POSITIVO
Cami
—Tu primo era quien solía llevarte la comida a cualquier hora del día, por eso pensé que algo andaba mal. Pero ya... no quiero seguir mintiendo, porque quien me gusta sos vos. Siempre fuiste vos. Desde el principio.
Cuando mencionó a Laureano, sentí un nudo en el estómago. Era como si cada palabra suya reviviera lo que tanto me esforzaba en olvidar. Bajé la mirada al suelo, sintiendo cómo todo lo malo me revolvía por dentro.
Volví a levantar la cabeza con cautela. Él gesticulaba con las manos mientras hablaba, con movimientos suaves, parecidos a los de Carla. Hacía señas sin necesidad de hacerlo, como si le naciera naturalmente.
—Incluso aprendí lenguaje de señas.—Dijo con una sonrisa tímida—. Quería poder entenderte, aunque no siempre me hablaras directamente.
Eso me conmovió de una forma que no esperaba. Me quedé inmóvil, tragando saliva, sintiendo un calor extraño en el pecho. Alguien que apenas conocía, que solo veía de lejos… había hecho eso por mí.
Moví las manos, apenada:
“No tenías por qué hacerlo.”
Lo escuché reír bajito y eso me hizo mirarlo otra vez. Su sonrisa era suave, sin burlas, sin presión.
—Sé que no tenía que hacerlo. Pero quise. Esa es la diferencia.—Dijo, mirándome con esos ojos sinceros que no esquivaban los míos—. Cam...—Pronunció mi nombre con cuidado—. Sé que es repentino, pero me gustaría que salgamos. Quiero que te des cuenta de cuánto me gustás. De todo lo que merecés.
Mi respiración se agitó. ¿De verdad me estaba pidiendo eso?
Él siguió, con voz serena, pero firme:
—Sé que puedo gustarte si me das la oportunidad.
No podía mentirle. No a alguien que había sido tan honesto. Mis manos se movían con lentitud, titubeando.
“Perdón… No quiero herirte, pero… me gusta alguien más.”
No pude levantar la vista. Miraba su pecho, evitando sus ojos. Pero cuando habló, tuve que enfrentar su expresión.
—¿Alguien más?—Preguntó con voz más baja. Asentí, sin fuerza—. ¿Y esa persona te corresponde?
Negué otra vez, esta vez más despacio. Su ceño se frunció con tristeza.
—¿Y no te parece injusto? Que alguien como vos esté enamorada de alguien que no ve lo hermosa que sos...
Parpadeé sorprendida.
“¿Alguien como yo?”
Él asintió con seguridad.
—Tan hermosa. Tan dulce. Con esa mirada que puede poner a cualquiera de rodillas.
No supe qué hacer. ¿Sonreír? ¿Irme? Solo lo miré, sin expresión, con los labios entreabiertos apenas. Volví a mover las manos:
“Gracias. Pero aunque lo intente… no puedo dejar de sentir, porque...”
Dejé mis manos en el aire. Tragué saliva. Lo solté de golpe.
“Él fue la primera persona en hacer latir a mi corazón de esa manera.”
—¿Cómo sabés que no le gustás?
“Porque le gusta alguien más. Y eso… se nota.”
Él guardó silencio unos segundos, después dijo:
—¿Y si te ayudo?
Lo miré, confundida. Moví la cabeza pidiéndole que se explicara.
—Si ya sabés que no te corresponde… puedo ayudarte a olvidarlo. Quizás… pueda hacer que me quieras a mí. Que lo dejes atrás.
Miré detrás de él, a ningún lugar en particular. Pensé. ¿Y si tenía razón? ¿Y si merecía al menos intentar sentirme querida como decía? Leo… Leo quería a Carla. No debía meterme en medio de eso.
Volví a mirarlo. Asentí con duda. Él sonrió. Se acercó un paso y, con una de sus manos, rozó mi cuello con ternura. Sus ojos buscaban los míos.
Cuando estuvo a punto de besarme, mi cuerpo reaccionó por mí. Me alejé de golpe y eché a correr.
No. No puedo. Esto no está bien. No soy capaz.
Corrí hasta el gran árbol, ese donde siempre me refugiaba. Me escondí detrás de su tronco, abrazándome a mí misma. Ahí, oí una voz familiar.
—Amiga... ¿Estás bien?—Ella había corrido detrás de mí.
Asentí, pero Carla me conocía demasiado. Ella frunció el ceño, molesta.
—¿Te volviste loca? ¿Ibas a salir con ese imbécil?
Intentó tocarme el hombro. Me solté bruscamente, sin mirarla.
“Quiero estar sola.”
Ella me observó, como si no entendiera por qué la alejaba. Sostuvimos la mirada, pero fui yo quien la bajó primero. Quería que supiera que podía sola. Que no necesitaba que me protegiera siempre.
Me alejé. Regresé al lugar donde había dejado a Diego. Para mi sorpresa, seguía ahí.
—Sigo acá porque no sabía si...
Lo besé. Así, sin pensarlo dos veces.
Él se quedó inmóvil unos segundos, sorprendido. Después me correspondió. Fue mi primer beso. Pero...
No sentí nada.
No hubo mariposas. Ni electricidad. Ni magia. Solo un gesto. Solo labios.
Y entonces, una fuerza me empujó con violencia.
—¡Perra!
Emma. Por supuesto. Me tambaleé, y habría caído si unos brazos no me hubieran sujetado con fuerza. Leo. Fue él quien me agarró por la cintura. Y ese toque...
Ese toque sí me hizo temblar. Un simple gesto suyo me hizo sentir más que el beso de Diego. No quería que lo fuera. Pero lo fue. Una escena de película. La protagonista cayendo en brazos del chico especial. Maldita sea.
—¿Te volviste loca?—Dijo Diego, enojado.
—Si a mi amiga le pasaba algo, te mataba, perra.—Escupió Carla, furiosa, mientras Miguel la agarró antes de que se lanzara sobre Emma.
Yo solo miré a Leo.
Él me sostuvo la mirada.
—¿Estás bien?
Asentí. Solo eso. No pude hacer más.
Estaba harta de escuchar esa pregunta. ¿Estás bien? No, no lo estoy, nunca estoy bien. Y no va a cambiar porque me lo pregunten veinticinco millones de veces en el día.
—Vamos. Quiero que hablemos.—Carla me agarra de la muñeca y le pide a los chicos que nos acompañen. Es inútil. Todo es inútil.
Todo el camino a su casa no me soltó, como si temiera que desaparezca o que salga corriendo, cuando entramos a la casa, ella tira su mochila en el sillón y yo la dejé caer al suelo.
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Editado: 22.06.2025