LUZ DE LUNA
Cami
Estaba llegando a mi nueva casa temporal. Crucé el pasillo angosto, y algo que hubiera deseado no haber visto me hizo frenar de golpe y apoyar las manos contra la pared.
Eran Leo y Carla. Él la estaba besando en ese mismo instante. Fue ahí donde sentí como mi corazón se rompía.
¿Por qué...?
Hubiera deseado jamás estar en este lugar en este momento. Jamás haber desarrollado sentimientos por él… tan rápido y tan irrevocables. Y desearía que jamás me hubiera dolido tanto. Porque duele.
Duele tanto que ahoga.
Sentí una mano en mi hombro. Miré por encima. Miguel me dedicó una sonrisa suave, como si entendiera exactamente lo que me pasaba. Sacó su mano de mi hombro y, sin decir nada, tomó mi mano para alejarme de ahí. Caminamos por el pasillo en dirección contraria hasta sentarnos en un viejo banco de madera.
—Ahora que vi eso… y te vi a vos, lo entiendo.—Dijo, mirando la pared frente a nosotros—. Te gusta, ¿no?
Yo tenía la cabeza gacha, los ojos clavados en mis piernas. Pero al escucharlo hacer esa pregunta, levanté la cabeza y lo miré.
—Leo. Él te gusta.
Asentí con lentitud. Él suspiró.
—Te entiendo más de lo que me gustaría.
Saqué mi cuaderno. Lo que sentía era tan difícil de expresar con señas… necesitaba hacerlo bien.
"No te preocupes, todo va a estar bien. Voy a estar bien. Son solo sentimientos patéticos de una patética adolescente, sentimientos que algún día van a pasar."
Miguel leyó en silencio y sonrió con melancolía.
—Entre patéticos nos entendemos. Te acompaño en el sentimiento.
Me acordé entonces de lo que un día me había confesado y asentí, como si no hubiese de otra que aceptar la realidad.
Volví a mirar al frente.
Es difícil que te guste alguien que no siente lo mismo. Se siente como tirarse en la parte honda de una piscina sin saber nadar.
A él le gusta Carla, a Leo también, y a mí... me gusta Leo. Yo soy quien no encaja en la ecuación. Pero ahora que vi lo que pasó, me di cuenta que no soy solo yo, que a Miguel también le dolió—aunque lo niegue o se haga el de corazón duro—, sé que está mal por eso también.
—No estés triste, camarada.—Dijo con tono alegre, intentando animarme.
Le sonreí con melancolía. Mis ojos se llenaron de lágrimas que me negaba a soltar.
Miré su perfil mientras él miraba al frente.
—Mirá al cielo.—Me pidió. Obedecí—. Aunque sea de noche, se nota que está despejado. ¿Sabés por qué?
No respondí.
—Porque a nuestra izquierda está la luna. Y el cielo está repleto de estrellas. Cosa que no pasaría si estuviera nublado o a punto de llover.
Asentí. Tenía razón. El cielo estaba hermoso. Era una noche hermosa.
—Pensá que aunque sea de noche y esté oscuro, no va a ser de noche para siempre. El sol vuelve a salir. Y aunque amanezca y el sol no se vea, aunque el día esté gris y parezca que va a llover... no importa. Porque en algún momento, ya sea en horas, semanas o incluso meses, el sol va a salir otra vez.
Asentí entendiendo sus palabras y a la metáfora que había en ellas. Me hablaba con tanta dulzura y cariño… entendía que a él también le dolía lo que había visto. Aunque lo único en lo que se está enfocando es en hacerme sentir mejor a mí.
—Volvé a mirar el cielo.
Obedecí una vez más.
—La luna y las estrellas hacen brillar a la oscuridad. Le dan encanto, y un toque mágico. Vos sos eso, Cami. Sos la luna y las estrellas en un cielo oscuro. Sos quien hace brillar a los corazones cuando hay sombras. Y también sos el sol.
Mi corazón se estremeció. Se sintió amado.
—¿Y qué función cumplen esos tres?—Preguntó.
Yo sabía la respuesta, pero no la dije.
—El sol irradia. La luna ilumina. Y las estrellas… las estrellas hacen brillar el cielo.—Dijo él, y sonreí levemente—. Vos sos esa luz. La que trae paz, calidez, dulzura. Sos la luz de luna que alivia los corazones rotos. La melodía que une las piezas.
Sonreí. Él apoyó su mano sobre mi rodilla.
—Después de la tormenta, siempre hay un arcoíris. Después de las nubes, el sol siempre vuelve a brillar. No hay tormenta que dure para siempre. Ni dolor que se vuelva eterno. Y aunque el amor a veces duela, también puede sanar. Y vos, Cami… vos tenés amor de sobra para dar.
Dirige su mirada a mis piernas y ve cómo temblaban por el frío. Sin decir nada, se saca la campera y la coloca sobre ellas. Lo miré, sorprendida.
—Está empezando a hacer mucho frío por las noches.—Dijo—. Deberías ponerte pantalón. O si te gustan los vestidos, podrías comprarte de esos que son para invierno, los que quedan lindos con un pantalón debajo. Sino, te vas a congelar.
Asentí en silencio.
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Editado: 22.06.2025