Ambición

Capítulo 7

"Hasta la última gota".

Dévora.

Lo más "Perra en celo" que encontré en mi armario fue un vestido negro lleno de brillos que me llega por los muslos, con tirantes tan finos como hebras de pelo y escote marcado. La espalda queda totalmente descubierta y es exageradamente ajustado, pero cómodo. A juego opté por unos tacones negros y altos de cocalecas a media pierna.

Hoy mi maquillaje se basa en una sencilla sombra de ojos negra, colorete, labial rojo oscuro, y mucha máscara de pestañas. Tardé media hora escogiendo atuendo, media en el maquillaje y media más en el pelo, pero valió la pena al ver el resultado de esos bucles perfectos.

Mis gustos humildes me obligan a escoger como prenda un fino collar de oro blanco con un pequeño diamante que me regaló papá a los quince, y unos aretes a combinación. Cojo uno de mis bolsos de mano antes de abandonar el Penthause y acceder a mi coche.

Quedamos en que yo recogería a Jasmine en tanto Julia y Domi, por la distancia, tomarían un taxi hacia el club establecido. Y como soy la única aparentemente responsable que no suele beber en cantidad, también soy la única encargada de llevar vehículo y así llevarlos a todos a casa al final de la noche.

Al parquear frente a la casa de mi amiga detallo el coche de Ryan atravesado frente a mí y por primera vez detesto que Jasmine y Sebastián vivan juntos. No tengo que voltear la cabeza para saber donde está, pero por el rabillo lo vislumbro junto a la puerta con la mano en los bolsillos.

Empiezo a sonar varias veces la bocina para que Jas baje rápido pero no obtengo resultados. En cambio recibo un mensaje de su parte diciendo que suba para que esperemos a que ellos se vayan. Abandono mi bebé metalizado sintiendo una sensación de intensidad sobre mi figura que me hace subir la cabeza encontrándome con la mirada azul petrificante.

Ahí está él, con una camisa negra y unos pantalones ajustados regalándome miradas cargadas de una intensidad que desconozco, y con mi semblante neutro camino hacia la puerta.

—¿Qué? —espeto al notar que no me quita la vista—. ¿Te embobaste o qué?

Sonríe de lado.

—Tal vez.

—¿Qué haces aquí?

Se encoje de hombros.

—Lo mismo que tú.

—Ya estoy —dice Sebas saliendo de la casa y deteniéndose al verme—. Uy, Dévora, si la belleza fuera un delito, tú serías inocente.

—Me encanta que te autocritiques —le sonrío.

—Uuuh —expresa Ryan—. Golpe bajo.

Lo miro.

—¿Algo para aportar?

—No.

Bufo devolviéndo la mirada al moreno.

—¿No se van o qué?

—¿Estorbamos? —espeta.

—Sí.

—De malas —respalda el pelinegro—. No nacimos para complacerte.

—Disfruten su noche —ironizo abriéndome camino entre los dos para entrar—. Con permiso.

No dudo a la hora de subir al dormitorio de mi amiga e irrumpo como si fuese mi propia casa. Ella está sentada en el tocador perfeccionando su maquillaje.

—¿Por qué no estás vestida? —inquiero al ver que trae un albornoz.

—Me demoré. Tengo que esperar a que Sebastián se marche o... —me mira—. ¡Madre mía que belleza!

Se acerca para detallar mi atuendo.

—Esto sí es digno de la ocasión —continúa chillando por lo bajo—. Superaste la expectativa.

Sonrío.

—No es para tanto.

—Sí es para tanto —me señala—. Así enloquecerás a cualquier hombre.

—Eso ya puedo hacerlo —ignoro la mirada de "qué creída eres"—. ¿Qué te falta?

—El colorete.

—¿Quieres ayuda?

—No —señala la ventana—. Asegúrate de que esos dos se haigan ido.

Me acerco al cristal divisando a los objetivos debatiendo de una manera que hasta diría que es confidencial. Y no es hasta que Ryan echa una mirada de soslayo en mi dirección que los veo caminar para irse.

—Listo —volteo hacia ella—. No pierdas tiempo y vístete.

No se limita a la hora de cambiarse frente a mí y el asombro no se hace esperar cuando contemplo la tela que se le ajusta al cuerpo. «Ya entiendo el por qué temía a que Sebastián la viera». El vestido es completamente rojo, corto, y muy sexy. Tiene cruces en el cuello, una apertura en el escote que llega hasta el ombligo y otra más en el muslo derecho, dejando al descubierto parte de sus atributos y su espalda.

—¿Cómo me veo? —me pregunta dando una vuelta completa.

—Como toda una diosa —admiro la sensualidad que desprende y es que menos no podría ser, Jas es muy guapa.

Termina de alistarse y para cuando ya estamos en mi coche y a punto de partir, caigo en cuenta de que mis llaves no están. Busco en mi cartera, en el suelo del coche y en todos lados, pero no la encuentro. Y entonces es cuando por arte de magia en mi cabeza se enciende un foco que me hace enfurecer en cuestión de segundos.

—Ryan se la llevó —digo.

—No jodas, ¿en serio? —refuta Jas y asiento con la mirada fija al frente implorando paciencia para no arruinar la noche—. ¡Qué idiota!

—Dime algo que no sepa —digo abandonando el coche—. ¿Sabes qué? Pide un taxi. No nos vamos a amargar mientras él se muere de risa.

—Así se habla, nena —saca su celular para llamar a la agencia de taxis.

En menos de media hora ya estamos frente al club donde pasaremos la noche y parte de la madrugada. Ella se engancha de mi brazo antes de entrar y las miradas líbidas de los hombres no se hacen esperar.

El sitio ya lo conocemos porque lo visitamos varias veces durante nuestra adolescencia. Es bastante amplio, cuenta con dos pisos, ambos con su propio mini bar, y las luces parpadeantes no pasan desapercibidas desde el primer instante.

—Allí están —señala Jas a nuestros amigos.

Nos acercamos a ellos saludando y elogiándonos entre todos nuestras vestimentas. Domi porta una camisa hawaiana bastante fresca a juego con unos vaqueros ajustados mientras que Julia lleva un hermoso vestido blanco de satín, también ajustado, con escote caído y cruces en la espalda.




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