Después de esos dos días tan extraños que había tenido desde la llegada de ese maldito mensaje no encontraba qué hacer, mi vida se había convertido en un completo enigma. Decidí ir al cementerio después del almuerzo. A lo mejor era una estúpida idea, pero quería hablar con mi hermano; tenía mucho que no lo visitaba. Aparte, muy en el fondo, sabía que mi visita al cementerio era también por otros motivos. Hal, según nos dijeron a todos, fue sepultada en aquel lugar, pero ninguno de nosotros sabíamos dónde ya que sus padres no nos permitieron asistir al entierro.
Lo más extraño de ese día fue ese momento en que mis pies tocaron aquel espantoso lugar que nunca me había gustado visitar. La sensación de que alguien me observaba era innegable. A pesar de hacer demasiado calor en la ciudad, sentía mucho frío.
Nada se comparaba con esa sensación tan escalofriante.
El hablar con mi hermano, a pesar de que no me pueda contestar, fue muy liberador. Contarle sobre mi vida y las cosas que me hacían mal, como en los viejos tiempos, me llenó de vida, me despejó un poco la mente y pude respirar con más tranquilidad.
Todo se tiñó de gris cuando me despedí de mi hermano y me dispuse a buscar la tumba de Hal. Por un momento me perdí en el enorme lugar. Cuando por fin logré encontrar la tumba no sabía qué hacer, no sabía qué había ido a buscar. Tal vez en una forma un poco más irracional creía que había sido Hal quien estaba haciendo todo esto de las amenazas. «Que estúpida fui». Su tumba se veía como cualquiera de las demás.
La piedra que reguardaba el cuerpo de Hal rezaba:
Alexandra Durán Moreno
★ ENE • 15 • 1999 † ABR • 09 • 2015
Cuando un ser querido se va, ya nada vuelve a ser igual.
Los días son más grises y las personas infelices.
Descansa en paz mi querida niña que pronto estaremos junto a ti.
Mientras tanto viviré seguros por tener a alguien en el cielo que vela por mí.
Leer ese mensaje fue muy conmovedor. Imaginé a su padre destrozado escribiendo esas palabras. Era evidente que había sido él. Siempre fue muy conocido por sus escritos tristes, pero este representa más tristeza que cualquier otra que haya escrito jamás, a pesar de ser tan simple.
—Hal, sé que nunca fuimos muy buenas amigas, muy pocas veces hablábamos y muy pocas veces nos saludábamos. No sé qué es lo que está pasando, de verdad no comprendo qué está sucediendo. He intentado racionalizar todo lo que está sucediendo, pero nada tiene sentido. Yo no recuerdo haberme portado mal contigo nunca. ¡No recuerdo ese maldito beso! Yo nunca me habría metido contigo, no porque no hayas sido atractiva o algo por el estilo, simplemente no eras mi tipo. Esa persona que me está haciendo todo esto me está volviendo loco. Yo… Yo… simplemente quiero que pare. ¡Quiero que pare! —dije desde los más profundo de mi alma. —Sé que no tuve nada que ver con tu muerte. Jamás haría algo que afecte tan fuertemente a otra persona. Tal vez, en ciertas ocasiones fui borde o algo por el estilo, pero sabes que es mi forma de ser. Te quiero pedir disculpas si alguna vez hice algo que te hiciera sentir mal, no fue mi intención. Creo fervientemente en que yo no provoqué tu muerte y lo probaré, no sé cómo, pero lo haré.
El dolor me agobiaba. Todo lo que estaba pasando era muy duro. Nada merecía todo lo que me estaba pasando y no tenía ni idea de que eso apenas era el inicio, venía cosas mucho peores.
Cuando por fin me disponía a marcharme noté algo muy extraño en mi mochila; un objeto que no estaba ahí cuando introduje el cuaderno de la ultima hora de clases. Un collar, muy hermoso, que sostenía una piedra amatista; quizá la piedra más bella que jamás haya visto.
«¿Qué hace este collar en mi mochila?»
«Ha de ser Emily que lo ha dejado tirado en mi mochila. Con lo distraída que es, no me sorprendería.»
Al llegar a casa, por la noche, me sentía muy exhausto: tanto física, como emocionalmente. Decidí ir a dormir, pero recibí un mensaje de Leo, mi amigo cibernético, el cual conocí en un chat de música. Me pedía que me conectara al Skype, estaba aburrido y teníamos mucho tiempo sin conversar.
Desde el primer día que hablamos Leo y yo sabía que íbamos a ser grande amigos. Compartíamos muchas cosas en común y éramos casi que hermanos. Nos contábamos todo y nos aconsejábamos como si nos conociéramos de toda la vida.
Editado: 24.11.2019