Ambición

Capítulo 10

"Ambivalencia".

Dévora.

Si no me equivoco, y creo que no lo hago, puedo confirmar que absolutamente nada es más peligroso que la mente humana. El mayor enemigo no está a tu espalda, está en tu cabeza, como bestia al acecho, esperando el momento adecuado para poder atacar.

Duré parte de la noche medio durmiendo y la otra parte pensando en... cosas que no debo ni quiero, porque literalmente, el recuerdo de la playa estuvo plantado en mis parpados a toda hora sin cavidad de ida.

No estuvo tan mal, pero sí horroroso, y por supuesto nos separamos de inmediato apenas reaccionamos. Es que Ryan y yo... tan solo pensarlo me genera escalofríos. Nosotros nos dejamos someter a un impulso ridículo y repentino, que no sé si fue cosa de la bebida, pero es que ninguno de los dos en su sano juicio lo habría hecho.

Por suerte duró poco y realmente me hubiese encantado darme en la cabeza para reaccionar a tiempo, pero como no fue así, al menos queda el recuerdo de que no debemos bajar la guardia con el otro. Nunca. Jamás.

«Pero esos labios tan suaves y adictivos...» «El calor de su cercanía» «Sus manos sobre mi cintura...» Ay no. ¡Concéntrate, Dévora! «Qué asco». Elimino el pensamiento basura que provoca la mente traicionera antes de devolver la atención al ordenador y seguir con mi trabajo.

El recuerdo reaparece amargándome el existir. Ya ni trabajar en paz se puede, y doy gracias al cielo que no lo he visto en todo el día. El resto de la boda lo estuve evadiendo, pero hoy ni pensarlo, quedaría como una ridícula.

Hago la técnica de mente en blanco y logro centrarme en las tendencias del mercado, cosa que me mantiene ocupada gran parte de la mañana. Desde que Jasmine se fue de luna de miel, tengo el doble de trabajo, ya que me ocupo además de lo que a ella le corresponde.

Se esfuma mi poca concentración apenas escucho que llaman a la puerta.

—Adelante.

—Señorita Dévora —escucho el melódico tono de voz de Jayler. Es un joven gerente del departamento de Marketing.

—¿Los tragiste? —pregunto.

—Sí —me extiende el portafolio—. Aquí están todas las nuevas estrategias publicitarias que reunió la señorita Jasmine.

Le doy una ojeada a los papeles. «La ausencia de Jas está tomando factura».

—Nada mal —opino—. Creo que habrá que poner todo esto en función. Estuve revisando el porcentaje de impuestos y el resultado no me gustó. Eso significa que tendremos que ponernos en acción al respecto.

—Estoy de acuerdo con usted, y...

—Puedes tutearme, Jayler —lo miro—. No me vengas con formalidades a estas alturas.

Él ríe por lo bajo. Me respeta por su perfecta educación y por el poder que tengo aquí, pero también sabe de la buena relación laboral que tenemos desde que tomé el puesto. Es uno de mis trabajadores favoritos, siempre sabe entender lo que quiero expresar en un proyecto.

—Está bien —dice finalmente—. No sé si sirva de algo, pero hice un pequeño aporte que vendría bien para una campaña.

Lo miro.

—Genial. Gracias —elevo la comisura derecha de mis labios—. Lo revisaré.

Él asiente.

—Y yo me iré a trabajar —se despide—, que hay mucho de eso.

Vuelvo a sonreír antes de analizar curiosamente esos papeles. Las estrategias son buenas. Realmente me siento complacida porque sé que serán efectivas y... Me paralizo al llegar al final de la primera hoja y releer con detenimiento lo que llama mi atención.

No tardo en ponerme de pie con el portafolio en mano y dirigirme a la oficina de al lado. Laura intenta hablarme pero la ignoro avanzando a toda velocidad.

Al abrir la puerta de la cueva tenebrosa, me encuentro a la bestia sentado en su silla tranquilamente conversando con una mujer de espaldas a mí, de pie e inclinada sobre el escritorio de él. Y no es eso lo que llama mi atención, sino la inmensa sonrisa de Ryan. «O sea, que le sonríe a una cualquiera en vez de estar trabajando».

—¿Interrumpo? —ironizo lográndo que ambos me miren y reconociendo la cara de la mujer.

—Siempre —confirma el muy estúpido elevándo mi mal humor.

—Para algo soy la que manda aquí, ¿no crees? —él solo se mofa y yo dirijo mi atención a ella—. Y tú... eh...

—Leticia —asegura.

Asiento.

—Oh, sí, Leticia. ¿No tienes trabajo que hacer? Es que me surge la duda al verte aquí perdiendo el tiempo.

—No... yo... —balbucea.

—Si estás desocupada házmelo saber, que yo arreglo eso enseguida.

Ella se queda sin palabras y observo de soslayo que Ryan sonríe "con disimulo", pues se notaría a kilómetros. Me hierve la sangre su actitud a veces, y el verlo así aún más.

—Ey, tranquila, víbora —me dice él—. Estábamos intercambiando palabras.

—Me urge hablar contigo —declaro.

—Por supuesto.

—Leticia —poso mi atención en ella—. ¿Me dejas hablar a solas con mi prometido?

—Claro —asiente y baja la cabeza apenada—. Con permiso.

Hay que marcar territorio. Ryan piensa con la de abajo y no puedo permitir que se me burle en la cara.

Para cuando ella se va, choco con la carcajada espontánea que suelta míster idiota.

—¿Te parece gracioso? —inquiero a la defensiva.

—De hecho, sí —trata de comprimir la risa—. ¿Qué te pasa? ¿Comiste alacranes hoy o qué?

—Los desayuné —mascullo acercándome a él—. ¿Me puedes explicar esto?

No se inmuta cuando le enseño el papel, más bien me mira con desinterés, como si no fuera de su atribución.

—¿Qué? —espeta.

—Los firmaste —acuso—. ¿Sabías de esto y no me dijiste nada?

Se encoje de hombros.

—Sí. ¿Y?

—¡¿Y?! —reclamo—. ¿Cómo que "Y", Ryan? Esto me concierne y lo sabes. También soy directora al igual que tú.

—Lo sé, Dévora —asegura—. Pero sigo sin ver el problema.

—Que tienes que contar conmigo para cualquier desición o sugerencia, tal como yo lo hago contigo. Lo aprobaste sin mostrame antes y era algo que nos urgía a ambos...




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