—Hola, Sofía, mucho gusto. —Fue lo que dijo Amanda dijo, cuando Alejandro las presentó años atrás, algo tímida, sabía quién era ella y tenía esas ganas de caerle bien.
—Hola, sabes que soy la mejor amiga de Alejandro. ¿Verdad? Veo que lo aceptas, entonces espero llevarnos bien. Alejo, tengo hambre, comamos comida china.
—¿Comida China? Amor, soy alérgica al jengibre —expreso ella, dudando que lo recordara. Lo veía tan concentrado en Sofía y el sostenerla del brazo.
—Tranquila, Amanda, no pasa nada, pedimos algo sin eso para ti.
—Sí, además, cualquier cosa, somos médicos, bueno, casi y sabremos cómo actuar. —Aquella noche se hizo tan larga, sus sonrisas cómplices la hicieron sentir tan pequeña, tan minúscula, ellos tenían tanto en común, pero se supone que era la cena de despedida de Sofía, se iba muy lejos
Cuando se despidieron, ese abrazo pareció eterno, tal vez ahí debió encenderse sus alarmas, pero el amor te ciega y no te hace ver lo que a simple vista es evidente: las banderas rojas como le dicen.
Horas después
—¿Dónde vas, cariño? La película aún no termina.
—Sofía, me llamo, olvido su bolso en mi auto, voy y regreso. —No le dio tiempo de decirle nada, salto del sofá y tomo las llaves de su auto, ella se preguntaba lo extraño era que una mujer olvidara su bolso, algo tan sagrado, pero decidió, poner en pausa la película, recostarse un poco para esperarlo, no se dio cuenta ni cuando amaneció, cuando sintió unos brazos fuertes sujetarla y elevarlas por los aires, los primeros rayos del sol se asomaban.
—Vamos a descansar, amor, no debiste esperarme.
—Siempre esperaré—, recostando su cabeza sobre el pecho de quien ella creía casi el hombre perfecto, el supuesto amor de su vida, sin imaginar que quedarse a su lado, le traería tantas lágrimas como sufrimiento.
TIEMPO ACTUAL
—Alejandro, ¿dónde estás? Tienen que hacernos los exámenes, la cita con el laboratorio es en treinta minutos.
—Lo siento preciosa, el auto de Sofía se arruinó y tuve que acompañarla mientras llegaba la grúa.
—¿Estabas con ella tan temprano?
—Me invitó a desayunar a una cafetería a la que solíamos ir.
—Por eso te fuiste casi al alba.
—Estabas dormida y no quise molestarte, hazte los exámenes tú, en la tarde iré yo a hacérmelos, te amo.
—Yo también —Era la primera vez que ella no respondía con un te amo también, pero una espinita, un minúsculo gramo de incertidumbre apareció, hizo acto de presencia, siempre ¿será Sofía?