—No lo soporto más, se acabó Alejandro, aquí tienes tu anillo, tus regalos del pasado hasta esta enorme casa, no quiero ni tu recuerdo.
—Amanda, por favor, ya te expliqué, era su primera operación como médico cirujano, no tiene a nadie en la ciudad.
Trato de explicar, de excusarse, pero ya era tan repetitivo, es que cada frase ella ya se la sabía de memoria.
—El discurso de siempre, de soy lo único que tiene, solo confía en mí, si no soy yo. ¿Quién? Pues ahora tendrás todo el tiempo del mundo para estar con Sofía, como siempre ella quiso. Olvídate de olvidarte de mi cumpleaños o nuestro aniversario. Tienen el camino libre, no seré nunca más un estorbo, una piedra en tu camino de escápelos y cirugías junto a ella.
—Amor, por favor, dame una oportunidad. Pensemos en nuestro bebé, no puedes romper esta familia.
La risa amarga de Amanda, sonó como un eco en la habitación; ella lloró en silencio al mismo tiempo que hacía una mueca. Era increíble, inverosímil y inaudito, justo que él diga algo como eso.
—Alejandro, no hay bebé, hoy fue la gota que derramó el vaso. Perdí a nuestro bebé y el médico me lo informó hoy en la mañana. ¿Dónde estabas? Tomando la mano de su querida Sofía, Santiago tuvo que venir del fin del mundo para acompañarme, cuando se supone que tú debiste estar ahí para mí, pero se acabó, adiós.
AÑOS ATRÁS
—Te amo tanto, Amanda. Gracias por ser mi esposa, por darme ese honor, prometo hacerte feliz siempre.
—Y yo a ti, Alejandro, en las buenas y en las malas, en salud y enfermedad, te amo mucho, gracias por ser ese príncipe que siempre soñé desde niña.
—Y tú, mi princesa, mi amor. Siempre juntos, promesa de esposo.
—Promesa de esposos, mi amor.