"23 centímetros de sabiduría".
Ryan.
Creo que es la primera vez que me siento mal por Dévora. Me causa pena saber que se quedó encerrada y no pudo salir a ver a su amigo. «Que pena». Aunque pensándolo bien estoy mintiendo, porque me da mucha satisfacción saber que la castigué. Así reflexiona y deja de ser tan odiosa.
—¿Entonces la dejaste encerrada? —pregunta Sebastián por quinienta vez.
Desde su sofá, asiento.
—Eso dije.
—¿Qué hiciste qué? —Jasmine se asoma en el umbral del baño.
«Genial, la chismosa esta es lo último que me faltaba».
—¿Sufres de sordera también? —espeto.
—¿Cómo así que encerraste a mi amiga? ¿Te golpeaste la cabeza o qué es lo que te pasa? —me acusa.
Tuerzo los ojos.
—No seas dramática, Jasmine. No la encerré bajo tierra, está en la habitación.
—¿Lo estás escuchando? —le pregunta a su novio señalándome.
Él levanta las manos en señal de rendición.
—Yo no me meto en esto.
—Pobrecita —hace un mohín—. Debe estar desesperada —cambia su gesto a uno furioso cuando me mira—. ¡Y todo por tu culpa!
—Es un castigo —me encojo de hombros—. Tu amiguita está en una fase furiosa en la que no me habla. Eso y disque iba a verse con un amigo.
Frunce el ceño en un gesto de anonada.
—Sí que eres un idiota —murmura.
—Está celoso —explica Sebastián.
—No estoy celoso —espeto.
—¿A no? Me pareció creer que la encerraste para que no viera a alguien.
Sus palabras me molestan.
—¿No escuchaste lo que dije? Ella está furiosa conmigo, desde la boda. Además, me importa poco a quien vea, no es mi pareja realmente.
—Sí, claro.
—Oh, ¿en serio? —ironiza la castaña—. ¿Sabes qué? Pensábamos bajar a la discoteca, pero ahora mismo vamos a la habitación y la vas a abrir.
—No —farfullo.
—Ryan, no sé si ya Dévora lo hizo, pero te denunciaré con el gerente del hotel.
Me muerdo la mejilla interior mientras reflexiono sobre su amenaza antes de ponerme de pie.
—Me caes pésimo, ¿sabías? —le digo.
Me sonríe.
—Tú también me caes bien.
Tuerzo los ojos y avanzo a afuera sin siquiera esperarlos. Obviamente, me siguen el paso hasta que abro mi habitación.
—Te salvaste, víbora. Vino tu irritante amiga a salvarte —digo entrando pero no obtengo respuesta—. ¿Dévora?
No la veo por toda la habitación. Toco la puerta del baño, pero tampoco hay rastros.
—¡Dévora! —la llama Jasmine.
—No está —digo al revisar en cada espacio de la habitación—. ¿Cómo pudo haberse ido? La puerta estaba con seguro y yo tengo la llave.
Jasmine suelta un suspiro dramático.
—¡Lo sabía! —farfulla—. Dévora es un vampiro y salió volando.
Sebastián, al igual que yo, la mira como si estuviera loca.
—No digas tonterías. Los vampiros no existen. Es la mujer maravilla.
Palmeo mi frente al escuchar semejantes estupideces. No sé cuál de los dos es peor. Creo que ambos.
Mi curiosidad me conlleva a darme cuenta de algo; no hay sábanas en la cama. «Que no sea lo que estoy pensando». Camino hasta el balcón para darme cuenta de lo que ya creía saber. Todas las telas están ahí formando una cuerda.
La muy loca se atrevió a bajar. Está como medio demente. ¿Seguirá viva? Me asomo dándone cuenta que la cuerda que armó, da hasta el balcón de abajo, y que utilizó mis malditos pantalones para eso. O sea, MI ROPA. ¡Está loca!
—¿Y bien...? —me pregunta Sebastián.
—Se tiró —simplifico.
—¿Qué?
Jasmine abre los ojos como platos.
—¿Cómo? —casi se mata al asomarse al borde—. Ah, es que la muy perra fue inteligente —sonríe orgullosa—. Esa es mi amiga.
—Pudo haber muerto —le recuerdo.
—Es Dévora —dice obvia—. ¿No sabes que hierba mala nunca muere?
Alzo las cejas sorprendido.
—Al fin dices algo coherente.
Sebastián se dedica a reír y yo solo puedo hacerme una imagen mental de cómo Dévora pudo bajar esas telas.
—Voy a buscarla —me dirijo a la puerta.
—Ni siquiera sabes donde está —Sebastián me hace detener.
—Cierto —digo antes de mirar a Jasmine—, pero tú me vas a ayudar.
Niega.
—Ni lo pienses. No voy a traicionar a mi amiga.
—A cambio te daré lo que quieras —utilizo métodos de chantaje.
Alza las cejas.
—¿Lo que quiera?
Asiento y ella toma su celular marcando el número de mi esposa.
—Hola, Dev —dice cuando supongo que contesta—. Es que saldremos un rato, ¿te apuntas? ... Ahhh ¿Ah sí? ¿Y dónde es que estás? —el nerviosismo se apodera de su cuerda vocal. Es malísima mintiendo—. ¿En un bar llamado Simmons Bar? ... Ok, de acuerdo.
Resopla con alivio al colgar el teléfono.
—Me va a matar.
—Y yo te lo agradezco —me burlo.
—Agradecer nada, me debes una. Ya me la cobraré luego —advierte con el índice—. Vamos.
Abandonamos el hotel en tiempo record, paramos un taxi y emprendemos el rumbo hacia el dichoso bar al que llegamos en cinco minutos.
Desde que pongo un pie dentro me da la impresión de que ya conozco el lugar y entonces recuerdo que he visto muchas fotos de Dévora aquí mismo de cuando estaba en la uni.
Activo mi fase de GPS mirándo hacia todos lados en busca de la víbora que encuentro justo en una mesa de la esquina. Sentada. Con un chico. O sea, WOW, mi esposa me es infiel desde el primer momento.
Jasmine y Sebastián se quedan junto a la barra mientras yo me dirijo sigilosamente a la mesa objetivo, donde tomo asiento a su lado.
—Hola —musito de forma chantajista.
—Hola —ella, con un sonrisa me dedica una mirada rápida pero me la devuelve al instante al darse cuenta de mi presencia—. ¿Ryan? —queda anonada—. ¿Tú que haces aquí?
Mantengo una mirada retadora.
—Me sorprende que no lo sepas.
—¿Cómo...? —asiente cuando parece entender—. Jasmine.