"La Cena".
Ryan.
—¿Recibió el documento que le envié? —pregunto hacia el otro lado de la línea.
—Por supuesto —afirma el señor Burkeley a través del teléfono—. Ya tengo el contrato en mis manos.
Por fin puedo suspirar con el alivio de que ya tenemos cerrado el acuerdo. Estos días han sido de total estrés con ese tema, y no solo para mí, sino para todos los empleados. A pesar de que la empresa ya está en la cima, no se le puede quitar el mérito a este proyecto de ser un paso grande para nosotros.
—¿Cómo van las remodelaciones?
—Le aseguro que para haber empezado ayer, hemos avanzado bastante, señor Grayson. Si las cosas se mantienen así estará inaugurado muy pronto.
—Que así sea. Por favor manténgame al tanto de todo.
—Así será. Estaremos en contacto.
Cuelgo la llamada en el momento exacto que escucho que llaman a la puerta.
—Adelante —ordeno.
—Jefe —habla Laura—. Afuera lo espera el señor Stanley para la cita programada.
—Dile que pase.
—Sí, señor.
La puerta vuelve a abrirse permitiéndome ver al pelinegro de ojos cafés con quien compartí buenos momentos en la universidad. Anoche me contacté con él y le dejé por escrito mi oferta junto a un par de detalles a tener en cuenta.
—¿Cómo se supone que debo decirte? —dice apenas entra—. ¿Señor o Ryan?
—Cómo más conveniente te parezca —sonrío.
Me pongo de pie dándole un apretón de manos y un abrazo a modo de saludo cuando se acerca. Noah, Sebastián y yo éramos inseparables en aquel momento, los rebeldes de la clase, los bromistas.
—Cuánto tiempo, hermano —se separa—. Mírate. Ya eres todo un hombre de negocios.
—Lo mismo digo. Toma asiento.
Señalo la silla al otro lado del escritorio invitándolo a sentarse, cosa que él no duda en hacer.
—¿Quieres café? —ofrezco.
—Sí, por favor.
A través del teléfono de cable ordeno a Laura que nos traiga dos tazas de café.
—Cuéntame de tí, ¿cómo te ha ido? —pregunto—. Por boca de tus padres, lo último que supe fue que volviste a la ciudad hace poco.
—Sí —asiente—. Estuve dos años trabajando en Europa.
—¿Y por qué volviste?
—No me acostumbré del todo a la vida allá —confiesa—. Esta es mi ciudad, hermano. Aquí es donde quiero estar.
—Me alegra saber que viniste para quedarte.
Laura aparece dejándonos las tazas de café antes de marcharse.
—Ahora hablemos de negocios —cambio el tema.
—Te escucho —dice tomando un sorbo.
—No hay mucho que hablar —imito su acción—. ¿Leíste toda la información que te mandé por correo?
Asiente.
—¿Eso era parte del contrato?
—No exactamente —niego—. Solo eran detalles sobre el cargo que quiero que ocupes. Mi objetivo era ofrecerte toda la información posible antes de que puedas tomar una desición, y espero que lo haigas hecho.
—De no ser así, no hubiera venido —esboza una sonrisa—. Y no traigo un "No" por respuesta.
—Me alegra oír eso.
—¿Dónde firmo?
Sonrío y pongo frente a él su contrato junto a un bolígrafo que agarra colocándo su firma en el papel.
—Bienvenido sea el nuevo director de comunicaciones —le digo.
—Gracias, hermano. ¿Cuándo empiezo?
—Tómate el día libre, y te espero mañana temprano, ¿listo?
—De una —asiente.
Desde arriba del escritorio, mi teléfono comienza a sonar —otra vez— mostrando una llamada de mi madre.
—Bueno —se pone de pie—. Te dejo en lo tuyo. Nos vemos mañana.
Asiento estrechándole la mano nuevamente.
—Hasta entonces.
Contesto la llamada en el momento que Noah abandona el despacho.
—¿Qué ocurre, ma?
—¿Esa es forma de saludar a tu madre? —recibo un regaño de su parte.
—Lo siento, es que estaba en una reunión y tengo mucho trabajo que hacer.
—¿Si recuerdas que esta noche celebraremos una cena con la familia Smith por mi aniversario con tu padre?
—Imposible olvidarlo —mentira—. ¿Por qué?
Con tantas cosas que tengo en la cabeza, obviamente me resultó fácil olvidarme de ese detalle.
—Hay un pequeñito problema —suelta—. No tan así, pero...
—¿Cuál es? —la interrumpo.
—También vienen Ivana y su madre.
Me trago mis propias palabras mascullando mil maldiciones mentales.
—Cielo, sabes que son amistades de tu padre —continúa—. No tienes que hablar con ella si no quieres.
—¿Y hasta ahora me dices esto?
—Es que recién nos acaban de confirmar su asistencia. Pero si crees que te hará sentir incómodo yo hablo con...
—No te preocupes, mamá —la calmo—. No tengo problema con eso.
—¿Seguro, amor?
Dudo. «No lo estoy, pero no quiero arruinarle la celebración».
—Sí.
—Bien. Nos vemos más tarde.
—Adiós, mamá —cuelgo.
Me jode que estoy seguro de que Ivana debe estar dichosa creyendo que me retorceré al verla nuevamente, sin saber que no le pienso dar ese gusto. Al contrario. Le voy a demostrar quién es Ryan Grayson.
Salgo de mi despacho y me adentro al siguiente donde encuentro un espécimen de ojos verdes sentado en el escritorio con su atención en el ordenador.
—¿Ocupada? —me acerco.
—No, estoy jugando a las muñecas —ironiza.
Comprimo una sonrisa.
—¿Estás de mal humor?
—Estoy en mis días —me mira seria antes de volver su atención a la pantalla.
«Amargada y con el periódo, mala combinación».
—¿Y cuándo culminan?
—El lunes.
—Hablamos el lunes, entonces —bromeo haciéndo un ademán de marcharme.
—¿Qué quieres, Ryan? —cierra el computador.
Tomo asiento frente a ella divagando en cómo manejar la situación tan agena a mí.
—Necesito un favor —murmuro.
—Creo que el que está en sus días eres tú —se burla.
«Las cosas que tengo que aguantar».