Se arrodilló en el suelo, las lágrimas corrían por su rostro como un río. Lo había perdido, y el dolor era demasiado para soportarlo. Pero su dolor no era nada comparado con el sentimiento de traición y angustia que la embargaba al entrar en el cuarto de baño.
Se detuvo al ver su reflejo en el espejo. Tenía la cara pálida y los ojos enrojecidos por el llanto. Gotas de lágrimas negras corrían por sus mejillas y aún tenía el labio partido y sangrante. Se miró en el espejo, llena de lástima y rabia.
Con manos frías y temblorosas, abrió la ducha. Mientras el agua helada corría por su cuerpo, se miró el estómago y los profundos moratones que cubrían su piel. ¿Por qué le había hecho esto, por qué?
El agua se llevó las lágrimas y las heridas, pero el dolor de su corazón seguía presente. Salió de la ducha y se envolvió en una toalla caliente, sintiendo una extraña sensación de paz cuando el calor de la tela la abrazó.
Estaba destrozada, pero, de algún modo, sabía que se recuperaría. Él había hecho lo peor que podía, pero eso no la definiría. Era fuerte y resistente, y aunque el dolor seguía ahí, sabía que al final podría seguir adelante.
Sonrió entre lágrimas mientras se miraba al espejo. Ingenuamente, pensó que nunca volvería a ocurrir.