—No puedes creer que te vuelvas a ir, ¿es necesario?
—Sí, necesito supervisar la planta que está en Sudamérica, pero sabes que siempre estamos en contacto. La tecnología nos mantiene al día con los chismes.
—Santiago, te voy a extrañar, no voy a conseguir otro mejor amigo que tú—He ahí la palabra que atravesaba su pecho, pero eso era “su mejor amigo” se fundieron en un abrazo que, aunque fue corto para Santiago era como un bálsamo para el frío que sentía cuando se separaba de ella, si tan solo le hubiera confesado sus sentimientos y no quedarse con esa espina clavaba.
Una vez que él se fue, ella se dispuso a limpiar un poco. De pronto ahí estaba la olla donde Sofía había preparado la pasta, el cucharón que había usado para darle de probar a su esposo, aquel que seguía enojado con ella, por según este, haber ofendido a su mejor amiga. Necesitaba hacer los pases con su esposo, así que se vistió lo más bonita posible, preparó su especialidad: pollo a la naranja. Tal vez no era un plato gourmet, pero a él siempre le había gustado. preparo una pequeña canasta, tal vez podrían ir a un pícnic como en los viejos tiempos.
Una vez dentro del hospital, se dirigió a los dormitorios. Ya la conocían, así que nadie se oponía a su presencia, no sin antes dejar unos alfajores que había comprado en el camino para las enfermeras y uno que otro doctor que pasaba por la recepción.
—¡Alejandro! —Fue lo que gritó, cuando lo vio abrazado a Sofía. Él se sorprendió por el grito, pero mientras abría los ojos, comprendió la conmoción, no se había dado cuenta cuando ella se había recostado a su lado.
—Amanda, disculpa, no es lo que tú crees, es que yo estaba tan cansada, tuve una cirugía de doce horas, una a corazón abierto, y las piernas no me daban para subir a la tarima, como vez no hay más camas.
—Sofía no lo hizo con mala intención, no te enojes, amor, de verdad, solo fue una pequeña siesta.
—Claro, una pequeña siesta, mi esposo y otra mujer.
—Soy su mejor amiga, no es como si fuera otra mujer exactamente
—¡Ya, Amanda! Deja de atosigar a Sofía, no es para tanto.
Como siempre ahí estaba defendiendo a su dichosa mejor amiga, siempre poniéndola por encima de ella, no lo soportaba. Se marchó de ahí, dejándolos solos, con las lágrimas en sus ojos. Las personas que la observaban sentían pena de él, murmuraban.
—La nueva doctora, que nunca se le despega al doctor Sánchez, parece una garrapata. Yo que su esposa le lanzaba la canasta en la cara, es ella demasiado buena.
Se marchó frustrada, enojada, había un parque cerca, le dieron unas enormes de sentarse a llorar, pero se dijo así misma que no lo haría.
—Tal vez actúe precipitadamente, de pronto el olor que emanaba del pollo dentro de la canasta, hizo que se le hiciera agua la boca.
—El hambre no me la quita nadie—Tomo aquella canasta, saco el recipiente y decido comer, no iba a desperdiciar la comida, de pronto sus dedos obtuvieron un ligero hormigueo y un nombre vino a su mente Santiago, él era el único capaz de distraerle, no quería deprimirse ni nada parecido, solo era un bache, los matrimonios pasaban por cosas como esas.
—Hola, bonita, ¿Has estado llorando? —Fue lo primero que le dijo cuando la vio a través de la pantalla telefónica.
—No como crees, estuve viendo unos videos de perritos, sabes cómo me ponen esos videos. No debí llamarte.
—Tranquila, en primera clase, no nos dicen nada por los aparatos telefónicos, estaba estudiando los documentos que necesito aprender.
—Te estoy interrumpiendo, mejor te dejo.
—Nada de interrumpir, es un vuelo de dieciocho horas, así que tu compañía me distrae un rato de tantas letras y números.
No sabía cuándo tiempo había pasado, ya casi se terminaba el plato, cuando un sueño le entró y decidió cortar la llamada con su amigo. De verdad que había hecho que se olvidara de todo, aunque sea un rato, cuando de pronto escuchó una voz.
—¡Por fin te encuentro! —Era Alejandro. —Amor, perdóname, fui un bruto contigo.
—No quiero hablar contigo, Alejandro, me trataste muy mal, se supone que soy tu esposa —quiso pasar de largo, ignorarlo, tal vez como él había hecho con ella últimamente.
—Por favor, perdóname, vamos a casa y te lo compenso, te preparo la cena, por favor, mi amor, estaba muy casado, te lo juro, fueron horas y horas de una cirugía y tú sabes que tengo un sueño muy pesado, ni aunque pase un camión, me despierto.
Eso era verdad; según ella veía sinceridad en sus palabras, decidió darle un voto de confianza.
—Por favor, Alejandro, tienes que ser más consciente de que soy tu esposa, ¿me amas?
—Claro hermosa, no lo dudes—tomándola de la cintura y elevándola ligeramente en el aire para darle un beso, seguido tomo su mano y se dirigieron a casa, había escuchado lo que murmuraban cuando salió de esa habitación, además de las miradas acusadoras, lo menos que quería era que Sofía tuviera una mala imagen dentro del hospital, volvería ser el amoroso y dedicado esposo de siempre.