"La crisis del matrimonio".
Dévora.
—Déjame, Ryan —espeto—. Que le voy a enseñar a tener vergüenza.
—Cálmate —susurra.
—¡¿Calmarme?! —niego—. ¡A mí nadie me pasa por encima! ¡Mucho menos una ridícula resentida!
Otra vez me devuelve cuando intento pararme y cierro los ojos invocando paciencia antes de que mi rabia me obligue a formar un escándalo del que me pueda arrepentir.
—Dévora, está borracha. Ignórala.
—Claro, porque ignorarla mientras nos avergüenza es la mejor opción —ironizo—. ¿Sí escuchaste lo que dijo? Justificándola solo das razones para creer que es cierto.
Él se queda callado dedicándome una mirada confusa, como si pensara algo.
—Ay no —expresa mamá—. Que alguien haga algo, por favor.
—¡Ivana, para ya con tus estupideces! —Ryan vocifera poniéndose de pie—. O lo haré yo. Porque una cosa es que te metas conmigo y otra muy diferente es que te metas con mi mujer.
Sus palabras me hacen mirarlo con sorpresa, más no me calman la ira.
—Ryan... —ella intenta hablar.
—¡Cállate! —la corta antes de mirar a Rose—. Te voy a pedir que controles a tu hija antes de que llame a seguridad.
—Eso no será necesario —dice Steve.
—¿Hablas en serio, papá? —le pregunta su hijo—. ¿Es lo único que dices?
Rose agarra a Ivana del brazo y la sienta junto con ella de mala gana mientras la gente sigue murmurando con disimulo, pues mi familia está que muere de vergüenza.
—Escucha... —me dice Ryan al sentarse.
Lo detengo haciendo un gesto con la mano.
—No. No me hables.
—Pero...
—No quiero escucharte.
Se calla en seco y se endereza en su silla.
—¿Sabes qué? Sácame a bailar —mascullo.
—¿Qué?
—Lo que oyes.
—¡Pero si dijiste que no te hablara! —murmura.
—Para bailar no tienes que hablar. Anda, levanta.
—¿Quién entiende a las mujeres? —dice tras un suspiro.
De mala gana se pone de pie ofreciendome la mano que tomo antes de ir hasta el centro del lugar, donde nos acercamos para bailar una de esas canciones románticas que sé que tanto odia.
—¿Cuál es el plan? —pregunta y lo miro con el signo de interrogación en la frente—. De esto.
—Castigarte.
—¿Solo eso?
Tardo en contestar pero niego lentamente.
—Y el que Ivana se haya molestado en joderme la noche me conmovió —confieso—. Le devuelvo el favor.
—Que estratega.
—Lo sé —respondo en seco a la vez que me alza la mano para que de una vuelta sobre mis pies—. Ahora pégate más. Entre mayor cercanía, más celos
Se pega sin refutar, de hecho, ni siquiera tardó en hacerlo y estoy empezando a pensar que lo disfruta.
—No le demuestres tu molestia —me aconseja y suena más como una orden—. Si lo haces, le estarías dando el gusto.
De reojo localizo a la iguana roja de celos, como un tomate a punto de explotar. Y para rematar, parece que hasta humo hecha la muy boba.
Tiene que entender quien soy yo y como soy. A mí nadie me pisotea, nadie me pasa por encima, ni mucho menos me superan. Yo soy la única persona que puede subestimarme y no lo hago. Es entendible que no me deje ridiculizar por una niñita malcriada.
—¿Sigues enojada? —me susurra.
Evito su mirada.
—No lo estoy.
—¿Y esa cara de estreñida a qué se debe?
Lo miro mal y comprime los labios.
—¿Donde quedó la parte de que te ibas a comportar hoy? —le recuerdo.
—¿Yo dije eso?
Arqueo una ceja.
—Ahora finges demencia —niego lentamente—. Genial.
—Al menos yo finjo —se excusa—. Tú ni siquiera tienes que esforzarte.
Cierro los ojos concentrándome en la oscuridad para no tener que soltarle disparates a este menso. Ya me imagino la cara de culo que debo tener.
—¿Puedes decirme por qué estás enojada? —sigue preguntando.
—Porque eres un idiota.
—Eso me lo dices siempre.
—¿Entonces para qué preguntas? —suelto.
—¿Es por Ivana?
Le hago la ley del hielo.
—Al menos cambia esa cara —sugiere—. La idea es simular que estamos felices.
—Eso es lo único que te importa, ¿no? —espeto—. Las apariencias.
—No, Dévora, pero con esa cara espantas a cualquiera.
Se separa.
—Te odio —mascullo.
—Repítelo hasta que te lo creas.
¡Arrrg! Detesto esa sonrisa victoriosa. Maldito Ryan. Maldita Ivana. Y maldito el mundo de mierda.
Avanzo hacia la esquina lateral, donde se encuentran mis amigos debatiendo y mirando a un punto específico. Para cuando volteo a chismosear a quien despellejan, veo que se trata de Miguel.
—Le van a quitar la ropa si lo siguen mirando así —digo.
—Hola, nena —saluda Jas—. ¿Todo bien?
Asiento.
—Presenciamos lo de Ivana —agrega Juls—. Lamento que hayas tenido que pasar por eso. Es una ridícula.
—Lo sé —confirmo—, pero ya lo superé. ¿Por qué acosan al novio de Domi?
—Novio en closet, cariño —corrije el rubio—. En todo el día no se me ha querido agarrar la mano ni besar. Está con la maldita idea de que solo tiene pena pero todos sabemos que es un cobarde de armario.
—¿Se lo dicen ustedes o lo digo yo? —pregunto.
—Tú —farfulla Juls.
—Búscate otro novio.
Mi amigo asiente pensativo.
—Sí, eso pensé. Pero es que el desgraciado está muy bueno.
—Lo sé —afirma la castaña—, pero jamás podrán tener una relación normal. No hasta que él decida salir del closet.
—Y por su propia cuenta —termino.
—Madre de dios —expresa Julia—, qué complicados son los gays.
—Y ni te cuento de los bisex —dice él.
—Bueno, amor, creo que tendrás que cambiar a ese por un novio inglés —bromeo.
Hace un rostro apenado.
—Sí, que desgracia —dramatiza como si se limpiara las lágrimas—. Pero es por una causa, y que conste que no me queda opción, eh.
Sonrío.
—Claro, claro.
—Todo por la causa —remarca Jasmine.