Amanda Y El Poder Del Orbe

11: EL DESPERTAR DEL PODER

La mañana estaba inmóvil, como si el aire mismo contuviera la respiración. Sobre el viejo hangar que servía de campo de entrenamiento, las luces de neón parpadeaban con un zumbido tenue. Amanda había pasado siete días sintiendo en la piel cada golpe, cada caída, cada instrucción repetida hasta el cansancio.

Ese día, Julie y Samantha no llevaban su habitual semblante severo. Se movían con una calma calculada, como si ocultaran algo.

—Hoy no vas a correr, ni a esquivar, ni a golpear sacos —dijo Julie, cruzando los brazos—. Hoy vas a pelear contra nosotras.

Amanda sintió un nudo en el estómago.

—¿Pelea real?

—Entrenamiento controlado… pero sí —respondió Samantha, ajustándose los guantes.

El suelo metálico del hangar resonó cuando Amanda dio el primer paso hacia el centro. La luz que entraba por los ventanales se fragmentaba en líneas sobre su rostro. Fue entonces cuando lo sintió: un pulso suave en el pecho, como un latido ajeno al suyo. El orbe, que había permanecido en reposo durante días, vibró con una energía desconocida.

El primer intercambio de golpes fue rápido. Julie se movía como un rayo, Samantha como una sombra que atacaba desde ángulos imposibles. Amanda bloqueaba y esquivaba, apenas manteniendo el ritmo. Su respiración era un fuego en los pulmones.

Entonces, sucedió.

Un destello blanco se expandió desde el centro de su pecho, cegando por un instante la sala. Amanda sintió cómo su ropa desaparecía bajo una corriente tibia y luminosa, y en su lugar, un traje surgió, como tejido por la propia luz: blanco puro como la inocencia, con filamentos plateados y detalles púrpuras que recorrían sus brazos y piernas como corrientes de energía viva. Una capa ondeaba detrás de ella, y un antifaz elegante se formó en su rostro. El orbe brillaba en el centro de su pecho como un sol en miniatura.

Su cabello, ahora completamente blanco, flotaba como si estuviera bajo el agua.

Julie dio un paso atrás, sorprendida.

—Dios…

No hubo tiempo para más palabras. Amanda sintió una fuerza abrumadora recorrer sus venas, y sin proponérselo, levantó una mano. El orbe reaccionó: una onda expansiva invisible estalló desde su centro, arrojando a Julie contra una pared acolchada y a Samantha varios metros hacia atrás.

El silencio que siguió fue pesado. Amanda respiraba agitada, mirando sus manos.

Julie se incorporó con un gesto de dolor.

—Ese… fue el orbe. No un entrenamiento.

Samantha, sujetándose un costado, asintió.

—Estás lista, Amanda. No necesitamos más pruebas.

Amanda se quitó el antifaz, y el traje comenzó a desvanecerse como humo, hasta dejarla de nuevo en su ropa de entrenamiento. Aún sentía el eco de la energía dentro de sí, latiendo en sincronía con su corazón.

Pero en otro plano, en el interior insondable del orbe, Xadron y Guardian X observaban la escena como testigos silenciosos. En la geometría infinita de su prisión, símbolos antiguos comenzaron a reordenarse. Entre ellos, destellos de un mapa, una secuencia de pasos.

—Más indicaciones… —susurró Guardian X.

—Un camino hacia afuera —respondió Xadron, con un brillo de resolución en la mirada.

Amanda no podía escucharlos… todavía.




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