Amo y mil Canciones

7

AMAR COMO SE PUEDA

Carla

—Deberías haber dejado que me acompañe Leo, no hacía falta que vengas vos. Se nota que me llevo mejor con él.—Dije mientras cruzábamos la calle.

—Pero Leo no tiene el mismo carácter que yo. A él le ganan los sentimientos.—Respondió sin mirarme, como si lo que decía fuera una simple verdad universal, sin emoción.

—¿Te das cuenta de que siempre estás diciendo que sos mejor que él? ¿Qué clase de amigo hace eso?—Lo miré indignada. ¿Quién se cree que es? ¿Una especie de juez moral? ¿Un héroe trágico?

—No, no digo eso. Solo que tengo un carácter más fuerte... para lidiar con vos si cruzás ciertos límites.

Abrí la boca, ofendida.

—En cambio él, como está enamorado de vos, es capaz de no hacer nada. Y eso no es lo que Cami necesita ahora.—Añadió, impasible.

Le pegué en el brazo sin pensarlo.

—¿Cruzar los límites?—Lo detesto.

Jamás, en mi vida, detesté tanto a un ser humano.

No respondió. En cambio, cuando estaba por cruzar la calle, me sujetó del brazo y me atrajo hacia él con un tirón rápido. Casi choqué contra su pecho. No lo hice, pero el aire entre nosotros se volvió espeso. Hubo un roce. Uno de esos que el cuerpo no se olvida aunque la mente quiera.

—Deberías tener cuidado al cruzar la calle.

Él...

Él es un tipo peligroso.

No por lo que dice, ni por cómo actúa.

Sino por lo que empieza a causar en mí. De alguna manera, sin quererlo, desordena mi corazón como si fuera un estante mal armado.

Y entonces... palpita. Con fuerza. Como si intentara reacomodarse solo.

Me solté como si estuviera asustada y seguimos caminando.

Evité su mirada, pero cada vez que su brazo rozaba el mío, sentía la electricidad subir por mi piel como una corriente que no podía controlar. ¿Qué me está pasando?

Es él. El tipo insoportable que se cree superior. Que habla como si tuviera el control de todo.

Y aún así, algo en mi cuerpo reacciona de maneras que no entiendo.

Llegamos a la casa y Amanda, la empleada de siempre y la que más conozco, nos abrió la puerta.

—Señorita Carla.—Dijo con sorpresa. Le sonreí.

—Hola.—Respondí con un tono cantarín.

—No sé si sabrá, pero la señorita Camila no está.

—Sí, Amanda, no se preocupe, ya lo sé. Venimos a buscar su ropa.—Dije mientras entraba con Miguel detrás.

—Carla.—Nos siguió hasta las escaleras y me detuvo agarrándome el brazo con más fuerza de la necesaria—. No pueden pasar.

Miré su mano, después sus ojos.

—¿Por qué no?

—Porque tengo órdenes de no dejar pasar a nadie que venga de parte de ella.

—Está bien.—La voz de Carina se escuchó desde la sala—. Que suba, que busque lo que haga falta, pero necesito hablar con este chico. Andá vos, Carla.

Miguel y yo intercambiamos miradas y él baja los pocos escalones que habíamos subido para seguir a la dueña de la casa, yo fui hasta el cuarto de Cami.

Nunca lo mencioné pero Carina no me gusta para nada, su forma de mirar, de manipular, está loca. Esa mirada que disecciona, su tono suave pero cargado de veneno. No entiendo cómo el señor Fuentes se enamoró de ella.

¿Y si le hizo un amarre?

Me quedé quieta ante la puerta de la habitación de mi amiga, mi boca estaba entreabierta, y después sonreí ante lo absurdo. Imaginármela haciendo eso ya era motivo suficiente para reírme.

Me puse a empacar lo necesario. Ropa, accesorios, maquillaje. Lo esencial. Por suerte sé dónde guarda todo, de lo contrario no habría sabido ni por dónde empezar.

Tiene mucha ropa así que metí únicamente lo que suele usar más, después iremos de compras. Metí vestidos y ropa de invierno porque ya estaba refrescando y después la ropa interior.

Ya tenía preparada la valija grande con la ropa y otra más chiquita para llevar sus accesorios y el maquillaje.

Bajé las escaleras con cuidado de no tropezar y cuando llegué al living escuché justo el fina de la conversación.

—... Así que sabés que te conviene no desafiarme. Ya lo hiciste una vez...

—Y usted sabe que no le conviene amenazarme. Camila va a estar mejor conmigo, de eso no se preocupe.

Se desafiaban. Había tensión. De la pesada.

¿Qué estaba pasando? Nada bueno, seguro.

—Decís que no le temés a los peligros de este mundo, pero te conviene tenerme miedo a mí. Porque yo soy peor que todos ellos juntos.

—¿Qué pasa?—Pregunté, interrumpiendo.

Ambos se miraron, después a mí. Miguel cambió la expresión en un segundo, como si nada hubiera pasado.

—¿Terminaste?—Me dijo con una sonrisa ligera.

Una de esas que te invitan a confiar aunque no deberías. Nunca me había sonreído así.

Y otra vez, mi corazón hizo de las suyas.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.