Recuerdo de Frida
Con mi torta en mano y mi mirada, que no se quedaba atrapada en la oscuridad de la cortina, observé cómo mis padres se marchaban el día de mi cumpleaños. Una emergencia en New Mind —el hospital fundado por mis ancestros — parecía ser más importante que el día del nacimiento de su segunda hija.
Ese día, no solo me negaron una fiesta de cumpleaños, también su presencia.
Mis ojos delataban decepción y mis manos, que apretaban la torta que ellos habían preparado, mostraban furia.
La mirada atenta de Ains, que intentaba disimular con el pequeño libro de cuentos que tenía en sus manos, notó mi malestar; pero sus acciones se limitaron únicamente a miradas indiscretas.
En silencio, me marché de la sala. Ains siguió mi camino. Sin decir nada, observó cómo tiré la torta en un cesto de basura.
Sus palabras se pronunciaron tarde, ella intentó oponerse a mi medida, pero ya no había nada qué hacer.
—Frida… —llamó con molestia disimulada de comprensión —, ¿por qué la botaste? —reprochó —. Es la torta que te prepararon papá y mamá.
Mi respuesta fue poco pensaba, pero acertada en pensamientos.
—No la quiero. El sabor es feo. Además, quería mi gran fiesta de cumpleaños, no esto.
Ainslyn calló sus palabras y el silencio nos dio la distancia necesaria para no empezar una riña de niñas.
Pasé al lado de mi hermana, mi hombro se encontró con el de ella. Con una mirada de disculpa, entendió que no había sido una agresión, sino un accidente.
Llegué hasta la sala y encendí la televisión. La canción de inicio de nuestra serie favorita relajó la tensión que sentía.
La niñera, quien era la encargada absoluta de nuestro cuidado, disfrutaba de su programa favorito de chismes. Era una chica que, en cuanto a edad, estaba más cerca de los treinta que de los veinte. Tenía una apariencia bastante desaliñada y un bostezo muy perezoso para tal juventud. Según ella, cuidar de un trio de niñas era un trabajo difícil y exigente de tiempo, pero la paga lo compensaba. Por eso, lo había elegido como un trabajo de vacaciones.
Los silencios incómodos entre Ainslyn y yo siguieron distanciándonos, las miradas tímidas de mi hermana y mi ceño fruncido eran nuestra única forma de comunicación, y —con un buen comportamiento — intentábamos quitarnos de encima la atención de Laura.
Ese día, la luz del sol tardó en ocultarse, parecía como si el sol quisiera robarle protagonismo a la luna. Laura, que estaba acostumbrada a dormir en gran oscuridad, no cedía al cansancio, hasta que..., los gritos de emoción, que usualmente ella daba, cesaron.
Ains intentó intercambiar una mirada cómplice conmigo. Antes de lo sucedido con Violet, las siestas de Laura se convertían en nuestros pequeños recreos. Pero, el malestar que sentía hacia ella le ganó a mi emoción. Centré mi mirada en nuestras caricaturas favoritas.
—Frida, no sigas así. Vamos —Ella intentó animarme.
Su insistente forma de actuar logró su objetivo: captar mi atención.
—¿Qué quieres? —respondí de mala gana.
—Quiero que dejes de estar así. Podríamos hacer algo juntas —Ella también respondió de mala gana.
Sin hacer mucho ruido, para evitar que mi voz despertara a Laura, le dije:
—Por tu culpa no celebraron mi cumpleaños… —Me crucé de brazos para mostrar mi malestar.
Mi respuesta desconcertó a Ainslyn, ya que tardó en responder.
—Preferiste a Violet por encima de mí —Mis reproches aprovecharon su silencio
—Sabes que te quiero, Fri... —Me llamó de forma cariñosa. Pero su amor había llegado demasiado tarde —. No sigamos así, aparte, tengo algo para ti.
Sin esperar una respuesta de mi parte, Ainslyn se levantó y, en medio de todos sus juguetes, empezó buscar algo.
Con una gran sonrisa en su rostro, y sus pasos, que eran marcados con velocidad, llegó hasta mí.
En un intento por firmar la paz conmigo, ella extendió una caja que parecía esconder un regalo.
La tentación estuvo cerca de traicionarme, mi mano se extendió, pero al final no agarré la caja, en cambio, le dije:
—Si quieres que acepte el regalo, me gustaría que antes jugáramos.
—Acepto —respondió mi hermana mayor —. ¿Qué quieres que juguemos? —preguntó con la astucia natural que la caracterizaba.
Sin titubear, porque ya tenía una gran idea en mente, respondí:
—Quiero que juguemos a la cuerda extrema.
—¿La cuerda extrema? —preguntó Ains con mucha incredulidad.
—Sí.
—¿De qué trata?
—Solo jugando lo sabrás. ¡Vamos!
Fin del recuerdo de Frida
Mi respiración agitada hizo que me despertara. Mis ojos, que se habían abierto unos segundos atrás, apenas se estaban adaptando a la oscuridad.
Me senté en la cama y tomé mi frente con mi mano derecha. En la oscuridad del cuarto, apenas podía distinguirme a mí misma.
El sueño causó culpa, despertó mi corazón herido y apagó mis ánimos.
Pensé en todo lo que era mi vida…
Mi pasado era demasiado terrible como para recordarlo, mi presente, demasiado decepcionante como para vivirlo, y mi futuro, demasiado desesperanzador como para soñarlo. Así que, incapaz de vivir del ayer, del hoy o del mañana, solo me quedaba refugiarme en las ilusiones de un corazón hambriento de amor.
El aire me trajo calma, y la oscuridad de mi habitacion un pequeño momento de paz.
Tomé asiento en mi cama y cogí la caja de tapadera transparente. Adentro estaba el regalo que Ainslyn había preparado para mí. La caja encerraba más que un peluche hecho de algodón y costuras: guardaba parte de mi infancia y pasado, encerraba algo que nunca se me había dado. Lo dejé a un lado, no quería maltratarlo.
Sin poder evitarlo, una imagen apareció en mi cabeza: era la sonrisa de Aedus, enmarcada por su par de hoyuelos. No podía simplemente olvidarla; mis ojos la habían guardado demasiado bien.
La pregunta que no me dejaba dormir y era culpable de mis pesadillas apareció de nuevo frente a mí y, sin pedir permiso, me arrebató cada gramo de seguridad.
¿Me podría querer Aedus por quien yo era?
Más incógnitas aparecieron y se unieron a ella. La más insistente incluía a Lilith.
Recordé el día de la inauguración, mientras yo veía su espalda, como si intentara alcanzarlo, él y Lilith se veían de frente, en un mismo nivel.
Cerré los ojos, quise que la oscuridad absoluta se tragara ese recuerdo. Sin embargo, lo único que conseguí fue que se guardara aun más en el baúl de mi corazón. Temía que tarde o temprano volviera a salir.
Escuché que mi celular vibró y, como el sonido no era suficiente para guiarme por la habitacion, encendí la lámpara. Su luz golpeó mis ojos, intenté protegerlos al entrecerrar mis párpados.
Después de caminar por la habitación, sentí el helado metal del móvil hacer contacto con mi piel. Tenía varios mensajes de WhatsAp. Era muy raro para una persona como yo —que pasaba desapercibida por la atención de sus padres, ignorada por el resto de chicos de su edad, y en el peor de los casos, odiada por un grupo.
Los mensajes de Aedus llenaron de notificaciones la pantalla de mi celular. Sonreí, en el vidrio del móvil se reflejó mi felicidad por recibir sus mensajes.
Sus letras demostraban preocupación y alegría. Mi emoción me alentó a responderle de inmediato. Pero cuando mis dedos tomaron el valor y dejaron de temblar, para empezar teclear, mi corazón, que palpitaba con rapidez, decidió protegerse en una cárcel de temor.
Para no volver a caer en la tentación de responderle, tiré el celular en la cama. Caminé un par de veces para distraerme. Como no funcionaba del todo, me acerqué a mi computadora. Ese día, tenía que revisar una asignación de la universidad, ingresé la contraseña y un mensaje escrito por Lilith apareció en la pantalla de inicio.
Con palabras muy dulces, que pocas veces utilizaba para dirigirse a mí, me comunicó que había utilizado mi computadora, porque la de ella había presentado un fallo. No necesitaba responder, ignoré su carta y me dirigí hacia la bandeja de mi correo electrónico. La página, que tardaba en cargar, despertó mi desesperación y, después de reiniciar el icono varias veces, mostró la bandeja. La particularidad de los colores de inicio y la letra 《L》 en la foto de perfil me indicaron que no estaba en mi cuenta: estaba invadiendo la privacidad de mi hermana. Como me importaba poco y nada su vida, decidí cerrar el correo electrónico. Sin embargo, un mensaje que tenía la letra 《A》en su perfil captó mi atención. Sin esperar ser descubierta, por Lilith le di 《clic》, casi de inmediato, y accedí al email; verifiqué el nombre. De esa forma, contesté a todas mis incógnitas: el correo electrónico pertenecía a Aedus.
Todo parecía perdido, cada vez que intentaba escaparme de la cárcel del miedo, sólo conseguía encerrarme más.
Con la poca calma que me quedaba, y con las manos, que no dejaban de sudar frío, moví el cursor. Gracias a Dios, acerté a la primera.
Tuve que leer el mensaje en voz alta para convencerme a mí misma de lo que estaba escrito:
《Buenos días, Lilith. Muchas gracias por enviarme lo que te he pedido. Espero verte el viernes.
~Aedus Edevane.》
La formalidad del 《buenos días》y la confianza del 《espero verte el viernes》incrementaron mi confusión.
El mensaje era demasiado formal como para que se tratara de una comunicación entre dos amigos o dos amantes. Pero el 《espero verte pronto》abría una puerta que llevaba más allá de la cordialidad.
Mordí mi labio inferior para retener mi enojo y mi llanto. Pero el dolor que sentía logró escapar en unas cuantas lágrimas que recorrían cada curva e imperfección de mi rostro, para al final, encontrarse con la madera de la mesa.
¿Acaso todas mis preguntas no eran más que verdades adelantadas?
Me permití soltar un pequeño quejido, la soledad de la casa me respaldaba; nadie podía escucharme, nadie podía burlarse de mi dolor, nadie podía consolarme… Solo cuando los quejidos se convirtieron en gritos, mis manos tuvieron que ahogarlos.
Escuché un estruendo en la planta baja. Dejé de llorar y, con mi antebrazo, sequé mis lágrimas.
Escuché las voces melodiosas de mis padres, ambos le dieron la bienvenida a Lilith. ¿Estaban los dos en casa? ¿Desde cuándo? Ahí lo supe, estaban, tan solo decidieron evitar cualquier interacción conmigo
Mis pestañas acariciaban y ventilaban a mis párpados, cansados y lastimados por las lágrimas; mis labios se apretaban a sí mismos para evitar pronunciar cualquier pensamiento.
De un momento a otro, las voces de mis padres desaparecieron del entorno sonoro; las risas de Lilith, así como las respuestas inentendibles de Sully irrumpieron en el silencio de la casa.
Mis emociones no me daban tregua, al contrario, se agitaban con cada risa contagiosa de Lilith, porque —usualmente— su felicidad era la causa de mi tristeza.
Aunque el rastro brilloso de las lágrimas todavía seguía en mis mejillas, no dudé en ir hasta las escaleras que conectaban con la planta baja. La tela de mis calcetines, que sustituían a mi par de zapatillas, ayudaban al sigilo.
Al encontrarme en una posición ventajosa, guardé completo silencio para escuchar la conversación de mi hermana y Sully. Lo único que interrumpía mi concentración era mi propia respiración.
—¡Todo es tan genial! —la escuché dirigirse a Sully, quien la veía divertida —. ¿Sabes de todo lo que te has perdido en estos días? Esta semana ha sido de lo mejor, no solo se ha cambiado de clase, ¡ahora también tenemos un trabajo en grupo!
—No es para tanto —dijo Sully. Con su respuesta, buscaba disminuir las intensas emociones de Lilith.
—¡Claro que es para tanto! —debatió Lilith.
Tomó su cabello con ambas manos, sus entradas en forma de corazón recibieron el aire fresco del invierno. Las pequeñas gotas de sudor, causadas por su euforia y no por un esfuerzo, se secaron al instante.
Mi garganta le cerró el paso a mi saliva, y mi boca, que se encontraba un poco abierta, empezaba a secarse por causa del aire.
El parloteo de Lilith terminó por agotar a Sully quien, ante tanta emoción por parte de su mejor amiga, no tuvo más opción que realizar una pregunta para culminar la conversación:
—¿Por qué crees que cambió de sección?
—¿Quién? —preguntó una menos frenética Lilith. Su mirada se posaba en su nítido esmalte de uñas que, a su vez, reflejaba su gran sonrisa —¿Aedus?
—¿Sí? ¿De quién más estamos hablando? —cuestionó con un tono de obviedad.
La afirmación de Sully terminó por romper mi corazón.
Con las palabras que había logrado recoger, sin pensarlo mucho, me enfrenté a la mirada de mi hermana y a la sorpresa de Sully.
Al verme, ambas se quedaron sin palabras. Como sus emociones les impedía romper el silencio, mi dolor se atrevió a cuestionarlas.
—¿Están hablando de Aedus Edevane?
La esperanza me había hecho mencionar su apellido, quería asegurarme que hablábamos de la misma persona.
Mi cara de perplejidad, mi apariencia desaliñada y el dolor en mi mirada hicieron que Lilith recuperara su altivez y, con un par de pasos seguros, — aprovechando la longitud de sus piernas —se enfrentó a mí.
De nuevo, su metro con setenta y cinco centímetros me hacía quedar oculta en su sombra. Por más que lo intentaba, no podía salir de ella, no podía escaparme, Lilith siempre estaba frente a mí.
Su sonrisa de placer, sus brazos cruzados en forma de autoridad y su cabello pigmentado por nacimiento de un profundo color castaño oscuro me hacían sentir pequeña. Mi metro con sesenta y dos centímetros apenas era suficiente para poder encararla y mi cabello rizado, de color miel, era lo único que sobresalía de esa sombra de dolor.
Lilith tomó el silencio de Sully como un incentivo para intentar intimidarme; no había ningún llamado de atención, no había nada que la detuviera.
Pero a pesar de su dominio, sus vibrantes ojos castaños, casi idénticos a los míos —era el único rasgo en común que la genética nos había otorgado —perdieron la intensa lucha contra el apagado tono café de mis ojos desvelados.
Mi mirada estaba cristalizada.
Ella no pudo soportar la tensión y se apartó del camino.
Quizá…, solo quizá…, entre mis ojos vidriosos ella había logrado encontrar el reflejo de una hermana en mí.
Tras nuestro enfrentamiento, Lilith se quedó sin palabras. Buscó ayuda en la siempre neutral Sully que, sin elegir un bando, se acercó a mí. Con la prudencia que la caracterizaba y, que a su vez, me hacía preguntarme cómo ella era la mejor amiga de Lilith, mencionó:
—Sí, Frida, hablamos del mismo Aedus. Aedus Edevane.
Mi melancolía pareció contagiar a Sully, que no pudo evitar responderme con un toque de tristeza.
Mi introspección me hizo guardar silencio. Como respuesta a mi aparente debilidad, Lilith volvió a encararme. Su aire de superioridad había regresado
—¿Por qué preguntas tanto por Aedus? Y si quieres saber el motivo de su cambio, es algo obvio… —dijo, me miró fijamente. La vitalidad había regresado a su mirada —, seguramente, lo hizo por estar cerca de mí. ¿Sabes qué? Lo entiendo, soy atractiva por naturaleza, mi personalidad es magnética y en el ámbito académico, no tengo nada que envidiarle a los cerebritos de la clase, mis calificaciones son similares a las de ellos.
Tuve que contener mi respiración para no dejar escapar lágrimas ni quejidos. Mi corazón recibió las consecuencias de mis decisiones.
Sin decirle nada, solo dejé que el silencio le entregara la victoria.
Ella ganó, ella me había derrotado.
A pesar de sentir la incomoda frialdad del suelo, mis pies no se acobardaron y emprendí mi camino hacia la salida.
Mi única protección eran un par de calcetines envejecidos y desgastados que, con cada dos pasos, dejaban un par de hilachas en el piso.
Como no podía limpiar mis propias lágrimas —porque el dolor que sentía me inutilizada —, el aire fresco que me acompañaba en mi caminata se responsabilizó de ese trabajo.
En la gran ciudad de Londres, donde era tan fácil perderse en medio de historia, lujos y diversión, intentaba encontrar mi camino; pero cuando mi mente estuvo cerca de la paz, una llamada de Aedus me interrumpió.
Mis ojos, que ya se encontraban demasiado cansados debido al llanto, apenas distinguían su nombre dentro del sinfín de notificaciones. Mis manos temblorosas se inclinaban por contestarle, pero mi voz, que había desaparecido con el llanto y el dolor, se negaba a hacerlo. Con lágrimas que empañaban la pantalla del móvil, mis dedos lograron teclear un par de letras y así formar un saludo. Hui de la conversación, en ese momento, solo podía enfrentarlo por mensaje.
Aedus respondió al instante. Como si no hubiese pasado nada, utilizó su usual cortesía. Su actitud despreocupada y su alegría, que se adueñaba de cada texto escrito, provocó mi indignación.
Mi dolor se transformó en furia y mis ojos, que antes lloraban, tenían una expresión de molestia. Ni siquiera contesté a su primer interrogante, sin miedo alguno, pregunté:
《¿Por qué no me dijiste?》
Aedus pareció no entender mi pregunta, porque contestó con dos signos de interrogación. Con un tan solo 《nada》 decidí cortar la comunicación.
Sin embargo, su insistencia debilitó de nuevo mi decisión. En sus mensajes él expresó su deseo de verme y, como yo ansiaba conocer la verdad detrás de todo, acepté su oferta. Más que como una salida amistosa, la tomé como una formalidad para aclarar mis dudas.
Con un 《¿dónde estás?》, él confirmó nuestra salida. Como no tenía una respuesta inmediata y desconocía la calle en la que me encontraba, terminé por describir —en un larguísimo mensaje, de esos en los que el destinatario apenas leía lo más importante — el sitio en el que me encontraba.
Esperaba que la rueda de la fortuna —una imitación de la que estaba en el centro de la ciudad —, así como un carrusel de ponys y un pequeño negocio de helados con temáticas infantiles, fueran pistas más que suficientes para encontrarme.
Con tan solo un 《espérame》concluí que Aedus ya había identificado el lugar.
Las sonrisas de los niños, que corrían con la fuerza de la mano de su padre o madre, terminó por contagiarme y, como si se tratara de una ley no dictada, tuve que sonreír para responder al saludo que muchos de ellos me daban.
El tiempo de espera de Aedus se consumía en escenas que sólo existían en mi cabeza, en algunos saludos apropiados, y distracciones necesarias para impedirle al tiempo que me enloqueciera.
Cuando mis labios, tan secos por el aire, y tan maltratados por mis dientes, estuvieron a punto de entrar en contacto con el helado que el señor George me había preparado, la inconfundible voz de Aedus hizo que me paralizara. Incluso el helado, que tentaba con estrellarse en la tierra del parque, pareció detenerse. Su único movimiento de rebeldía era el frío líquido que resbalaba en medio de mis dedos.
Para no caer en el piso, Aedus se apoyó en sus rodillas, y su rostro se escondió en la sombra de su cuerpo.
Sin necesidad de llamarme, corrí hasta él, y Aedus, sin que le preguntara, respondió a lo que mi mente buscaba.
—Estoy bien, no te preocupes. Solo… solo corrí muy rápido para llegar hasta aquí.
—No era necesario —respondí con algo de vergüenza.
Una parte del sorbete cayó al piso, su color se mezcló con la tierra.
—Es mejor que lo comas rápido.
Observé el helado casi derretido, de inmediato, obedecí la sugerencia de Aedus.
Sin ninguna provocación, una sonrisa apareció en su rostro.
—¿Sucede algo? —pregunté desde mi ignorancia.
—Nada grave, solo tienes un bigote. Luces muy tierna.
No supe cómo responder a su cumplido, mis labios intentaron ocultarse al cubrir mis dientes. Ese gesto, causó la risa despreocupada del chico.
—No es necesario que intentes ocultarlo. Toma —me entregó una servilleta —, por suerte, la guardé cuando estaba comiendo en un restaurante de comida rápida.
Como estaba poco acostumbrada a recibir ayuda de otros, mis manos temblorosas se enfrentaron a la firme amabilidad de Aedus, sin mucha práctica, terminé por arrebatar el pedazo de papel, y así cubrir mis labios con él.
Sentí como la servilleta absorbió la suciedad y, por fin, pude liberar mi vergüenza: mis labios manchados.
—¡Al fin! —dije un poco más animada y menos retraída por la situación.
Mi 《felicidad》, que era más una caratula para presentarme ante los desconocidos del parque, le dio una pequeña abertura a Aedus para iniciar una conversación más cotidiana que profunda.
—Ahora… —hizo una pequeña pausa para seguir con su juego.
Correspondí a su ternura con una sonrisa. Él también sonrió, sus hoyuelos, que lucían angelicales en su rostro y adornaban sus mejillas, se mostraron ante mí en todo sus esplendor.
—¿Me puede decir la niña qué le sucedía?
En otra ocasión, el sustantivo 《niña》me hubiese parecido insultante; pero, ante la lenta y dulce pronunciación de sus labios, me pareció más romántico que un poema.
Los vellos de mis brazos respondieron a ese llamado, se erizaron por completo y lucharon contra la tela de algodón que me cubría. Sí, luchaba contra eso que los seres humanos llamábamos 《suéter》 , pero que en ese momento se convirtió en una cárcel.
Por varios segundos, me quedé callada, en un trance que quizá solo tenía valor para mí. Sin embargo, su voz, su irreconocible voz, que mi oídos eran capaces de identificar entre mil susurros, me despertó.
Con un suspiro profundo, volví a la realidad.
—¿Sí? —pregunté un tanto divagante.
—¿No piensas responderme? —dijo con un tono de obviedad.
Sin pensar mucho en la respuesta y más en la necesidad de no quedar como una tonta, respondí con otro 《sí》 y de nuevo, su sonrisa hizo que mi vergüenza se mostrara, que mis pensamientos se detuvieran y que mi mundo temblara.
—Frida, lo único que quiero saber es qué te sucedía. Me hiciste un par de preguntas que no entendí.
Él me enseñó el móvil, mis ojos todavía extasiados, apenas distinguían las letras que con mucha furia había escrito.
—Sí —respondí en un tono apenas audible —, quería hablar de eso.
Me contuve y ante su amabilidad, me pregunté a mi misma quién era yo para reclamarle. Quizá mis celos me llevaron al camino equivocado.
—¿Y bien? —preguntó con un tono insistente —Por cierto, ya bota eso. Se ha derretido casi por completo —señaló el helado.
Al encontrar el tarro de basura escondido entre unos arbustos, obedecí a las palabras de Aedus. Sin premeditar mucho y sin dar lugar a los silencios incómodos, dije:
—¿Por qué te acercaste a mí?
Su mirada segura cambió; la confusión apareció en su rostro y el reflejo del sol al atardecer se quedó en su mirada. Apenas se distinguía mi silueta en ellos.
—No entiendo tu pregunta —respondió con fingida seguridad.
—No sé qué es lo que no entiendes —contesté con pleno dominio de la conversación —; pero, para aclararlo, volveré a preguntarte: ¿Por qué te acercaste a mí? Soy una persona que tiene más enemistades que amigos y, por si fuera poco, mi sonrisa parece tener la maldición de apagar la alegría de otros o destruirla por completo. Mis padres apenas me dirigen el saludo, mi hermana solo me reconoce frente al público, porque en la privacidad me deja oculta en la oscuridad. Y Sully, quien era mi mejor amiga de la secundaria, se ha familiarizado más con Lilith, ahora apenas pasa tiempo conmigo. Quizá suene como una pregunta tonta o sin sentido, pero para mí no es algo pasajero, porque me gustaría que lo nuestro fuera tan duradero que la eternidad solo fuera un capítulo de nuestra historia. Para ello, quiero saber qué tan real es. No muero por vivir una dulce fantasía con un final perfecto, quiero vivir la triste realidad, la realidad feliz, la realidad desesperanzadora y la realidad que nos incita a seguir adelante. Ahora, te lo volveré a preguntar: ¿Por qué te acercaste a mí? ¿Tan solo fue por mí? ¿O fue por mi hermana?
Mi discurso provocó que mis pulmones se quedaran sin aire, empecé a respirar con dificultad. Mis dedos que estaban al descubierto, se cruzaron entre ellos y mi piel tuvo que soportar todo el dolor.
Antes de darme una respuesta, Aedus se paralizó y lo miré, como casi nunca miraba a nadie: con ternura. Mis labios por fin sonrieron con honestidad.
—Yo… —pausó de forma indecisa.
La presión que ejercía sobre mis dedos me causó molestias, y tuve que liberarlos.
Cogí la mano de Aedus con mucha dulzura.
Él observó nuestra unión, una sonrisa triste apareció en su rostro. No solo la felicidad nos hacía sonreír, la tristeza a veces nos obligaba a hacerlo.
—No sé qué decirte, Frida.
—No espero nada extravagante de tu parte —Lo ayudé a quitarse la presión —, pero no espero menos que la honestidad.
Por un instante, el ruido sirvió como un analgésico natural que nos ayudaba a no perder la cordura.
Sonreí todavía más, la presión de mis mejillas hacia arriba hizo que mis ojos se cerraran y cuando mis ojos no lo veían, él dijo:
—Sí la pregunta la diriges al Aedus que conociste en la inauguración, podría decirte, con mucha certeza, que lo hice solo por ti. Si me lo preguntas ahora, la respuesta puede diferir un poco… Lo hice por ti y por ella, Frida.
Mis ojos se abrieron con lentitud, la luz del sol se posó en mi espalda.
A pesar de su respuesta, mi mano seguía aferrada a la suya, y sus dedos aún estaban ensamblados en los míos.
—Por eso te hiciste compañero de clase de Lilith —afirmé en voz alta.
La respuesta tardó en llegar.
—¿A qué te refieres? —preguntó confundido.
—Sí, eres compañero de Lilith en la case de…
Al contrario de lo que yo esperaba, Aedus tomó mi indiscreción con tranquilidad y no con enojo. Él agarró su estómago y empezó a reír. Su sonrisa era muy parecida a la de los niños del parque.
—¿Qué sucede? —pregunté con confusión.
—¿En serio crees que yo me cambié de clase solo por estar cerca de Lilith? —preguntó con un tono burlón.
Me detuve a pensar, quizá la discrepancia entre Lilith y yo, así como su altanería me llevaron a pensar eso. ¿Y si simplemente la casualidad había llevado a Aedus hasta los brazos de mi hermana? Era como si el destino la bendijera.
—Yo… eso creí —respondí con un susurro bajo.
—Eso se escucha hasta maquiavélico, Frida. ¿Quieres saber la verdad?
Asentí con la cabeza.
—Mi trabajo no me permitía seguir con el horario de clase que había establecido en un inicio. Así que tuve que hacer un cambio, sabes, era hacer eso o renunciar a mi único ingreso estable. No te lo había dicho, porque me parecía un dato un tanto irrelevante. Frida —llamó mi nombre con fuerza —, que sea compañero de Lilith o su amigo, no me limita a hacer tu amigo o a compartir tiempo contigo. Por eso te dije, que si me lo preguntabas ahora, te diría que por ti y por ella.