia no ha estado tan aburrida como en otros años —confesó Lilith.
—Concuerdo —Sully respondió a las palabras de mi hermana.
Para mi rescate, Aedus me ofreció el apoyo de su mano, sin decirle nada y sin poder resistirme a su invitación, me apoyé en él.
Mi hermana, que no pudo disimular, miró con un poco de recelo la escena.
—¿Cómo sigues? Estuviste demasiado callada toda la ceremonia.
—Bueno, digamos que solo estuve pensando en otras cosas importantes —le respondí.
—Comprendo —me dijo Aedus con su típica sonrisa que enmarcada alegría.
Los celos de Lilith me atacaron con una ferviente mirada, a pesar de ello, eso no me preocupaba, porque mis inseguridades me golpeaban más fuerte que las de ella.
Aedus cada vez parecía más cercano a la presencia de Lilith.
No dudé en preguntarme a mí misma si él en verdad estaría a gusto conmigo, después de todo, él solo había observado una pequeña parte del enfrentamiento con Bea y, para mi suerte, fue la parte en la que me favorecía y dejaba en mal Bea.
¿Me aceptaría cuando me conociera más? ¿Y si solo me hablaba por mi hermana?
Mis propios pensamientos me obligaron a huir y mis palabras intentaron ahuyentar a Aedus.
—Bueno, tengo que irme, chicos. Nos vemos otro día.
Lilith aceptó mi despedida, a Sully le sorprendió y Aedus se rehusó a aceptarla. Si embargo, mi temor fue más rápido que sus reacciones y logré escabullirme con el gran número de personas que estaban en el Palacio. Aedus, que no se daba por vencido, empezó a gritar mi nombre. Pensé en darme por vencida, hasta que escuché la pregunta de Lilith:
—¿Por qué le insistes tanto? Déjala, ella se quiere ir.
Aedus no respondió a la pregunta de mi hermana, su voz persistía en llamar mi nombre.
Después de correr en medio de muchas personas, de interrumpir conversaciones, de ganarme miradas de odio y dejar caer algunos objetos, me detuve, y cuando pensé que había logrado escapar de su insistencia, mi espalda tembló al escuchar su voz.
—Lo siento —se disculpó Aedus.
El ruido del lugar me impedía escuchar con claridad, así que decidí corroborar lo que mis oídos ya habían escuchado.
—¿Qué dijiste?
Él se acercó a mí y volvió a decir:
—Lo siento.
Su disculpa me proporcionó la fortaleza para enfrentarlo.
—¿Por qué te disculpas?
Aedus, con confusión, se rascó la cabeza y, sin estar seguro de sus palabras, dijo:
—Creo que he hecho algo que te ha molestado.
No afirmé ni desmentí sus palabras. Él se tuvo que conformar con mi silencio.
Como una forma de reparar el daño, el propuso:
—Quería que fuéramos por algo. ¿Quieres un helado o algo de cenar?
Su propuesta me conmovió e hizo temblar mis labios. Pero la evaluación que había hecho sobre lo sucedido me hizo declinar su oferta. Todavía no podía acercarme tanto a él, no hasta que conociera quien en verdad era yo.
—Hoy… En verdad no puedo acompañarte. Pero podemos pasarlo para otro día, ¿te parece si intercambiamos nuestros WhatsApp?
Mi respuesta final alegró a Aedus, quien no dudó en entregar su celular para que mis pulgares registraran mi número.
—Por favor, escríbeme. Y…, por cierto, no tienes de qué disculparte.




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