¿CÓMO SE SIGUE CUANDO DUELE?
Carla
Hay personas que nacen para ser fuertes, y otras que son obligadas a serlo.
Camila nunca eligió ser valiente.
El mundo la empujó, la pisó, la quebró en mil pedazos... y aun así, ella siguió caminando.
En silencio, con los ojos hinchados de llorar por las noches, con palabras atrapadas en la garganta.
A veces la miro y me pregunto cómo hace para no gritar, para no explotar, para seguir aunque todo duela.
Hoy... hoy la vi temblar.
Y juro por todo lo que amo que si pudiera tragarme el dolor por ella, lo haría mil veces. Porque si alguien merece ser feliz, es mi mejor amiga.
Eso lo confirmé mientras, junto a Miguel, la observábamos abrazada a Leo. Escuchamos cada palabra que él le dijo. Y entonces vi cómo Miguel agachaba la cabeza, como si el dolor de ella se le hubiera colado en el alma.
—Si tanto la amás, deberías mirar más allá.—Le dije a Miguel, casi a la defensiva—. Deberías ver todo lo que ella siente… y lo que esconde.
—Estaba con vos. Por eso no pude consolarla.—Respondió, más a la defensiva que yo.
—¿Estás insinuando que es mi culpa?
No dijo nada. Prefirió quedarse en silencio, mirando la escena frente a nosotros.
Cuando Cami y Leo entraron, Miguel intentó seguirlos, pero lo frené agarrándolo del brazo.
—¿Cuál es tu problema?—Pregunté, sin darme cuenta de que mi agarre era más fuerte de lo que pretendía.
Él bajó la vista hacia mi mano, y después me miró.
Y en ese instante… sus ojos centellearon. Fue un segundo, una chispa, pero la sentí. Mi corazón latió de una forma que no esperaba. En un movimiento rápido, Miguel soltó mi agarre solo para atrapar él mi muñeca. Y cuando quise darme cuenta, mi espalda estaba contra la pared.
Él estaba demasiado cerca.
Más cerca de lo que sería socialmente aceptable. Más cerca de lo que yo sabía que debía permitir.
—Te juro que intento hacer las cosas bien...—Susurró, casi como una súplica—. ¿Por qué me lo hacés tan difícil?
Mis ojos estaban fijos en los suyos, atrapados en ese brillo que no sabía si era enojo, deseo o frustración.
Pero sin querer, los desvié hacia su boca.
Y ahí supe que me moría por besarlo.
Pero... a Cami le gusta. Y además, están juntos.
Esa sola idea me hizo abrir los ojos de golpe. Lo empujé con fuerza, alejándolo de mí.
—Por favor... a dos metros.—Exclamé, agitada, levantando las manos como una barrera entre nosotros.
—Entremos, hace frío.—Dijo él, sin discutir más. Y lo hizo. Simplemente se fue.
Este tipo me va a volver loca.
Reí con ironía, confundida, y lo seguí.
Pero no había dado más de dos pasos cuando lo vi frenarse. Dio media vuelta... y en lugar de entrar, se alejó en dirección contraria a la casa.
Me quedé inmóvil, mirando su espalda mientras se perdía en la oscuridad.
—¿Qué bicho le picó ahora...?—Murmuré entre dientes, frunciendo los labios antes de entrar sola.
El aire helado de la noche me cortó la piel.
—¿Y Miguel?—Preguntó Leo, con el ceño fruncido.
—Tu amigo está re loco.—Respondí sin filtro. Cami y él me miraron como si hubiera hablado en un idioma desconocido.
—¿Se pelearon otra vez?—Insistió.
Tan común era ya que ni se sorprendía. Si le decía que sí, seguro solo asentía y pasaba a otra cosa.
—No me dijo nada. Simplemente se fue antes de entrar. Es tan bipolar que me enferma.—Me quejé, cruzándome de brazos.
Sentía la sangre hervir. Pero al mirar a Cami y Leo, algo en mí cambió. Estaban demasiado tranquilos.
—¿Y ustedes por qué se fueron sin nosotros?—Señalé a mi mejor amiga—. Deberías cuidar a tu novio... no sé cómo lo soportás.
Ella me sonrió con dulzura, como si mi sarcasmo no le hiciera ni cosquillas.
—Fue mi culpa.—Admitió Leo—. ¿Miguel se enojó?
Tragué saliva al acordarme cómo me había acorralado contra la pared, sus ojos encendidos, su voz quebrada.
—No... simplemente lo digo. Me lo encaja a mí como si yo tuviera la obligación de soportarlo.
Ellos rieron, como si estuvieran en un show de Stand Up. Terminamos yendo a molestar a la abuela. Decíamos que íbamos a ayudarla a cocinar, pero ella sabía que solamente íbamos a molestarla.
Nos llenamos de harina, nos reímos hasta el cansancio, y a la abuela la volvimos loca. La cocina terminó hecha un campo de batalla, pero los ravioles con salsa blanca prometían ser la gloria.
Cuando estuvo todo listo, Leo llamó a Miguel para que viniera a comer. Pero no atendió.
Volvió a llamar. Una, dos, tres veces. Nada.
La risa se fue apagando de a poco. Un silencio incómodo se instaló en la cocina. Cami no decía una palabra, y yo... yo ya no podía fingir tranquilidad.
#4930 en Novela romántica
#380 en Joven Adulto
dolor y tragedia, amor amistad drama y familia, musica romance juvenil primer amor
Editado: 22.06.2025