VALIENTE, INCLUSO ROTA
Cami
A la mañana siguiente desayunamos Leo y yo solos. Él tenía la guitarra sobre las piernas y hacía melodías sin rumbo, como si sus dedos caminaran por el mástil guiados por algo más que pensamientos. Yo fingía estar ida, perdida en el vacío, pero en realidad lo escuchaba con atención. Más de la que cualquiera habría notado.
La abuela y Miguel habían salido temprano a comprar unas galletitas. De Carla no tenía idea. Cuando me levanté, simplemente ya no estaba. Por un momento pensé que había bajado a la cocina antes que yo, pero el lugar estaba vacío.
Levanté apenas la mirada. Leo tomaba café y, al dejar la taza sobre la mesa, comenzó a tararear una melodía suave. Me pareció bonita. Las notas flotaban en el aire como si buscaran un refugio, y en su voz había algo de calma, algo de ternura. Escribí un par de palabras en mi libreta, me estiré un poco hacia él y le toqué la rodilla, con cuidado, como si no quisiera interrumpir demasiado.
"¿Podrías cantar la letra de la canción?"
Escribí.
Leo leyó mis palabras y después me miró. Asintió, con una sonrisa nerviosa, y después empezó a cantar, con la voz algo temblorosa al principio, como si desnudara algo íntimo.
Amo lo que veo y lo que ocultas
Amo lo que muestras o insinúas
Amo lo que eres o imagino
Te amo en lo ajeno y lo que es mío
Amo lo que entregas
Lo que escondes
Amo tus preguntas, tus respuestas
Yo amo tus dudas y certezas
Te amo en lo simple y lo compleja
Y amo lo que dices, lo que callas
Amo tus recuerdos, tus olvidos
Amo tus olores, tus fragancias
Te amo en el beso y la distancia
Cuando mencionó "el beso", sentí un golpe leve pero preciso en el pecho. Como un eco. Volví por un instante a aquella noche. Su boca y la mía, el roce lento, la ternura suspendida. El tiempo detenido por unos segundos que todavía no sé si imaginé. Fue un beso suave, casi irreal. Pero yo lo sentí tan verdadero. Aunque sé que para él no significó lo mismo.
Agaché la mirada, temiendo que mis pensamientos fueran demasiado visibles. Pero volví a levantarla y Leo seguía cantando con los ojos cerrados, entregado, como si no supiera que alguien lo miraba con el corazón al borde de las manos. Y aunque no lo toqué, mis dedos temblaron igual.
Y amo lo que amas, yo te amo
Te amo por amor sin doble filo
Te amo y si pudiera no amarte
Sé que te amaría aún lo mismo
La canción era hermosa. Pero en su voz, con esa mezcla de pudor y entrega, se volvía perfecta. Me quedé en silencio. No porque no supiera qué decir—eso siempre me pasa—, sino porque todo ya estaba dicho.
Leo se inclinó para mirar la hora.
—Uy, ya deberíamos irnos. Que Miguel lleve las galletitas a la escuela y Carla...—Se frenó un segundo, frunciendo el ceño—. ¿Dónde está?
Me encogí de hombros. Él asintió, como aceptando que no había respuestas.
—Bueno, deberíamos irnos y que después nos alcancen.
Mientras iba por su mochila, le escribí un mensaje a Carla. Probablemente estaba bien, pero en la situación en la que estamos no puede desaparecer así, sin dejar ni un mensaje. Aunque ella y Leo todavía no sepan nada. Le escribí que ya nos íbamos, que buscara a Miguel para no estar sola.
Estaba por agarrar mi mochila cuando Leo se me adelantó. Cargaba la suya en la espalda y la mía en la mano, como si no pesara.
—Yo te ayudo.—Dijo, sin más.
Y me hizo un gesto suave con la cabeza para que saliera primero.
Caminamos hasta la escuela en silencio. Como suele ser mi costumbre. Pero estoy casi segura de que él no hablaba porque no sabía qué decir, o porque sentía que debía llenar con palabras lo que yo no podía decir. A veces detesto ser así.
Como si mis palabras vivieran atrapadas bajo el agua, golpeando desde el fondo sin poder salir.
Como si hubiera algo dentro de mí que quiere gritar, pero solo se escucha el silencio.
Llegamos después de unos diez minutos de caminata. Él se frenó de golpe, y al notar que se había quedado atrás, yo también frené.
—¿Te puedo confesar algo?—Preguntó, con la voz más baja de lo habitual.
Asentí con cautela, como si temiera lo que estaba por decir.
—Ayer… pasó algo raro.
Lo miré directo, sin pestañear. Quería que supiera que podía hablarme de lo que sea, así me lastime o no.
—Yo…—Le costaba. Solo eso ya me decía que no iba a gustarme lo que venía—. Besé a Carla.
Mis manos, que jugueteaban con mis dedos frente a mí, bajaron de golpe y se cerraron contra mis piernas. Entreabrí la boca, pero no supe qué decir. De todas formas, él se adelantó:
—Pero... si te soy sincero...—Hizo una pausa, como si le costara creerlo—, no sentí nada.
#4930 en Novela romántica
#380 en Joven Adulto
dolor y tragedia, amor amistad drama y familia, musica romance juvenil primer amor
Editado: 22.06.2025