Ambición

Capítulo 11

"Tal para cual".

Unos días después...

Ryan.

Ha sido la semana más cargada de toda mi vida. Con el trabajo, la colaboración de Mikel y mi madre agobiándome con la maldita boda, he estado a punto de perder la cordura. Mi nivel de estrés supera los límites y la ausencia de mi mejor amigo no ayuda en absoluto.

Se supone que hoy sábado, es día de descanso, pero justo son casi las tres de la tarde y voy saliendo del trabajo. Dejé de lado lo que hacía cuando recibí una llamada de mi madre donde exigía mi presencia en casa con urgencia, y como ella es la patrona, no puedo rehusarme.

Las calles de New York están abarrotadas de transeúntes como de costumbre y aún desde el auto se percibe esa vibra que solo la ciudad presenta. Mi destino es la residencia de la arpía. Pués resulta que mi madre también la llamó, pero ella no contesta el teléfono y aquí va la niñera Ryan a buscarla y chequear que esté bien.

Freno bajándo del coche frente al inmenso edificio y al ingresar al lobby me recibe el portero... ese tal Carlos.

—Buenos días, señor Ryan.

—Carlos —le regalo un asentimiento de cabeza.

Espero que sea conformiste, hay personas que ni siquiera saludo.

—Soy Marcos, señor —me corrije.

«¿Cómo se atreve?»

—Como sea —cambio el tema señalando para el techo—. Voy donde Dévora.

—Espere y yo le aviso antes —su ridícula voz me detiene estando a punto de avanzar.

—¿Te gusta tu trabajo, verdad Marcos? —inquiero lentamente a lo que él asiente—. Si quieres conservarlo, mide tus palabras y a quien van dirigidas. Espero no volver a escuchar lo que acabas de decirme, porque solo yo pongo mis propios límites, no tú, ni nadie.

—Lo lamento, señor —baja la cabeza apenado—. Es que la señorita Dévora...

—La señorita Dévora no tendrá ningún problema con que su prometido la visite.

—Lo lamento, señor —recalca—. No volverá a pasar.

Sonrío de lado.

—Que bueno que entiendas. Con permiso.

Tomo el elevador que me deja justo en el salón principal de su Penthause y antes de poder emitir palabra detallo como la nueva mascota de Dévora viene corriendo hacia mí, y en vez de un intento de atacar, lo que hace es acariciarse contra mi pie.

—Quítate, bola de pelos.

No me obedece, es idéntica a la dueña. Al contrario, se para apoyándose en mi pierna en un absurdo intento de llamar mi atención.

—¿Dónde está tu mami querida? —le pregunto recibiendo un mini ladrido.

—¿Shira? —escucho la voz de Dévora venir de la terraza.

Levantándo a la pequeña en brazos y sigo el rastro de su voz. No tardo en encontrarla, ya que al salir a la terraza lo primero que detallo es a la chica en traje de baño negro sumergida en la piscina.

Voltea en mi dirección cuando la cachorra emite otro ladrido.

—¿Mucha calor? —inquiero.

—¿Tú? —me mira anonada—. ¿Qué...? ¿Qué haces aquí? ¿Cómo entraste? ¿Por qué Marcos no me avisó?

—Lo siento, querida Dévora, pero solo puedo con una pregunta.

Me reta alzando una ceja. O me amenaza, no sé. Solo sé que ese bañador le resalta sus pechos.

—Entré por la puerta —aclaro—. Bueno, en realidad por el elevador.

Tuerce los ojos.

—Y lo otro —continúo—, es que Marcos ya tiene bien claro quien soy. No tengo que pedir permiso.

—Hasta que nos casemos, el sábado es el día en que descanso de tí —me dice—. Respeta eso.

—Es que te extrañaba.

Nuevamente tuerce sus bellos ojos esbozando una sonrisita.

—¿Ya son amigos o qué? —pregunta vacilando a la bola de pelos que reposa en mis brazos.

—Por desgracia parece que la pariste, así que no me cae bien —aseguro acariciándole el pelaje—. Pero soy agradecido, y cuando llegué, ella me recibió mucho mejor de lo que tú lo haz hecho nunca. Le devuelvo el favor.

—Sí, seguro —ironiza.

—No me gustan los perros.

Levanta las cejas y desvía su cara a un lado en un gesto que no logro identificar.

—Lo que tú digas —dice—. ¿A qué le debo el honor de tu visita?

—Mi madre.

Frunce el ceño.

—¿Qué pasa con ella?

—Te dejó mil llamadas que nunca contestaste. Vine a ver si seguías viva.

—Hace rato que no miro el celular. Pero qué atento —sonríe con ironía—. Enseguida la llamo. Ya puedes irte...

—De hecho —la corto dejando a la cachorra en el suelo—, no me voy sin tí. Ella nos citó con urgencia en su casa.

—¿Y eso como para qué?

—No sé, Dévora, no me dijo. Sal ya y cámbiate. A menos que quieras irte sola...

Me dedica una mirada de desdén antes de salir de la piscina. Estando afuera su vestimenta es más notoria. Puedo detallar exactamente como la tela húmeda se le pega con exactitud a su silueta resaltando sus atributos. Aunque nada del otro mundo, solo una víbora en bañador.

—Tienes que esperar a que me bañe y me aliste —advierte con el dedo—. Sin quejas.

Asiento.

—Puedo superarlo.

Detallo su semblante ahora pensativo y la duda en sus ojos.

—¿Qué? —increpo.

—No sé que ponerme —confiesa con preocupación.

«¿Enserio esos son los problemas de las mujeres? Y así quieren ser entendidas».

—Dévora, estoy seguro de que si voy a tu habitación ahora mismo encontraré un armario lleno de ropa.

—Ese es el problema; no sé qué elegir.

—Qué terrible —ironizo.

—¿Verdad?

Paciencia.

—Cualquier cosa se te verá bien —murmuro y cambio el tema—. Estás a tiempo de apurarte antes de que cambie de opinión.

—No me tientes —es lo último que dice antes de intentar marcharse.

No calculo el tiempo, pero de un momento a otro capto el momento justo en que sus pies descalzos resbalan con el húmedo pavimento y estiro los brazos sosteniéndola antes de que pueda caerse.

—A la próxima mira bien por donde pisas —murmuro—. Tienes suerte de que te agarrara a tiempo.




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