El auditorio principal de la universidad estaba decorado con cientos de flores blancas, cortinas granates y una gran pancarta que decía en letras doradas:
“Promoción de Medicina – Generación de la Esperanza”.
Amanda caminaba por los pasillos con su toga negra ondeando al viento. La emoción la invadía con cada paso. Su birrete estaba bien colocado, y sus ojos brillaban con una mezcla de orgullo y nostalgia.
Julie y Samantha la alcanzaron en el vestíbulo. Las tres se abrazaron fuerte, como si estuvieran cerrando una etapa enorme en silencio.
—¿Lista para cambiar el mundo? —le dijo Julie con una sonrisa.
—Una receta a la vez —respondió Amanda riendo.
Los discursos pasaron, los aplausos estallaron, y uno a uno los nombres comenzaron a sonar desde el escenario. Cuando anunciaron el de Amanda Walters, su corazón se aceleró.
—¡Eso! ¡Esa es mi hija! —gritó su padre desde las gradas, arrancando carcajadas entre los presentes.
Amanda subió al escenario, recibió su diploma, y levantó la vista para buscar a su familia: su madre con lágrimas, su padre con una gran sonrisa, y su hermano menor agitando los brazos como si estuviera celebrando una victoria olímpica.
Ese instante se grabó en su memoria.
Horas después… en casa
Al regresar a su hogar, Amanda se quitó los tacones con un suspiro de alivio. La casa estaba decorada con globos y una pancarta improvisada que decía:
“¡Felicidades, Doctora Amanda!”
—¡No puedo creer que hicieran esto! —exclamó con alegría, rodeada por su familia.
—Y aún no has visto lo mejor —dijo su padre, guiándola hacia el jardín trasero.
Amanda frunció el ceño, algo confundida.
Cuando salieron, en medio del césped, bajo una lona blanca, se encontraba un auto nuevo. Pequeño, moderno y color celeste, con un lazo rojo gigante en el techo.
—No… no puede ser —susurró Amanda, llevándose las manos al rostro.
—Te lo ganaste —dijo su madre, abrazándola por la espalda—. Años de esfuerzo, noches sin dormir, y una dedicación que nos hizo sentir orgullosos todos los días.
Amanda no pudo evitar que las lágrimas brotaran. No por el auto, sino por el gesto. Por sentirse tan profundamente apoyada y amada.
—Gracias… gracias por creer en mí —dijo, abrazando a sus padres.
Esa noche, entre fotos, risas y comida favorita, Amanda no pensaba en el futuro. No en trabajos, ni exámenes, ni siquiera en lo que sería el siguiente paso.
Solo pensaba en ese día perfecto.
A lo lejos, la luna brillaba más de lo normal.
Como si algo allá fuera también celebrara su destino.
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Editado: 17.08.2025