Amaneceres rojos, atardeceres violetas

8. Hasta la muerte nos da risa, ¿verdad, Panak?

8. Hasta la muerte nos da risa,
¿verdad, Panak?

Desembarca en Bakú, su saco de lona al hombro, una sonrisa permanente y el bolsillo lleno de dinero. ¡Seis semanas en el mar! Tiene cinco días libres. Pisa tierra firme, se gira: todos en cubierta le despiden, hasta Tarasov, ¡le están cantando una canción! Agita el brazo ostentosamente. Vuelve la cara hacia la ciudad pero no ve a nadie, el puerto vacío. Mira otra vez hacia el barco y sus compañeros ya no están en cubierta, el Estrella está descuidado, manchas de óxido afloran en el casco, parece abandonado. Le invade una congoja abrumadora, lanza preguntas al aire, no entiende nada. Divisa a cierta distancia dos figuras humanas y decide caminar hacia ellas. Son dos ancianos, sentados frente a frente, una mesa entre ellos. Uno de ellos lleva un sombrero negro. Se acerca: están jugando al ajedrez, sus miradas fijas en el tablero, sus cuerpos estáticos. Uno de ellos levanta un brazo y con un lento movimiento de la mano mueve una ficha. El otro (el del sombrero negro) se lleva una mano a la barbilla en actitud pensativa. Abai ya está llegando, grita “¡hola!” pero no parecen oírle. Vuelve a decir “¡hola!” y uno de ellos (el que no lleva sombrero) se gira para mirarle un instante antes de volver su mirada sobre el tablero. Siente un alivio enorme.

—Siento interrumpirles pero... ¿Es que no hay nadie en esta ciudad?

Los dos ancianos le ignoran.

—¿Me están escuchando?

El que no lleva sombrero vuelve a girar la cabeza, escudriña a Abai, los ojos entornados.

—¡Caramba, si es Abai!

—¿Nos conocemos?

—Mi nombre es Telman, pero eso no te dirá nada.

—No.

—¿Encontraste tu mar?

—Encontré... el mar. Un mar.

—Ya. ¿Lo que buscabas?

—No lo sé.

Telman asiente varias veces con la cabeza mientras desvía su atención otra vez hacia el tablero.

—¿Sabes cuánto dura esta partida?

Se dirige a Abai sin quitar la mirada de las piezas.

—No. ¿Todo el día?

—Seis años, cuatro meses y tres días.

—¡Caramba!

—¿Verdad, Panak? Por cierto, él es Panak. Disculpa mis modales.

Panak (el del sombrero negro) se gira y le saluda con un leve movimiento de cabeza. Su piel pálida y ojos claros contrastan con su chaqueta de felpa negra. Abai deja su saco sobre el suelo y suspira. Vuelve la cabeza: el puerto sigue detrás, los barcos vacíos, el Estrella, medio oxidado.

—Y bien, ¿te gusta nuestra ciudad? —preguntaTelman.

—¿Su ciudad? No he visto nada de su ciudad y no tengo el menor deseo de conocerla. Parece... una ciudad fantasma.

—Sabía que dirías eso. ¿Como tu mar fantasma?

—No lo sé. Ahora mismo... estoy confuso, decepcionado, abatido. No me esperaba esto.

Ambos viejos ríen, Abai se ofende.

—No sé por qué ríen. Esto no tiene ninguna gracia.

—Sí, sí que la tiene, aunque tú no lo veas. A nuestra edad todo tiene gracia, hasta la muerte nos da risa, ¿verdad Panak?

—Cierto.

Rompen a reír a carcajadas otra vez. Abai decide abandonarlos. Aferra su saco, duda unos instantes: volver al barco o aventurarse en la ciudad. Ya no tiene nada que hacer en el barco... debería dirigirse hacia la ciudad.

—¡Eh! Perdona muchacho, no te ofendas. No te vayas. Perdona a dos viejos chiflados como nosotros. No dudes: deberás encaminarte hacia la ciudad, sin duda. Sigue los consejos del corazón, ¿no recuerdas lo que decía Tex?

—¿Tex?

—Sí, el viejo de la trompeta. ¡Qué música, eh!

—No sabía su nombre, pero ya no lo vi más...

Despertó. Hai roncaba a escasos metros de él, dormido boca arriba, con la boca abierta. He, en la cama de arriba, también dormía. Las camas de Zhou y Cheng vacías. Era su primera noche en el barco. Su sueño se difuminaba, poco a poco perdiéndose en la niebla del subconsciente. Decidió subir a cubierta. El Estrella surcaba el mar a buen ritmo, imperturbable. La luna dibujaba su reflejo sobre el agua, una hermosa banda plateada. Se veía una luz amarilla en la sala de mandos, dedujo que el capitán dormía dejando Zhou al cargo. Se preguntó si Cheng estaría despierto en la sala de máquinas. Miró por la borda: el mar oscuro y profundo y detrás, la estela espumosa que dejaban las hélices. Le gustaba navegar en la quietud de la noche. Se imaginaba el barco como la mente humana y el mar como el mundo de los sueños. Recordaba retazos de su último sueño y se preguntó si había sido culpa de la cena china: tallarines con cerdo y un fuerte sabor a jengibre. Era un sabor nuevo para él, le recordaba al perfume de algunas mujeres. Quizá había sido el té, a los chinos les gustaba mantener las hojas flotando hasta que se acababa el agua. Tex... ¿Se llamaba realmente así el viejo de la trompeta?



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En el texto hay: viaje, voluntad, pescador

Editado: 27.12.2022

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