Nos mudamos esa misma semana, para ese entonces ya nos acompañaba coquí mi segundo gato, un regalo de despedida de la compañera con la que compartía habitación, como despedida hicieron una fiesta memorable, siendo esta la primera vez que Jonatán estuvimos juntos. Ya por la mañana subimos las maletas y los gatos a la troca que le presto su papá. Nunca imagine que aún vivía con sus padres y que ahí seria el lugar donde nosotros viviríamos, también pensé que tendría un empleo pero no era así, y para poder irme con el yo tuve que renunciar al mío porque estaba muy lejos. Para colmo no me llevaba bien con mi suegra y por fortuna encontré un valioso aliado en su esposo que me defendió en varias ocasiones.
Los tres meses que estuve casada con el fueron los más felices de mi vida, pero un día me desperté y el fuego se había apagado. Imaginó que fue por el niño que anhelábamos y nunca llegó, o tal vez mi suegra dijo algo de mí, no lo sé. Solo pienso en lo que me dijo ese día en el parque y algo invade mi alma y tengo ganas de morirme.
– Lo siento Amanda, ya no te amo. No me preguntes que paso, no sabría responderte – Jonatán no sabía que con sus palabras destruían mi corazón volviéndolo polvo – me iré un día de la casa y cuando regrese no quiero encontrarte ahí.
No le contesté nada, esperé a que se fuera para soltarme a llorar, estaba perdida, no tenía trabajo, no tenía amigos a quienes llamarle para que fueran ayudarme, y las personas que me ayudaron me parecía demasiado pedirles un nuevo favor. Mientras pesaba que hacer caminé en dirección de la casa para recoger mis partencias y dejarla esa misma tarde.