DIBUJÉ MI HERIDA Y TE ENCONTRÉ
Cami
Hay lugares que se sienten como respiraciones profundas.
El árbol, mi árbol, era uno de ellos.
Nadie más lo llamaba así, claro. Para el resto era solo parte del paisaje, una sombra entre tantas. Pero para mí… era más.
Era refugio. Testigo. Silencio.
A ese lugar iban a parar mis pensamientos cuando el mundo hablaba demasiado fuerte.
El camino hacia él tenía algo ritual. Las piedritas bajo mis zapatillas, el canto lejano de un pájaro sonaba como una pregunta sin respuesta, el olor del pasto húmedo. Todo era parte de una escena que conocía de memoria y, sin embargo, nunca se sentía igual. A veces imaginaba que si dejaba un cuaderno escondido entre sus raíces, el árbol sería capaz de leerme.
Hoy lo habría hecho.
Porque mis palabras se apretaban dentro del pecho, queriendo salir pero sin saber cómo.
Una vez más. Como siempre.
Tenía frío en las manos, y no era por el clima. Era esa especie de temblor invisible que me da cuando siento que algo va a cambiar, aunque todavía no sepa qué.
Pensaba en las veces que Carla me había preguntado si estaba bien, y yo solo asentía. Y en cómo Leo me miraba a veces… como si pudiera verme entera. Pero solo a veces.
Quería estar sola. Quería escribir con tinta lo que no me salía con palabras. Quería que el árbol me escuchara.
Y entonces lo vi.
O mejor dicho… los vi.
Carla y Leo, justo ahí. Debajo de mi refugio.
Al principio, la lógica me susurró que diera la vuelta. Fingir que no los había visto y desaparecer. Era lo más sensato. Pero algo en sus gestos me clavó en el suelo.
Sus manos hablaban. Y yo entendía cada línea, cada pausa, cada temblor.
Era mi idioma. Mi lenguaje. Y lo que decían era claro: "Me gustás."
Rieron como si el mundo no existiera.
Y yo…
Yo me sentí como esa nota que se equivocó de canción. Esa que suena fuera de lugar, que quiere encajar, pero no pertenece.
Tragué saliva, con la garganta hecha nudo. Di media vuelta y volví al patio lleno de gente. Escuché los gritos de Carla llamándome, pero no le hice caso, fingí estar sorda.
No puede ser.
Pensé que era solo él, pero ahora veo que también es ella.
¿También le gusta? ¿O solo fue lo que pareció? Pero…, ¿por qué tenía que ser en mi idioma?
Ese que ellos no necesitan.
Ese que yo uso para sobrevivir.
Me dolía más por eso.
Porque usaron algo que para mí es vida, y para ellos solo fue un juego.
Cuando llegué al patio principal de la escuela, ni siquiera me di cuenta, creo que llegué por inercia, porque no estuve prestando atención al camino, fue por eso que choqué contra Diego.
—Perdón...—Asentí mientras esquivaba su mirada para que no vea mis ojos llorosos—. ¿Cami?—Quise irme pero me agarró del brazo.
Levanté el cuaderno que se me había caído cuando choqué con él y le escribí:
"Tranquilo, no pasa nada"
—Pero te sentís mal.—Dice él y yo sonreí con los labios apretados tratando de inspirarle confianza y tranquilidad.
"Es que mi vida últimamente no es fácil, nada que no pueda manejar"
Cuando terminó de leer traté de irme de nuevo pero él me agarró de la muñeca y después acunó mi cara entre sus manos.
—Ya sé quién es.—Susurra viéndome a los ojos y yo me mostré un poco confundida y extrañada—. Quién es la persona que te gusta.—Me alejé un poco y desordené un poco mi flequillo—. Si es por él que estás así, ya me doy cuenta de que es un tipo que no vale la pena.—Aunque es dulce lo que me está diciendo, no comparto del todo aquello.
Porque no es su culpa. Carla no sabe que él me gusta, y Leo mucho menos, entonces ¿cómo alguien puede tener la culpa si ni siquiera sabe?
Negué con los labios apretados.
—Cami, hace mucho que no hablamos. Y..., mucho menos hablamos de lo que pasó ese día en el que te dije que me gustabas.
Suspiré. Para terminar con esta conversación decidí escribir, sería más rápido.
"No quiero tener problemas con Emma, ya mi vida es un caos, no quiero sumar esto también".
—¿Es ella el problema?—No respondí, apreté mis labios y esquivé su mirada—. Yo puedo ayudarte con tu dolor, te juro que si me das una oportunidad, puedo hacer que te olvides de todo lo malo que hay en este mundo.
"Mejor no, es mejor que vos hagas las cosas que tenés que hacer, y que yo siga con lo mío, vos y yo no estamos destinados".
Le acerqué la libreta y él leyó con atención y suspiró.
Moví las manos en silencio: "perdón".
Intenté irme, pero me volvió a frenar.
Y me besó.
Mis ojos se abrieron como si el mundo se partiera en dos. Él seguía con su mano en mi muñeca. El mundo se detuvo, pero no para bien, sentí que lo que pasaba era forzado, sentí incomodidad en mi estómago, algo que hubiera deseado que no pasara.
Cuando se separó, me buscó la mirada.
—¿Quién dice que no estamos destinados?
Mi corazón.
Porque cuando me besaste, no latió desesperado. No se erizó mi piel. No sentí refugio. No te conozco.
Sé quién sos por la escuela, porque fuiste el novio de mi hermanastra, pero no tengo memorias tuyas. No tengo historia con vos. ¿Cómo podría sentir algo tan de golpe?
Con Leo fue diferente.
No lo conocía, pero cuando me tocó por primera vez, cuando me miró… sentí... felicidad. El corazón alborotado. Ganas de quedarme. De luchar.
¿Y cómo se cambia eso de la noche a la mañana?
—¿Tan poca dignidad tenés que no parás de rogarle?—Escuché la voz de Carla, y por primera vez, me alegré de que se metiera usando su tono violento.
No supe en qué momento había llegado. Pero su presencia fue una bocanada de aire.
—No te metas.—Respondió Diego, ignorándola.
—De hecho sí, nos metemos, porque la estás asfixiando.—Dijo Leo.
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Editado: 22.06.2025