Me desperté cerca de las diez de la mañana, a mi lado está Amanda, la vi dormir tan placenteramente y supe que era la mujer de mis sueños, aparté algunos cabellos que estaban sobre su rostro para no perderme ningún segmento de su cara. De pronto sobresalto en mi mente el hecho de que no usamos protección durante el acto. Mi paranoia llegó a tope y no encontraba la manera más delicada de despertarla y tocar el tema, primero me levanté aparatosamente y un poco brusco, no dio resultado ella aun parecía un ángel en el más profundo sueño. En mi segundo intento acaricié sus costados suavemente para tratar de provocar cosquillas; solo suspiró un poco, entonces se me ocurrió una maravillosa idea de hacerle despertar, además sería un poco romántico.
Pero antes que nada corrí a una farmacia cercana a mi apartamento, y me compré una pastilla del día siguiente. También aproveché la ocasión para pasar por la tiendita, compré un poco de pan y leche. Regrese volando a la casa y me dirigí a la cocina, busqué dentro del refrigerador algunos huevos, verdura, y un poco de tocino. Lo cociné todo y lo puse en una charola, busqué un papel, lo doble cuidadosamente en forma de flor y lo coloqué a un lado del plato. Vacié leche en un vaso, tomé un pan y lo coloqué junto con el resto del desayuno.
Llegando a la habitación toqué la puerta y entré gritando.
– Despierta dormilona – me miró y llevó una de las almohadas a la cabeza – te traje el desayuno, espero y te guste.
Lo puse a los pies de la cama, se levantó con un poco de flojera me miró y sonrió como si nunca nadie le hubiera llevado el desayuno a la cama. La observé y devolví la sonrisa, me sentía muy feliz con ella aquí, justo al lado de mí, en la cama donde yo mismo dormí.
Esperé impaciente a que terminara su desayuno, veía con un poco de desesperación que comiera tan lento. Me observaba casi después de cada bocado, me miraba distante, como si algo ocupara su mente, moría por saber que pensaba esa cabecita, no me atreví a preguntar nada. Después de unos veinte minutos acabo el plato con huevo y se dispuso a comenzar con el pan, en ese momento estaba a punto de estallar. Amanda me observó de forma extraña, en seguida partió el pan y me tendió la mitad.
– ¿Gustas?... Ya sabes por las calorías – dijo mientras sostenía la mitad de la pieza de la concha.
La acepté y fui a la cocina por otro vaso con leche. Me senté su lado, pensando cómo entrar en tema, no tenía ni la menor idea de cómo comenzar. Decidí comenzar con una pregunta demasiada extraña para la situación.
– Gracias por la mitad del pan – dije mientras preparada la carambola con la siguiente pregunta – ¿Alguna vez has pensado en tener un niño o niña?
Casi se ahoga con el trozo de pan que tenía en la boca, de inmediato el desconcierto apareció en su cara, era algo similar lo que esperaba, enseguida tragó y se tomó su tiempo para beber el contenido del vaso.
– Qué preguntas más raras haces, casi me trago el desayuno sin masticar – contesto sonriente, mientras se tapaba los labios con la mano, se incorporó y prosiguió – en un punto de mi vida en verdad quería quedar embarazada, hace poco cuando estuve casada. Nos propusimos a tener un bebé y lo intentábamos a diario pero nunca llegó, lo intentamos como por dos meses y nunca se nos concedió, el resto ya lo conoces, todo se terminó, aunque la verdad si tuviera un niño o niña me serviría mucho de compañía. ¿Sabes?... Cuando vivía con él tenía dos hermosos gatitos, uno era negro como la noche y lo llamé pantera y el otro parecía una galleta así que lo llamé cookie, cuando salí de su casa no los pude llevar conmigo y se los encargué, que volvería, cuando encontré por fin un lugar donde estar regresé por mis gatos, toqué la puerta y me la abrieron sus padres, Jonatán no estaba y mis animalitos tampoco, le marqué y pregunté por ellos, solo me dijo “tus gatos no importan, te fuiste y no supe que paso con ellos. Tal vez se salieron y se perdieron, no sé y no quiero saberlo”. Me dio tanto coraje, era lo único que tenía, yo los cuidaba, yo los alimentaba, que le costaba cuidarlos una semana para mí. Me fui muy enojada. Te cuento esto porque una vecina decía por la manera que cuidaba a mis gatos yo sería una excelente madre.
Al acabar esta confesión me sentí muy culpable, eso en verdad le dolía y yo solo podía abrazarla. La estrujé un contra mí por unos minutos y cuando supuse que ya era suficiente, regresé a lo que quería decirle.
– Lo siento mucho, y perdona por recordártelo. También me quiero disculpar por lo siguiente, es que toda la mañana he querido decirte que anoche no usamos ningún tipo de protección y por eso hice esa pregunta. Cuando aún dormías fui por una pastilla del día siguiente a la farmacia y no sé si usas algún tipo método anticonceptivo y quería estar preparado – las palabras se hacían nudo y no sabía cómo decirle de una manera precisa que estaba aterrado con la sola idea de ser papá, yo no lo quería.
– No te preocupes, ya escuchaste mi relato, yo no puedo tener hijos.
Mi alarma interior entro en shock, como podía decir eso si nunca se había realizado ningún tipo de análisis que lo comprobara. Se basaba en el solo hecho de no quedar embarazada en sus tres meses de casada.
– Por favor, tómatela, no quiero correr ningún riesgo. Por favor – le suplicaba.
– Si lo que te preocupa es hacerte cargo del bebé, no te preocupes por nada que yo sola puedo hacerme cargo de el sin que nadie me ayude – en realidad estaba molesta.