"Happy Birthday, Daph".
Dévora.
La reacción de Ryan en el estacionamiento es un poema plantado en mi mente mientras me preparo, haciéndome esbozar la misma sonrisa con la que lo encaré.
«Soy mala, lo sé. Pero ¿cómo olvidar algo tan satisfactorio?».
Frente al espejo de cuerpo completo de mi habitación termino de teñir mis carnosos labios con un tono rojo vino, y los froto entre sí mezclando el labial. El color pasión de mis labios resalta las esmeraldas de mis ojos potenciando su intensidad.
Con ambas manos acomodo mis ondas de cabello azabache, quedando éstas perfectamente voluminosas y parejas a la altura de mis hombros. «Perfecto».
«Solo falta algo» «Lo más importante».
Doy media vuelta y me dirigo hacia la estantería de zapatos para coger unos tacones negros abiertos de punta fina y ponérmelos.
«Los tacones hacen a la mujer».
Retrocedo mis pasos y admiro mi reflejo, detallando que el vestido de mangas largas color negro se ciñe a la perfección a mis generosas curvas, acompañado de un escote de corazón que me hace sonreír complacida.
Miro la hora y me doy cuenta de que voy tarde, por tanto agarro mi bolso junto al regalo para bajar a la cocina en busca de las llaves de mi auto.
El castaño portero me recibe con una sonrisa cuando salgo del ascensor.
—Buenas tardes, señorita Dévora —saluda.
—Marcos, te he dicho que dejes de lado las formalidades —lo regaño.
Hace un gesto inocente junto a una encogida de hombros.
—Lo sé, es que se me hace difícil. En ese caso sentiría que no estoy haciendo bien mi trabajo.
Suspiro negando.
—¿Lavaron mi coche? —pregunto.
Asiente.
—Está como nuevo y listo para la acción.
Sonrío de lado.
—Genial. Estaré fuera un par de horas.
—Anotado —sonríe—. Que tenga buena tarde.
—Igual tú.
La brisa colisiona con mi rostro apenas salgo del vestíbulo. «Hace una tarde fresca». Localizo la belleza metalizada color negro que tengo como auto, encendiendo el motor apenas entro.
*Cinco centímetros más tarde*
El trayecto se me hace corto, y eso se debe a que mi Penthause no está muy lejos de mi destino.
Los inmensos portones de hierro me reciben abriéndose a la par permitiéndome el paso. Aparco en el garaje de la mansión estilo colonial frente a mis ojos y esbozo una sonrisa antes de entrar con el regalo en mano.
El salón principal está habitado por unas cuantas personas caminando de un lado para otro preparando la decoración.
—¡Hasta que al fin llegas! —exclama mi madre acercándose—. Pensé que tendría que ir a buscarte.
Porta un hermoso vestido blanco de hombros caídos y unos tacones del mismo color de plataforma cuadrada. Los años pasan y ella se mantiene en forma, hermosa, y a la moda.
—Sabes que no me lo perdería —respondo abrazándola—. Lamento la demora.
—Tranquila amor —se separa—, aún es temprano.
—Uy —la detallo bien—. ¿Nuevo estilo?
—Sí —sonríe peinándose el cabello con los dedos—. Me lo corté un poco. ¿Te gusta?
Su cabello negro luce un corte bob que le queda de maravilla. Antes lo tenía un tanto más largo, como el mío.
—Me encanta. Te ves hermosa.
—Es obvio —levanta una ceja—. Yo te parí.
Sonrío ante su comentario negando con la cabeza.
—¿Dónde está Daphne? —inquiero.
—En el patio —señala a su espalda—. Dile que se termine de alistar, los invitados llegarán pronto.
Le pido a una de las mucamas que guarde mi regalo antes de salir al patio trasero. Dicho lugar está inundado de variedad de adornos morados y blancos: abundan los globos, cintas, carteles, piñatas, todo con temática infantil.
«Decoración no falta».
Hay variedad de mesas y sillas acomodadas a los lados de la piscina, un castillo inflable, y un inmenso cartel que dice "Happy Birthday" colgado sobre la mesa bufete.
La música de cumpleaños es casi imperceptible, pero a pesar del bajo volumen mis oídos la captan, mientras que busco con la mirada a una pequeña de diez años que encuentro frente a la piscina vestida de pijama y con los brazos cruzados. «Ternura enojada a la vista».
—Daphne Smith —deletreo lentamente—. ¿Qué manera es esa de amargarse el día?
Se voltea emocionada apenas me escucha, y con la misma emoción corre a abrazarme.
—Feliz cumpleaños, princesa —murmuro estrujándola.
—¡Gracias Dev! —me sonríe al separarnos.
—Tengo dos preguntas y exijo respuestas. ¿Por qué estabas enojada? ¿Y por qué no estás vestida?
—Una sola respuesta —se cruza de brazos—; mamá no me deja maquillarme. Dice que las niñas no deben hacerlo.
Asiento.
—Razón no le falta. ¿Para qué quieres eso?
—Para lucir hermosa en mi cumpleaños.
—Daphne no digas tonterías, de la forma que sea siempre serás hermosa.
Hace un ademán de sonrisa que termina convertido en un mohín.
—¡Pero quierooo!
Daphne es como mi espejo de cuando tenía su edad, exactamente igual, solo que ante mis ojos ella es y será la más hermosa.
Nosotras somos las nuevas versiones de mamá, quien fue una fotocopiadora a la hora de darnos a luz, porque ambas heredamos casi todos sus ragos físicos: cabello negro azabache, ojos verdes como esmeraldas, piel de porcelana, y su esbelta estructura física.
—Vamos arriba —digo—. Debo tener algún kit de maquillaje en mi habitación.
—¡¿Enserio?! —sonríe completamente.
—¿Dudas de tu hermana mayor? —levanto una ceja antes de darle la mano encaminándonos a mi antigua habitación en el segundo piso.
La ayudo a ponerse un hermoso vestido de princesa color lila con adornos de encaje, y unas zapatillas con tacón del mismo color. Al terminar con el vestuario le pido que tome asiento en el tocador mientras rebusco en las gavetas encontrándome con algunas cosas de maquillaje.