Al llegar al concierto muchos nos observaban, otros nos pasaron por alto, y algunos hasta tuvieron el descaro de apuntarme con el dedo y comenzar a reírse en frente de mí. Guardé todo mi enojo, y me quite el casco rosa furioso, Amanda me la iba a pagar.
Bajamos de la moto dejándola en un estacionamiento para que se quedara más segura, le di propina al encargado por adelantado y nos dirigimos a la entrada. Desde afuera se escuchaban Los ángeles azules esa noche estaba programados varios grupos y artistas, todos de cumbia. Tenía planeado bailar hasta caer rendido. Presentamos los tiquetes en la entrada y nos dirigimos a un lugar central del concierto, había muchas personas, unas bailaba, otras tomaban cerveza y otros tantos solo escuchaba la música. El suelo estaba lleno de basura, botes y botellas por doquier, pero eso era lo de menos, nada importaba más porque tenía la cita que tanto esperé y este sería mi momento. No perdí más tiempo y extendí la mano invitándola a bailar. Tomó mi mano como si fuese a bailar y susurró a mi oído.
– Necesito un poco de alcohol – me quedé un poco desconcertado pero de inmediato me levante y fui a un puesto cercano para complacerla.
– Buenas noches me podría dar dos vasos de aguardiente, uno puro y el otro acompañado con soda de toronja por favor – ¡Listo! mi venganza estaba planeada, le daría el vaso de aguardiente puro a Amanda como venganza por lo del casco. Disfruté maginando su cara cuando diera el primer sorbo.
Tomé los dos vasos y regresé con Amanda y le tendí el de aguardiente puro. Le dije salud, y esperé paciente a que llevara el vaso a su boca. Ella me miró un poco extrañada y cuando estaba a punto de tomar el contenido me arrepentí y con un gesto amable le arrebaté el aguardiente y le miré con gentileza. Le extendí el vaso rebajado. Me miró un poco atónita pero lo tomó sin protestar. Nos recargamos en la maya protectora y escuchamos la música con calma reteniendo el ritmo de cada melodía, recordando la letra de la canción y cantado una que otra. Al final cuando los dos acabamos el aguardiente, me sentía un poco mareado, casi me arrepentía de haberle cambiado el vaso. Extendí mi mano para volver a invitarla a bailar esta vez se acercó de la misma manera que la primera vez y susurró.
– Lo siento, no sé bailar – la miré, hacia un pequeño puchero. Se veía tan linda.
– No te apures yo te enseño – le contesté sonriente. Puse mi mano en su cintura, y ella se abrazó del torso un poco nervioso, luego le comencé a dirigir al ritmo de la música, fue difícil bailar al principio porque ella y yo tropezamos varias veces pero pronto se acostumbró y bailamos hasta el cierre del concierto.
Al final solo le pedí una segunda cita, se hizo ajena a querer salir pero finalmente aceptó y quedamos para el siguiente sábado.