LA ESPINA Y LA FLOR
Cami
¿Mi amor?
Miguel jamás me llamaría así. Estamos fingiendo ser novios, o al menos que estamos enamorados, pero nunca usaría esas palabras cuando estamos a solas o hablamos por mensaje privado.
Algo está pasando.
No quise mostrarles el mensaje porque ya sabía, en el fondo, que nada estaba bien. Que él estaba en peligro. Mientras me vestía para la escuela, no podía dejar de pensar en eso... y en lo que pasó anoche.
Miguel no volvió.
Lo sé porque casi no dormí, y también porque Leo nos habría llamado para tranquilizarnos. Pero no lo hizo.
Terminé de atarme las zapatillas cuando la puerta se abrió y se cerró con fuerza.
—¿Lo viste a Leo?—Preguntó Carla, con el ceño fruncido.
Me lo pensé un segundo y después negué con la cabeza.
Tiró la mochila sobre la cama con fuerza. Me sobresalté.
Mi corazón se aceleró solo con imaginar lo que me estaba queriendo decir sin siquiera haberlo dicho.
La convencí de que se levantara, de que nos fuéramos a la escuela. Accedió, aunque su silencio pesaba más que cualquier palabra.
Al salir del cuarto y cruzar el patio-jardín, la abuela nos alcanzó.
—Hola, mis amores.—Nos saludó con una sonrisa melancólica. Nosotras le devolvimos el gesto con la misma tristeza escondida—. Les preparé el desayuno. ¿Los chicos no van a comer?—Preguntó, mirando a su alrededor.
Carla me agarró del brazo y negó con una sonrisa forzada.
—No, se fueron temprano. Leo necesitaba sacar unas fotocopias y para no llegar tarde a la escuela decidió salir antes. Miguel se fue con él.
La abuela creyó que Miguel había vuelto, pero no fue así. Asintió algo triste, formando una “o” con los labios.
—Voy a poner esto en un recipiente para que desayunen los cuatro juntos.—Dijo, y se fue a la cocina.
Apenas se alejó, miré a Carla. Ella vio el signo de interrogación en mi frente y se me acercó.
—No podemos decirle que no sabemos dónde están. Le va a agarrar un ataque.—Susurró.
Asentí. Tenía razón.
—Se supone que Miguel iba a volver anoche… y no lo hizo. Si le decimos que ahora también desapareció Leo, la estamos llevando al borde del colapso. Y no queremos eso.
Volvimos a adoptar una postura normal cuando la abuela apareció de nuevo con un tupper en las manos. Era de plástico azul, y en su interior había galletitas de limón recién hechas. El aroma dulce me abrazó por un instante y, de forma inesperada, me hizo doler el alma.
—Los chicos tienen suerte de tener a dos princesitas como ustedes.—Nos dijo con una ternura que jamás había experimentado. La ternura de una abuela que nunca había tenido, pero que hoy podía sentir—. Tan hermosas… y que están ahí para ellos.
Sus lágrimas empezaron a deslizarse poco a poco, y nos abrazó a las dos al mismo tiempo.
Sentí su calor. Su fragilidad.
Y también su amor.
Un amor que no sabía que necesitaba hasta ahora.
Carla tenía razón. No podíamos decirle la verdad.
Que Miguel no había vuelto. O que ahora era Leo quien no estaba. Le romperíamos el corazón.
Mientras nos abrazaba, Carla y yo nos miramos por encima de su hombro.
En nuestros ojos había miedo, preocupación, y ese silencio pesado que gritaba más que cualquier palabra.
Salimos de la casa y yo empecé a caminar en dirección a la la escuela, pero Carla me agarró del brazo. La miré confundida.
—No podemos ir a la escuela como si nada. Tenemos que buscarlos.
Asentí con firmeza. Nunca antes me había sentido tan segura de algo, pero al pensar que ellos están pasándola mal y que cabía la posibilidad de que fuera por mi culpa, hizo que la sangre me hirviera.
—Tomemos caminos diferentes.—Propuso, y yo volví a asentir, pero en cuanto hizo más fuerte su agarre, me obligué a mirarla con más seriedad—. Puede ser peligroso.—Me advierte—. Y creéme que no nos separaríamos si no creyera que es sumamente necesario. Así que... cualquier cosa que pase, así sea totalmente insignificante, me llamás. No importa que no digas nada, conque llames, voy a saber que algo anda mal, así que lo hacés. Yo voy a hacer lo mismo.—Volví a asentir.
Nos separamos y yo empecé a caminar mientras con mis manos agarraba mi vientre y rogaba que todo esté bien.
—Perdón, bebé. Lamento todo lo que está pasando mientras te llevo en mi vientre.—Decía casi sin voz.
Solía hablar conmigo misma para no perder la costumbre, o con mi mamá, quien solía escucharme.
—Te prometo que aunque me cueste, vas a tener una vida plena. Hermosa. Y llena de amor. Pero necesito buscar a los chicos. No puedo permitir que les pase algo por mi culpa.
Suspiré mientras seguía con las manos en mi vientre. Solamente me quedaba esperar y rogar de que todo esté bien. Y de que algún día, va a salir la luz para nosotros.
Necesitaba llamar a Leo. Pero cuando intenté alzar la voz, la garganta permanecía cerrada. Sé dónde está Miguel. O al menos tengo la sospecha. Sin saber dónde estaba Leo, caminé sin rumbo hasta llegar al túnel peatonal. Algo en su interior me parecía inquietante, aunque no pudiera explicar por qué.
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Editado: 22.06.2025