LENGUAJES DEL ALMA
Carla
Llegué a casa y tiré la mochila en el sillón, suspiré al escuchar los gritos provenientes de la cocina y sin si quiera emitir sonido subí hasta mi cuarto y abrí las ventanas. Ya faltaba poco para el atardecer así que saqué la cámara de mi cajón y fui directo a la terraza. Era hermoso. Como una melodía llena de cosas bonitas y paz. Eso era lo que transmitía. Paz.
Los gritos ya no se escuchaban tan fuertes. O quizás era yo, que había dejado de prestarles atención… o tal vez, por fin, se habían callado.
Dejé la cámara en la cama y agarré el teléfono que había sonado indicando que tenía un nuevo mensaje. Era Leo. Sonreí.
«Hola, Carla, ¿vos podrías enseñarme lenguaje de señas? Por favor.»
Me sorprendí por lo que me estaba preguntando.
«¿Por qué te interesa saber?»
«Porque me di cuenta de que soy el único de los cuatro que no sabe. Y Cami se enojó la otra vez porque no la entendí, y ya que nos hicimos amigos, quiero entenderla, ya que ese es su idioma, ¿te parece mal que quiera saber?»
Sonreí de nuevo. Es un chico muy noble. Muy dulce. Por eso me pone mal no corresponder sus sentimientos. Si bien quizás sería un novio muy dulce y digno de un cuento de hadas, pero no me gusta. Sí lo quiero, me cae bien y tiene una voz hermosa para cantar, pero no sé por qué no termina de gustarme como yo le gusto a él, quizás el problema sea yo, porque él es como un príncipe azul, bueno, un príncipe azul medio tonto. Pero lindo. Tonto en un buen sentido.
«Me parece muy lindo de tu parte. Si querés hoy puedo ir en la noche y te enseño algunas cosas. Podés empezar de la misma manera en la que empecé yo».
Es gracioso porque desde que lo conozco siempre hace de todo para enamorarme, pero siendo honesta, él haría linda pareja con Cami. Son como opuestos e iguales a la vez; ella es callada y tranquila. Él hiperactivo y es como si hablara por los dos. Pero ambos son dulces y tiernos. A Leo se le sonrojan las mejillas cuando está nervioso. Y a Cami le brillan los ojos cuando algo la conmueve o la hace sentir segura.
Sumida en mis pensamientos el teléfono suena, pensé que era Leo que me había llamado, pero no, ver el nombre de Miguel me sorprendió, y me provocó un calor en el pecho al que no le presté atención.
—¿Hola?—Dije, y del otro lado se escuchaban autos y su respiración agitada. ¿Estaba corriendo?
—Hola.—Fue lo único que respondió.
Fruncí los labios, sorprendida, pero esperé a que hablara.
—Te llamo porque tengo que decirte algo, y como siempre estoy con Leo, nunca encuentro el momento.
Sonreí.
—¿Qué? ¿Vas a confesarme tu amor?—Bromeé, con una sonrisa que no me importó que no viera.
—Ja, ja—ríe, fingiendo gracia—. No. Quería pedirte, por favor, que dejes de sonreírle y darle falsas esperanzas a Leo.
Me quedé helada. ¿Qué le pasaba? Yo no estaba jugando con Leo. Nunca le di falsas esperanzas. ¿Qué espera, que lo mire con cara de ogro para que deje su enamoramiento ridículo?
Abrí la boca para insultarlo hasta en francés, pero del otro lado de la línea empezó a escucharse una bocina desesperada y después ya no lo escuché más.
—¿Miguel?—Lo llamé pero solamente había silencio del otro lado.
Saqué el teléfono de mi oreja y al ver la pantalla me di cuenta que la llamada había terminado. Sentí algo raro en el pecho, no era bueno. Nada bueno.
Agarré la cámara, el teléfono y la mochila que usaba para ir a pasear y salí disparada para la casa de Leo. Tuve que pedirle la dirección porque nunca había ido.
Toqué la puerta con desesperación. Me abrió una señora, y supe al instante que era su abuela. Me miró con desconcierto.
—Disculpe… ¿está Leo?
Ella sonrió.
—¡Leo!—Gritó, y yo, tan nerviosa, me sobresalté—. ¡Una hermosa señorita te busca!—Sonreí, un poco forzada—. Pasá, bonita, pasá.—Me dijo, y cerré la puerta detrás de mí.
Leo llegó corriendo y me sonrió con ternura.
—No pensaba verte tan pronto. Pensé que vendrías más tarde.
Negué con la cabeza.
—¿Sabés algo de Miguel?
Frunció el ceño.
—Fue a comprar unas cosas para que la abuela cocine… ¿por qué?
—Porque me llamó.—Respondí, inquieta jugando con mis dedos.
Él me miró confundido.
—Seguramente quería disculparse por ser un malhumorado con vos.
Lo dudo.
—No lo sé, pero mientras hablábamos, la llamada se cortó de repente. Y creo que está en problemas.
Su expresión cambió al instante.
—¿Creés que le pasó algo?
Asentí, angustiada.
Leo empezó a marcar su número una y otra vez, pero no hubo respuesta. Esto me estaba volviendo loca. La espera por saber qué carajos había pasado me estaba matando.
Si todo esto resulta ser un chiste, lo voy a matar con mis propias manos por ser tan idiota.
Miguel
Agsh... Me dolía hasta respirar. Cuando abrí los ojos, noté que estaba en un cuarto con la luz apagada, acostado en una cama demasiado cómoda, pero evidentemente poco usada. Miré la mesita de luz y ahí estaba mi teléfono, con una grieta en la pantalla.
Maldita sea. Tanto que lo venía cuidando... ahora está roto.
Un idiota me había atropellado mientras hablaba con Carla. Bueno, no fue un atropello en sí, logró frenar justo a tiempo para que el impacto no fuera tan fuerte. Aun así, me dolía todo el cuerpo, especialmente las costillas. Me acerqué a un espejo, y al mirarme noté un par de raspones en la ceja y uno más leve en la barbilla.
Mientras observaba mis heridas, se escucharon gritos en el pasillo. Me quedé quieto, confundido. ¿Salgo o no? Sonaban como los de una chica que intentaba zafarse de algo. Eso me preocupó.
¿Qué está pasando? ¿Dónde estoy?
Me asomé. Vi a una señora que me resultaba demasiado familiar, y entonces lo recordé: la había visto en el hospital. Frente a ella, dándome la espalda, reconocí enseguida a la chica empapada con un rodete mal hecho y ropa de casa. ¿Qué hacía así? Ya estaba empezando a hacer frío.
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Editado: 22.06.2025